Tobias Lindholm es un nombre que, en los últimos años, no está pasando nada desapercibido entre el mejor cine que nos está llegando del norte de Europa, y más concretamente de Dinamarca. Ha alcanzado notoriedad internacional al emparentarse como guionista de las últimas películas de Thomas Vinterberg, Submarino y La caza. Reflejos de relatos contundentes y comprometidos sobre personajes sufrientes y veraces a los que les asolan la injusticia y la violencia, los libretos de Lindholm rebosan de riqueza temática y de una gran cantidad de matices que caracterizan el soslayado de su tendencia al realismo exacerbado.
Este mismo componente de primer orden se da cita en la sobria A Hijacking, donde también firma la dirección, que sostiene su solidez en un relato de un acabado rudo y grueso que se enmarca en el género de la supervivencia, muy en la línea de la legendaria cinta dirigida por John Boorman, Deliverance. Trazando referencias con ella, la angustia existencial y corporal de esta propuesta está concebida como un vehículo reivindicativo de grito virulento sobre las entrañas de nuestra condición humana y su actitud aversiva cuando la comodidad de la civilización se pone en jaque, y con ella las convencionalidades urbanas, dando paso a un mundo de pesadilla en el que la humillación y el miedo nos hace perder nuestra voluntad y libre albedrío.
Lo sorprendente, al igual ya ocurrió en La caza con un resultado muy notable, es que Lindholm sabe aprovechar a la perfección los lugares fríos e inhóspitos, carentes de armonía y de estados emocionales, para crear su particular atmósfera in crescendo de turbiedad y desasosiego. En este sentido, el film es, atendiendo a su plasticidad, sucio, áspero e incómodo, como no podría ser de otro modo atendiendo al drama existencial que se está tratando. Una contundencia que se reafirma en la potencia de su reparto, que transmite con veracidad y honestidad un dramatismo tan elevado como el horror ante la reclusión en contra de la voluntad.
Es de agradecer, así mismo, que una base argumental ya consabida en su mundana naturaleza, que a veces nos implica y nos conmociona tan a flor de fiel como el caso español del buque atunero Alakrana, nos haya sido tratado con los cánones de escaso y vulgar entretenimiento comercial de telefilme, algo que sí ocurrió con el susodicho caso. Los intereses generales de adaptación de unos sucesos de dominio e interés popular se nublan y dispersan con los criterios del star-system nacional y con el exhibicionismo paroxista de las miniseries de TV, vehículos más para la entronización de algunos de sus creadores y del entretenimiento a costa del sufrimiento ajeno en pos de una radiografía solidaria que justifique las experiencias de dolor de nuestros iguales.
En su justa medida, que excede los patrones de evasión dionisíaca del cine comercial, A Hijacking plantea una mirada física y desoladora, pero fascinante, a un mundo en el que las leyes de la comodidad de nuestra rutina se quiebran y solo la fuerza de la voluntad y la supervivencia más primitiva nos pueden mover para continuar subsistiendo. El nervio incesante de su realización se combina, y contrapone, con momentos de calma tensa, y en ese juego de apariencias y perspectivas se adereza una trama cuya tensión e implicación terminan por alcanzar un desasosegante y efectivo clímax.
Lejos de los ejercicios de superación personal y lucha contra las adversidades que sirven de mero vehículo para el espectáculo de cara a la galería, el danés Tobias Lindholm prefiere meterse bajo la piel hasta un punto fisiológico y metafísico, mostrando el hueso de la fatalidad sin histrionismos ni gratuidades. Un ejemplo más que confirma que Dinamarca es y seguirá siendo una industria cinematográfica a la que habrá que escuchar con atención cada vez que se deciden a hacer ruido.