Parece que en los últimos años están más candentes que nunca en el regazo de una sociedad que cada vez se preocupa más por los mínimos detalles temáticas como la enseñanza o la educación. Nicolas Philibert ya hacía hincapié en ello a través de su documental Ser y tener, posiblemente uno de los gérmenes de esta Sólo es el principio, pero lejos del documental también ha habido acercamientos como La clase de Laurent Cantet o incluso Profesor Lazhar de Philippe Falardeau, títulos todos ellos imprescindibles para comprender el creciente interés por una educación que requiere de figuras verdaderamente importantes para ser desarrollada debidamente. No obstante, Sólo es el principio se decanta por ir más allá de esas figuras sobre las que, a la par, sostiene el discurso —los maestros— y enlaza con un experimento tan sencillo como interesante: exponer a niños de temprana edad (entre tres y cuatro años) a unos talleres de filosofía en los que poder debatir libremente sobre temas de lo más variopintos. Así, la libertad, el amor o la inteligencia son diseminados por los pequeños del colegio Jacques Prévert en una curiosa y enriquecedora vivencia para ellos que les otorgará la capacidad de extrapolar todo ese aprendizaje al ambiente o contexto donde se mueven para así empezar a desarrollar habilidades que pueden ser un gran regalo el día de mañana.
Sin embargo, no sólo se centra en esos debates el trabajo de los debutantes Jean-Pierre Pozzi y Pierre Barougier, que también nos advierte que en ocasiones las figuras paternas desatienden los aspectos que aquí insiste en realzar una profesora, demostrando que motivar e inducir esas capacidades cognitivas es o debe ser imprescindible en los primeros años de cualquier niño, y que puede procurar resultados verdaderamente favorables de lograr que esa dialéctica suponga un estímulo más que una preocupación para el propio alumno.
Es así como a través de Pascaline nos vemos introducidos en esas sesiones en las que los pequeños dejan volar su imaginación e incluso razonan y discuten con argumentos aquello en lo que ellos creen ciegamente. Durante un momento del documental Pascaline parece advertirnos de un detalle revelador: algunos de ellos preparan sus respuestas hablándolas con sus padres los días anteriores al coloquio, clara señal de que la motivación del propio niño es seguir indagando en la naturaleza de los temas propuestos y expandiendo sus horizontes para poder tener, cuanto antes mejor, un conocimiento propio que conlleve el enriquecimiento de ese debate a la par que cultive un intelecto que se irá desarrollando durante esos primeros años de niñez.
El único y principal “pero” llega cuando Pozzi y Barougier hacen trascender el documental más allá de esas sesiones, no porque ver como esos conocimientos adquiridos llegan al seno familiar resulte vano, sino más bien porque el tiempo que se le dedica a algo tan interesante como podría ser la introspección de todo ese debate generado en un ambiente totalmente distinto se limita a unos tantos minutos, prefiriendo que sean los pequeños y sus disquisiciones quienes acaparen gran parte del metraje, y aunque se siguen con gracia e incluso ternura unas intervenciones que rezuman inocencia pero, a medida que avanzan, también unas ganas de compartir e intentar ofrecer una motivación para su discurso enormes, quizá por ello Sólo es el principio no termina de epatar como uno desearía.
No obstante, cuando conociendo la situación actual de un sistema educacional que cada día parece hundirse y dar más pasos en falso, e incluso la poca atención que reciben por parte de figuras que tendrían que ser más importantes que nunca como la paterna o la materna, a uno se le antoja imprescindible un documental como Sólo es el principio, no únicamente para educadores y maestros, también para unos padres que deberían darse cuenta que en sus manos está nuestro futuro, el futuro no sólo de ellos mismos o sus retoños, el de una sociedad que necesita cada vez más muestras de humanidad. Esa humanidad que desprende un infante.
Larga vida a la nueva carne.