¿Cómo buscar una buena alternativa para un film donde la vacuidad, la apariencia y el robo sean un aspecto vital en una película? Una no sabe en qué punto centrarse para dar salida a la última película de Sofia Coppola, The Bling Ring, donde tal vez lo más plausible fuese buscar una rocambolesca historia basada en hechos reales para salir del paso. Pero no, siempre hay algo mejor, Isabelle Huppert luce bien bajo cualquier foco y así hemos llegado hasta nuestra alternativa donde robos, ironía y personajes extremistas dan pie a un Claude Chabrol más que divertido. Se me escapa de las manos la alternancia o similitud entre No va más y un nuevo himno pop, pero no está de más urgar para encontrarla.
Rien ne va plus, el título que da pie a formar una silueta con esta película de Chabrol, dejando que una de sus musas, una elegante mujer vestida de rojo a juego con la ruleta que no cesa de girar, apueste todas sus fichas al hombre más incauto. «Rien ne va plus» decía el crupier en el casino, y el listo de turno ya estaba en sus redes. Una entrada sencilla que ya afila sus diálogos y crea una estatua firme con su dama de cabecera para dar paso al encuentro de dos viejos conocidos, compinches en este caso que soportan las réplicas con autenticidad. Isabelle Huppert llena la pantalla y rápidamente Michel Serrault encuentra su sitio. Dos cómplices que pasan sus días desvalijando hombres, quitando lo suficiente para vivir bien y que nadie sepa que les han robado. Un maestro y su descarada aprendiz que con elegancia dan golpes de baja intensidad y grandes resultados: Betty y Victor, esa pareja imposible.
Todo aprendiz quiere pasar al segundo nivel en algún momento y tras acordar un nuevo golpe aparece un tercero en discordia, François Cluzet. Tres personajes para marcar el enredo en una única dirección. Los tres han trabajado con Chabrol en distintas épocas y son actores imprescindibles en el panorama del cine francés, así que con este reparto la película gana enteros. Se encarga Huppert de crear un triángulo a partir de un maletín supuestamente lleno de dinero, engañando a uno y a otro a su conveniencia, cuando cada uno de los tres maneja sus propias cartas, cada vez que la maleta cambia de mano equivale a un cambio de rol durante la película, pues todos juegan con el doble filo sin inmutarse… y cualquier puede imaginar la de manos que sopesan la maleta.
Con facilidad se pasa de la comedia al suspense, con un texto puramente teatral que arremete contra todo estamento (social, político, lo mismo da, todo tiene cabida en la reflexión) con una soltura pasmosa, todos haciendo de menos a sus contrincantes sin pestañear para ello y todos con su idea preconcebida en un entramado que, como ladrones, les queda grande.
Pero en este triángulo hay una base inicial entre el maduro Victor y la joven Betty, que pasa de lo paternal a lo amoroso según sople el viento, dando una ambigüedad a esta relación que va más allá de estos dos estados. El postizo Maurice es sólo un objetivo que no desbanca la intención, el ladrón lo es siempre y el dinero tiene un olor especial. Así planea Chabrol la vida para los demás, de las frías nieves a las soleadas playas, con metódicos actos que se repiten como un ritual, con magníficos guiños que no sobrepasan la ligereza de una película que sí disfruta de la vacuidad cuando pensamos en la efímera finalidad de los engaños, sí promueve la apariencia, pues es esencial camuflar a unos sí, ladrones, que entran en la vida de otros sin invitación expuesta. Lo de los hechos reales, para qué, si Chabrol provoca la desdramatización en medio de los problemas más escabrosos, y sabiendo que la realidad siempre supera la ficción, él la envuelve en cinismo y magnetiza con sus perfectos individuos para conseguir una velada inolvidable.
Y «carpe diem» fue lo que Chabrol provocó.