Oriente sigue ahondando en cinematografías quizá no tan conocidas como las habituales, y fruto de ello son cintas y cineastas que en los últimos años han logrado sorprender a un panorama que ha encontrado en nombres como los de Lav Diaz (ganador en la sección Horizontes de Venecia por Melancholia), Raya Martin (cuya Independencia recogió premios alrededor del mundo) o Brillante Mendoza (galardonado con el premio a Mejor director en Cannes por Kinatay) savia nueva.
Se habrán percatado que los nombres citados anteriormente corresponden todos a una misma latitud, y es que nos dirigimos a Filipinas, lugar de orígen del veterano cineasta Erik Matti, quien tras más de una década en el mundo del cine (con títulos no demasiado conocidos o directamente desconocidos en occidente) parece querer dar el salto internacional con un thriller criminal basado en hechos reales en el que Matti nos relata como presos de toda índole eran liberados por policías corruptos para realizar el trabajo sucio y ejecutar a ciertas personalidades que entorpecían, por decirlo de algún modo, las actividades de altos cargos.
Ante una premisa como esa, además de un ejercicio de género bien ejecutado (como, por ejemplo, esa ya citada y fabulosa Kinatay), uno espera encontrar también en cierto modo una reflexión (sea más ligera o más densa, más cruda o más complaciente) sobre los hechos acontecidos en un país del que, sinceramente, tampoco tiene excesivas referencias el espectador de occidente, a no ser que indague por su cuenta o perciba, de vez en cuando, documentos tan frágiles y maníqueos como esa Ríndete mañana, donde las cárceles del país asiático quedaban retratadas de soslayo. No obstante, parece más interesado Matti en las hechuras de un género (el del thriller) que se lleva estilando con cierto éxito en los últimos años allá por oriente, y sus intenciones distan mucho de ofrecer un retrato crítico o contundente sobre lo acontecido en Filipinas.
No es que ello pueda contemplarse como un punto negativo, aunque se eche en falta cierta profundización (por mínima que sea) en ese aspecto, pero dado que el cineasta parece querer centrarse en el aspecto más lúdico de su ejercicio en On The Job, tampoco desviaremos los tiros en dirección errónea.
Aclarado este punto, pues, cabe hablar sobre On The Job como un sólido ejercicio cuyo único achaque quizá sea el peso de unos 120 minutos que, no se asusten, no nos llevan a terrenos baldíos o infructuosas subtramas, pero quizá restan efervescencia al conjunto, algo que se constata fácilmente cuando los momentos de acción más trepidante se dan cita en el film, y casi se podrían calificar como un océano dentro del mismo. No porque resulten su mejor baza (aunque se agradece ver dos persecuciones en montaje paralelo que saben insuflar vigor a la situación y no se debilite), sino más bien porque rasgan de algún modo el tejido narrativo y crean una descompensación que, sin resultar molesta, sí es palpable.
Con ello no quiero decir que On The Job resulte débil a nivel narrativo: de hecho, sorprende el pulso con que Matti maneja algunos de los aspectos de su film para lograr que esa historia de dos sicarios sacados del presidio para la ocasión, y un par de policías honestos intentando hacer su trabajo, no desfallezca, aportando incluso detalles interesantes sin que el espectador tenga la sensación de que son puro relleno.
También cabría destacar la firme descripción de sus dos carácteres centrales, dirigiéndonos a esos sicarios que el filipino se toma la molestia de describir abriendo así nuevas sendas para generar situaciones que no le vienen nada mal al film. Tampoco se queda atrás el del policía el cual, quizá más centrado en temas no tan jugosos (sí ese arco que rodea a la familia de su mujer), también explota con el suficiente interés Matti. El pero sería quizá el de unos secundarios que no cumplen más que esa simple función, aunque dotando de algún aporte a los protagonistas que no está de más.
Podría decirse, pues, que sin alcanzar el gran nivel de los últimos años en cuanto a thriller oriental, Matti ha sido capaz de condensar algunos de sus mejores rasgos y ciertas dosis de marcada personalidad (el oscuro retrato de esas calles, cierta atmósfera que se palpa en el ambiente…) para dar a luz uno de esos trabajos que suman en la cinematografía de su país, y no está de más ver.
Larga vida a la nueva carne.