La vida de Adèle es una película de innumerables cualidades cuyo análisis conlleva un considerable esfuerzo si se pretende hacer justicia a su nivel. Empecemos por decir que la película de Abdel Kechiche está realizada con entera humildad y un profundo respeto hacia los hechos que en ella se plantean; algo realmente admirable si tenemos en cuenta que a lo largo del metraje acompañamos a los personajes en situaciones indudablemente comprometidas. El caso es que el director ofrece un estilo que mezcla con suma elegancia realismo y poesía, consiguiendo así que el espectador viva cada escena como el visionado de un hecho real sin tener la sensación de estar fisgoneando. Pues se esta es una película que uno experimenta como si de una experiencia propia se tratara, una de estas vivencias que quedan grabadas en la mente, bañadas por el común sabor agridulce que caracteriza las experiencias que dejan huella. No puedo estarme de decir, y perdóneseme el romanticismo barato, que La vida de Adèle es cine en estado puro.
En el inicio del film, el director nos acerca a su joven protagonista mediante acertadas imágenes de su cotidianidad, como los momentos en que duerme, come o corre para alcanzar el bus escolar. De este modo se va creando una especie de lazo entre espectador y protagonista, algo parecido a una complicidad que nos invita a compartir su intimidad. Y es esta especie de intimidad compartida la que consigue que lleguemos a conocer a Adèle hasta el punto de adivinar lo que pasa por su mente con solamente ver su rostro. Gracias a ello Kechiche puede permitirse dirigir su película con toda naturalidad, de forma serena y sin exageraciones. No hacen falta filigranas visuales para hacernos comprender que Adèle se siente incómoda en su primera experiencia sexual, como tampoco es necesario enfatizar descripciones de carácter para demostrarnos que los padres de Adèle responden a un tipo de familia más bien conservadora. Es decir, entendemos las situaciones como las entenderíamos si las viéramos (o las experimentáramos) en la vida real.
De modo que nos encontramos ante una película que nos hace vivir como propias las experiencias de su protagonista; algo gracias a lo cuál el director puede narrar las vivencias de la misma desde una posición humilde y prácticamente imparcial. Pero lo mejor de todo es que Kechiche, lejos de aprovechar este logro para imponernos un discurso moralista, se atreve a exponer su historia mostrando las injusticias con que topa Adèle al descubrir su orientación sexual sin que estas desdibujen la belleza de su encuentro con Emma. Porqué si bien es cierto que La vida de Adèle nos habla de las experiencias de una pareja homosexual, dicho film está muy lejos de ser una denuncia social. De hecho ni siquiera es una reivindicación en favor de la aceptación de las parejas gays (como sí podían serlo Mi nombre es Harvey Milk o Brokeback Mountain), sino que es sencillamente la hermosa historia de cómo una joven adolescente descubre el amor. Un descubrimiento que para Adèle supondrá placer (físico y emocional) y sufrimiento.
Algo que nos conduce a hablar de las magníficas escenas de cama que posee la película que nos ocupa. Y es que La vida de Adèle contiene diversas secuencias de sexo explícito que Abdel Kechiche no solo dota de una inmensa belleza, sino que además logra con ellas algo casi imposible: el cuerpo a cuerpo entre Adèle y Emma está planteado desde una perspectiva que huye tanto de lo erótico u pornográfico como de la escena romántica almibarada. Es decir, el director consigue el equilibrio perfecto entre el estilo morboso (aunque igualmente admirable) de películas como Swimming Pool (François Ozon) o Lucía y el Sexo (Julio Medem) y las más sensibleras Diario de Noa (Nick Cassavetes) o Shakespeare In Love (John Madden). Sin necesidad de música, encadenados ni ralentís Kechiche capta a la perfección la poesía que hay implícita en el sexo, lo despoja por completo de artificios i elige el punto de vista adecuado para transmitir sin vouyerismo las placenteras sensaciones que experimentan las dos protagonistas.
Pero no todo es felicidad en la película de Abdel Kechiche, pues el director tunisiano-francés también viene a hablarnos de los episodios más oscuras de las relaciones humanas. Y en este aspecto se muestra tan crudo como bellas eran las secuencias de amor. Con todo, lo mejor del trabajo que nos ocupa es que, a pesar de su profundidad y de la seriedad con que trata los temas de los que habla, en ningún momento resulta espesa. Por el contrario, La vida de Adèle es una película de un espléndido tempo, compuesta por una más que bien escogida planificación y un montaje fluido que jamás pierde el compás. En definitiva, una muestra más de cómo lo reflexivo no necesariamente tiene que ser aburrido y una nueva lección del cine francés —otros ejemplos serían En la casa (François Ozon) o Después de Mayo (Oliver Assayas)— de cómo un discurso trascendental puede ser expuesto con agilidad. Poco más se le puede pedir a una película de tres horas de duración que logra hacernos reflexionar al tiempo que nos conmueve y nos entretiene.
Pues pese a las críticas, recomendaciones e insistencias varias, me niego a ir a ver “La vida de Adèle” sencillamente porque me parece una fantasía pornográfica que nos quieren vender disfrazada de historia de amor profunda y trascendental. No me fío, como tampoco me fío de las reacciones de la gente en la sala de cine ante unas escenas sexuales tan explícitas… y lo siento pero es que me chirría mucho la supuesta necesidad de hacerlas tan realistas… ¿de verdad están justificadas estas escenas? Tiendo a pensar que obedecen más a la apetencia de un director hetero masculino que quiere despertar el morbo de un público hetero masculino…
Yo al ver la película me quedé con la impresión de que esas escenas tan explícitas desvirtúan o desprestigian aquello que considero importante o poseedor de cierta profundidad. Creo que “La vida de Adèle” convierte el sexo en pornografía. Algo que es digno se banaliza y se convierte en mierda. Es indignante que el sexo lésbico haya quedado sólo en puro voyerismo y morbo despreciable de la mano de un director heterosexual sin ningún pudor. Por algo la propia autora del cómic las ha criticado tanto, y con toda la razón.
siento mucho herir susceptibilidades…perooo… es una pelicula malisima. SIN ARGUMENTO, SIN UN SCRIPT DECENTE, SIN GUION ADECUADO…Y CON TOMAS MUUY ABURRIDAS DE LA PROTA DURMIENDO. Sin hablar que el paso del tiempo no estaba plasmado en la chica, ERA LA MISMA ADOLESCENTE desde el comienzo al fin. La escena de sexo muy larga, y no representa para nada una relación lesbica, sino que es más el caso de que un director heterosexual se ha puesto a filmar la fantasía de los hombres sin ton, ni son. Asi q para ver sexo real sin argumento ni tomas interesantes,….me veo una porno y listo. VAYA BASURA.
La película no me ha enseñado nada; sólo sexo. Las escenas de sexo son largúísimas, demasiado explícitas y no aportan nada, salvo dejar claro que entre ellas la carnalidad les une mucho (¿cuantos orgasmos son necesarios para hacernos entender que se desean y se aman?); pero no es necesario tantos minutos que rozan lo porno, rozan pero no es porno, que quede claro. He leído por ahí a críticos consagrados decir que no, que son preciosas, que son las mejores escenas de cama que se han rodado, blablabla. Indignante. Son pornografía pura y dura y creo que no hay necesidad de que cada una dure 15 minutos porque acaba siendo incómodo. A veces lo sugerido es mucho mas intenso que lo mostrado y me parece que Kechiche se recrea en exceso con la morbidez de sus protagonistas retozando… El monotema de la película era la obsesión de la protagonista por su pareja. Nada más. Por la buena puntuación me había esperado una película con más fondo, más argumentos, no este monotema sexual. Provocación y nada nuevo. Supongo que éxito asegurado, mucho ruido, nada de nueces, insulsez (reconozcamos que la protagonista es una chica aburrida y de lo más vulgar), pero eso sí provocación y sexo, que es lo único que entienden los culturetas modernos… Qué pena.
Creo que estas escenas causan tanta indignación porque en ellas el director está lejos de ser ingenuo o esteta al haberlas rodado, sino morboso. Ni las lesbianas practicamos tan frecuentemente las tijeras (de hecho es una postura poco común y que está más presente en las fantasías heteros que en nuestras prácticas reales) ni desde luego tampoco follamos así la primera vez, como dos actrices porno que ya lo supieran hacer todo. No seamos inocentes, por favor: nuestra indignación radica en el hecho de que la mirada de este director es bastante hipócrita, porque nos quiere vender unas escenas sexuales supuestamente filmadas con realismo, belleza y sensibilidad cuando lo que vemos es pura recreación pornográfica con fines comerciales. El sexo lésbico vende, y eso el director lo sabía y por eso lo ha explotado, por eso todas las justificaciones de estas escenas nos parecen cuentos y engaños bastante perversos. De ahí nuestra indignación. Aunque quizá es difícil de comprender por el colectivo ajeno a las lesbianas… es como si hubieran cogido algo importante o valioso para nosotras y lo hubieran pervertido y convertido en algo barato y ofensivo, algo que sirviera para que el público se excitara y se regodeara vulgarmente. Nuestra indignación viene de que se haya manipulado y ninguneado el sexo lésbico por parte de un director heterosexual, y en esto tengo que darle la razón a la autora del cómic: ¿tanto habría costado contar con la opinión de alguna lesbiana durante el rodaje?
Sinceramente, para que se hagan películas lésbicas como ésta prefiero que no se haga ninguna… porque mucho decir que visibilizan y normalizan pero parece que nadie ve que en realidad estamos en lo de siempre: las relaciones entre mujeres se convierten en objetos de morbo masculino y en escenitas degradantes de tetas y coños antes que en cualquier otra cosa, y eso es más un retroceso que un avance.
Soy lesbiana y estoy muy harta de escuchar tantas alabanzas absurdas a esta película que no es más que el desahogo pornográfico de las obsesiones de un director déspota. Fui a verla ilusionadísima porque el cómic me había encantado y tenía las esperanzas de encontrarme con algo igual de bueno o quizá mejor, pero no puedo expresar mi sorpresa al encontrarme tamaña basura… Quince minutos de porno lésbico completamente gratuito e injustificado que ensucian el resto del metraje y actúan a modo de llamada de atención desesperada (así como llamada a la recaudación, a la audiencia y a la crítica masculina) para disculpar tres horas insustanciales, desaprovechadas y vacías, con lo que podía haber dado de sí una temática inicial tan fantástica. El director sólo se preocupó de rodar tijeras y cunnilingus, no hay rastro de la profundidad de la novela gráfica, de su estética cautivante, de su buen gusto, de su sensibilidad, de su despliegue en cuanto a temas y motivos… sólo sexo explícito, poses ridículas y morbo facilón para arrastrar a la gente a verla y convertirla en vouyers.
Sin esas largas escenas de sexo la película habría ganado en dignidad y fuerza, precisamente es contraproducente a su causa este excesivo regodeo. En lugar de estas escenas (o de gran parte de ellas) se podría haber aprovechado metraje e incluir, por ejemplo, una escena de ataque homófobo de los que están tan tristemente vigentes en Francia u otros países europeos, eso sí contribuiría a una mayor sensibilización del público y no una escena como la de las tijeras con la que la película cae en el ridículo, se descalifica a sí misma y le da la razón a quienes afirman que es pornografía mostrada sólo con el propósito de excitar. ¿Cuál es la intención si no de regodearse de tal manera? ¿Si no vemos ocho orgasmos no entendemos la pasión entre ambas protagonistas? ¿O la “necesidad” de meter estos quince minutos de sexo salvaje era porque si no nadie aguantaría tres horas soporíferas viendo a una actriz con cara de empanada?
Me pregunto cómo es posible que nadie (o muy pocos) vean lo que es en realidad esta película: una fantasía pornográfica de un director heterosexual, basándose en un juicio apriorístico de cómo follan dos lesbianas que no es más que su propio deseo puesto en imágenes (y además tiránicamente, en plan «vosotras tocaos hasta la extenuación que yo filmo mientras babeo). De haber sido dos hombres los protagonistas (o un hombre y una mujer), el director jamás se habría recreado así en una escena sexual entre ellos y la película no habría sido tan brillante para los críticos. Si la pareja hubiera sido heterosexual y si el sexo, aunque realista, hubiera sido tratado de manera más sutil, de esta película ni se habla. Y mucho menos se la premia. Pero claro, a los críticos heterosexuales les ha gustado mucho y por eso ganó Cannes…
Por eso, lo que me escama de todo esto (aparte de que me es imposible simpatizar con un señor que ha hecho que sus actrices se sientan poco menos que abusadas…) es que el director ha reducido una historia compleja sobre el amor, la amistad, la intimidad… en una larguísima escena de sexo hecha desde el punto de vista de un observador masculino y heterosexual (qué sorpresa) que reduce a las lesbianas y a las mujeres en general en objetos hipersexualizados cuyas prácticas sexuales son y deben ser aquellas que despiertan los deseos de este público en particular. Como siempre, se reduce a las mujeres (lesbianas o no) a lo mismo. Objetos. Objetos con los que vender, comerciar, excitar… objetos masturbatorios y poco más. Con lo que nos ha costado (y aún nos cuesta) hacernos respetar para que al final nos veamos reducidas a lo de siempre y encima se aplauda.
Esta película no hace ningún favor a la causa homosexual, más bien todo lo contrario.
Esta no es más que una película plagada de tópicos facilones sobre homosexualidad con un guión naïf e inocentón en exceso que camufla sus carencias bajo toneladas de sexo explícito innecesario y planos de “visión masculina” absolutamente injustificados y que te recuerdan desde las primeras escenas que esta película de lesbianas “huele a polla” por los cuatro costados (lo que viene a decir que se nota a legua que está dirigida por un hombre). No me extraña nada que las actrices esté tan furiosas con el director; el montaje final de esas escenas de sexo roza el ridículo.
Me acuerdo de Fucking Amal, de Lukas Moodyson, que con una película inocente sobre lesbianas, y que dura la mitad de tiempo, logra transmitir bastante más de lo que logra Adele en tres larguisimas horas.
Esta es la película más machista que he visto en mi vida… Además de ser un bodrio de película, aburridísima, interminable, deshilvanada y absurda, tiene la desfachatez de frivolizar hasta extremos increíbles con las relaciones homosexuales entre mujeres. No se la recomiendo a nadie, toda ella me parece una predecible y tópica fantasía masculina.
Sobre ella se ha discutido mucho sobre que si no es pornográfica, que si las escenas sexuales son gratuitas o no, que la historia original fue escrita por una mujer lesbiana y un hombre heterosexual se ha encargado de degradarla (cosa en la que estoy de acuerdo), que si en realidad está mostrando la realidad de cualquier relación, no sólo homosexual, blablablá. Pues que nadie se lleve a engaño, puesto que como suele decirse, “la respuesta más obvia es siempre la correcta”: la película puede parecer pornográfica y tener escenas gratuitamente morbosas, pero ES realmente una película pornográfica y gratuitamente morbosa.
Estoy en general de acuerdo en todo lo que plantean las lesbianas indignadas con esta película y también me rebelo contra la hipocresía y la imbecilidad de los críticos y festivales correspondientes. El sexo en el cine me parece un tema de lo más interesante porque muchas veces actúa como un reclamo morboso en si mismo que se desconecta del relato en el que está inserto. Desde luego la película que nos ocupa es un ejemplo claro de este efecto, y entiendo por ello la ira que ha provocado.
La cuestión es: ¿es lícito mostrar sexo actuado en un relato? Yo pienso que sí, claro. Pero también es cierto que el carácter claramente perturbador de la visión de personas, aunque sea fingido, practicando sexo muchas veces no complementa la narración sino que ejerce como elemento distorsionante. Y, por supuesto, en “La vida de Adele” esto está llevado al extremo porque realmente las actrices están representando su sexo de una forma tan expícita que cuesta trabajo decantarse por si es sexo fingido o real. Para un espectador masculino heterosexual este momento claramente se desconecta del relato porque la excitación de ver esta fantasía es lo único que importa en ese momento. Y es normal que sea así. Lo lamentable es que el director y los críticos alabadores sean tan cínicos e hipócritas para hacer pasar este elemento determinante de la película como un hermoso complemento y no como un reclamo morboso, y por ende, comercial.
Si quiero ver sexo, veo porno. Pero no me vendas cine con algo demasiado parecido al porno porque somos todos mayores y me estás tomando por tonto.