El cine húngaro es una caja de sorpresas de la cual no dejan de emanar inclasificables obras de arte tremendamente singulares e hipnóticas capaces de generar tando odios viscerales como radicales filias. No solo de Bela Tarr y Miklos Jancsó vive la escuela húngara (dejo relegado al gran Istvan Szabó ya que a su cine lo veo más próximo al de la escuela germánica – centroeuropea que al estrictamente húngaro) sino que puntualmente aterrizan desde el país europeo perlas instruidas en el noble arte de cautivar al avezado espectador. Este es el caso de esta obra maestra del cine que es Pasión-Szenvedely, cinta que adapta nuevamente en pantalla el clásico de la novela negra El cartero siempre llama dos veces de James M. Cain a partir de un guión firmado al alimón por el director de la cinta György Fehér en colaboración con el mítico Bela Tarr.
Como punto de partida he de advertir que la cinta es más áspera que una piedra pomez. No esperen encontrar una cinta dinámica y entretenida, ni tan siquiera una película dialogada. Es el tedio el que conquista los cimientos cinematográficos de Pasión, siendo éste su principal y casi único mandamiento cinematográfico. El film adopta los esquemas del cine húngaro más radical, esto es, plano secuencia llevado hasta sus últimas consecuencias, ausencia de diálogos fluidos y maquillaje (tanto en actores como en escenarios), empleo de conversaciones fuera de campo de acción de la escena y de iluminación natural para dotar a la fotografía en blanco y negro de una fantasmagórica suciedad y por último el silencio, silencio, silencio, silencio y más silencio como opción narrativa.
En este punto de la reseña, sin duda, alguien podría preguntarse, ¿de qué va este loco que nos está recomendando una película que por las palabras que ha empleado para describirla parece más un dolor de muelas de dos horas de duración que una obra capaz de suscitar ningún ápice de emoción? La pregunta es totalmente lógica. Para aquellos que se hayan espantado ante la descripción objetiva de la esencia de la película, he de comentar que Pasión es cine en estado puro. Pocas obras son capaces de apresar la aquiescencia del espectador como este film. Partiendo del espíritu del cine mudo, aquel en el que las sensaciones son más importantes que el diálogo impostado, Fehér y Tarr son capaces de martillear nuestra conciencia a través de imágenes sublimes, cotidianas, gigantescas, subliminales que impactan en lo más profundo de nuestro cerebro.
Esta persuasión se consigue desde la primera secuencia en la cual con el único recurso de un plano fijo secuencia y un bello tango (sin verborrea ni diálogos conexos) quedan retratadas las personalidades del triángulo protagonista de la historia: el indolente y sumiso vagabundo que se enamora de la bella, astuta y maquiavélica esposa del feo, huraño y dictador vegestorio jefe que regenta un decadente taller automovilístico. Tras esta bellísima escena fotografiada con la luz necesaria para que brote la tenebrosidad que requiere la presentación de los personajes, la cámara se mueve lentamente entre los asfixiantes habitáculos que sirven de hogar a los tres personajes descritos. Impresionante es la forma en la que los sonidos ambientales y los movimientos físicos de los actores consiguen sustituir plenamente la labor narrativa del diálogo. En los diez primeros minutos de la cinta apenas se cruzan unas escasas palabras. Y sin embargo no son necesarias las conversaciones para que la trama fluya con sentido. Basta con que la cámara se fije en el trabajo que genera el taller o en como el amante se seca con una toalla todas las partes de su cuerpo tras una regeneradora ducha para que nuestra mente anticipe el discurrir de la historia.
Las secuencias trascendentales de la novela, estas son, el primer intento de asesinato frustrado del dueño del taller maquinado por los amantes, la escena de la violación consentida (secuencia filmada con un inquietante realismo y dotada de una suciedad escalofriante), el posterior asesinato en el coche, las sospechas mutuas motivadas por las artimañas de los abogados defensores y el posterior y trágico desenlace son encajadas una tras de otra por medio de planos fijos y silenciosos, bellos, enrarecidos, irrespirables, crudos y fascinantes. A diferencia de otras adaptaciones de la novela, Fehér y Tarr omiten la presencia de ciertos personajes relevantes en el discurrir de la historia como por ejemplo el amigo vagabundo con el que huye en primera instancia el amante despechado tras el intento fallido de asesinato y sobre todo se echa en falta el personaje de la prostituta con la que inicia una redentora relación el torturado asesino y que jugaba un papel fundamental en la conclusión de la historia en las demás adaptaciones del libro al lenguaje cinematográfico.
La película finaliza con una de las escenas más espeluznantes y realistas que recuerdo haber contemplado en una pantalla. Esta es un magnético plano secuencia que sitúa la cámara en el coche en el que se desplazan hacia la libertad la pareja protagonista. La cámara subjetiva muestra el recorrido del viaje por las escarpadas carreteras sitas en las montañas húngaras. La rigidez inicial poco a poco se va mutando en nerviosismo y mareantes movimientos para culminar en la realista filmación, desde dentro del coche y por tanto haciéndonos partícipes como pasajeros del vehículo, de la caída del auto por un empinado barranco. Así casi sin darnos cuenta, esta escena culmina dos horas de cine de veinticuatro quilates, que pese a haber hecho del tedio su seña de identidad consigue que dicha monotonía sea imperceptible para aquellos espectadores que hayan caído bajo el hechizo fílmico planteado por los autores de esta magna obra.
Para culminar la reseña no puedo dejar pasar las claras referencias con las que podemos emparentar a Pasión. Permítanme comparar cada referencia con un cineasta que perfectamente podría haber dirigido gran parte de las escenas que ostenta la cinta reseñada. Por un lado observo la influencia del neorrealismo seminal de Luchino Visconti y su Ossessione. Claro es que de todas las adaptaciones llevadas a pantalla de la novela de Cain la de Visconti es la que mejor se adapta a Pasión. Tal como hizo el cineasta italiano, Fehér huye del glamour para abrazar el realismo más radical tanto por medio de rodaje en escenarios exteriores salvajes como en la querencia a filmar sin artificios de fondo. La segunda referencia es sin duda la del guionista de la cinta, el gran Bela Tarr. No se puede entender Pasión sin hacer referencia al cine de Tarr. El blanco y negro opresivo, el abuso de planos largos hasta la extenuación y del plano secuencia, la mezcla consciente de realidad y ficción documentalista son puro Tarr. De hecho en cuanto a puesta en escena y fotografía Pasión es prácticamente un calco de la gran obra de Tarr Satantango. El tercer nombre a tener en cuenta para describir el espíritu de la cinta es el de Aki Kaurismaki. Al igual que en las mejores cintas del genio finlandés el silencio versa sobre la palabra como opción narrativa. Del mismo modo las interpretaciones ascéticas hasta decir basta son idénticas a las que pueblan el universo del finés e igualmente es intrínsecamente Kaurismakiano el empleo de tangos como único medio musical que adorna la trama. Finalmente los últimos nombres que empapan la sustancia de la cinta son los de Miklos Jancsó y Theo Angelopoulos, ya que tal como hemos mencionado anteriormente el plano secuencia como forma de expresión artística es la principal característica de Pasión.
Por tanto si son admiradores del cine de los nombres mencionados en el párrafo anterior Pasión les atrapará y cautivará como ninguna otra película y seguramente se convertirá en una de sus cintas favoritas. Si son detractores de estos cineastas, Pasión seguramente les causará un profundo dolor de cabeza y será complicado incluso que terminen las dos horas de duración del metraje sin caer en un profundo sueño. No obstante el cine no es una ciencia exacta por lo que mi consejo es que se atrevan a participar en el reto narrativo que propone Pasión, ya que lo que si es cien por cien seguro es que esta cinta o les encantará o les aburrirá como ninguna otra. Esta es la virtud de las grandes obras de arte, es decir, la virtud de no dejar indiferente ni tan siquiera al espectador más conformista.
Todo modo de amor al cine.