Si en 2012 era el galo Franck Khalfoun quien sorprendía con Maniac, un ejercicio que miraba al pasado y evocaba un cine que precisamente nos trasladaba a un cine más cercano al original, dirigido por William Lustig en 1980, más de uno vió en esta Discopath de Renaud Gauthier la ocasión de revivir sensaciones en lo que parecía ser una propuesta que nos remitía a códigos similares a los que recurría Khalfoun un año atrás. No obstante, la distancia entre Maniac y Discopath (más allá de la calidad intrínseca de la propuesta, donde la primera sobresale) queda formulada precisamente en ese aspecto formal donde el film de Gauthier busca directamente un homenaje que sirva de base a su film.
Ese homenaje, lejos de lo que hubiese buscado otro cineasta, se aleja de la perfección formal para decantarse por un aspecto «kitsch» e incluso en cierto modo «trash» (desde la indisimulada presencia de maniquíes, hasta la deliberada casposidad de ciertas actuaciones) que nos retrotrae a aquel cine de terror ochentero donde el presupuesto y el aspecto de la propuesta quedaban relegados a un segundo plano en pos de un tratamiento y concepción que dotará de una perspectiva distinta al film en cuestión.
Quizá, en cierto modo Discopath adolezca de esa concepción que no saca el jugo necesario a una premisa tan potable como la de un «psycho killer» que establece su psicopatía a través de la música disco, momento en el que aprovecha para asesinar, pero sin embargo cabe reconocer los aciertos de Gauthier, que no se conforma con dotar de una estructura narrativa habitual en el «slasher», y prefiere explorar un poco la psique del protagonista más entorno al transcurso del propio film en sí que a las poco esmeradas explicaciones de uno de sus perseguidores, en ocasiones excesivamente impostadas.
Otro de sus principales handicaps es el de no saber definir en algún momento el tono de una propuesta con muchas direcciones que tomar; puede, incluso, que ello devenga en virtud en más de una ocasión, contribuyendo a enriquecer ese universo puramente ochentero creado por Gauthier, pero en algunos instantes el libreto parece perder el norte y la difusa dirección de ese tono pesa más de lo que cabría esperar, aunque todo ello quede paliado escenas realmente potentes (como esas donde asistimos a los momentos más “íntimos” de Duane Lewis), así como otras de lo más divertidas (mención aparte para el personaje de ese padre y su constante y perverso discurso).
En el aspecto formal, escenografía, iluminación y, en especial, una fabulosa banda sonora repleta tanto de hits de la época como de algunas piezas de cosecha propia muy logradas, complementan ese trabajo realizado para intentar devolvernos, no únicamente a la década donde se dan los acontecimientos, también ese cine trufado de momentos inolvidables que, pese a sus más que palpables defectos, era capaz de transmitir un espíritu que Discopath sabe reflejar en parte, hecho que denota el regusto que deja el film una vez concluído, y es que con sus aciertos y sus defectos, el debut de Gauthier sabe captar a la perfección tanto los desmanes como el cariño hacía un cine que quizá resaltaba, en un último término, por resultar entrañable, pero que en el trabajo del canadiense tiene la gran virtud de demostrarnos que tras ello había mucho más que eso. Y es que Discopath no parte con esa ventaja de muchos de aquellos clásicos de los 70-80 que nos cautivaron en su día y lo siguen haciendo, aunque sea por añeja nostalgia, y sin embargo sabe recoger unas sensaciones muy similares que hacen de esta ópera prima un pasaje con sus (comprensibles) baches, pero con una apreciación entorno a un cine que Gauthier niega que nos haya abandonado, y lo hace con toda la intención y el mimo que cualquiera podría desear.
Larga vida a la nueva carne.