No cabe duda que Sofia Coppola tiene talento. Su capacidad para generar imágenes de gran belleza, así como generar atmósferas mediante la puesta en escena (incluso descontextualizándola) se podrían considerar ya marcas “autorales”. El problema es que lo que sí ha sufrido cambio es el motivo, la razón por la que se hace esta apuesta formal. Desagraciadamente dicha evolución (o casi mejor involución) ha ido convirtiendo un cine de talante intimista, de parquedad de la palabra en favor de la imagen, a una simple colección de postales sin contenido.
Posiblemente esto es interpretable en otro nivel y poder así calificar a The Bling Ring como el marco perfecto para exhibir esta estampa de desnudez argumental. Hablamos de personajes frívolos, huecos de todo sentimiento, impactados por la apariencia y guiados por una irresponsable superficialidad. Entonces, qué mejor que dejarlo en manos de una cineasta que domina ese registro como nadie y que, para colmo, se mueve como pez en el agua en el L.A. de las celebrities. ¿No será al final The Bling Ring una sátira afinadísima de denuncia social?
Lamentablemente nada parece indicar en esta película tal intención, fundamentalmente por la desgana y la poca coherencia formal mostrada. Da la impresión que Coppola nos quiere presentar un estudio sobre los personajes, basarlo todo en ellos, acercándose mucho continuamente con primeros planos, frontales, discursivos. No obstante hay una alarmante ausencia de motivación, de propósito. No sabemos que pretende o si hay alguna pretensión detrás; si quiere aburrirnos, que les odiemos o que empaticemos con ellos y lo peor, que al final ya ni importa. Y todo ello jugando con el formato sin verdadera razón de ser. Cámara subjetiva, videos de seguridad y un lamentable intento de “esculpir el tiempo” a lo Tarkovsky se alternan sin ton ni son hablándonos más de una cineasta de posado, más cercana a una estudiante talentosa con ganas de demostrar sus conocimientos , que de alguien con una carrera consolidada detrás.
Puede que The Bling Ring tratara de ser, a su manera, un contrapunto, un reflejo dorado y pijo de Spring Breakers. Una muestra de que el nihilismo y la vacuidad no son patrimonio solo del «american white trash». El problema es que donde Korine desplegaba un auténtico tratado sobre la nada como forma de vida, con profundidad y textura tanto en lo visual como en el guión, Coppola se queda en la superficie. No, contrariamente a lo que puede parecer, The Bling Ring no es una película vacía, ni tan solo un film que hable del vacío, ambas cosas tendrían ni que fuera, un valor estético. No, The Bling Ring se queda en un artefacto que sirve perfectamente para cerrar el círculo cinematográfico de Sofia Coppola: del cine de las apariencias a la apariencia de hacer cine. De la “imagen belleza” como motor cinematográfico a la estampa turística de tienda de souvenirs, del manifiesto a la pose. Intrascendente. Inane. Aburrida. Nada.