Sebastián Lelio… a examen

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Sebastián Lelio tiene una cualidad que resulta muy interesante para el cine: Es difícil que sus películas dejen indiferente a nadie. Quizá sea porque sus propuestas, en general, tratan de abordar la realidad de las relaciones sean como sean. Como se ha visto en su última película, Gloria, es capaz de fusionar personas y personaje al abordar grandes temas como el cariño o la familia.

Precisamente su debut, en 2004, fue con una película que tenía su núcleo en estos conceptos. La sagrada familia, que trataba del delicado equilibrio familiar y las diferencias que mantenían sus miembros uno respecto a otros.

Lelio construye su guión de una forma que suele utilizar. Lo que nos cuenta no es, por decirlo así, es una historia que no empieza o acaba con la película. Parte de una situación previa, hay elementos que la han llevado hasta dónde está, pero que no vamos a conocer. Se contextualiza, pero se concentra en un tiempo y un lugar determinados, como si la cámara captará unos instantes igual que puede captar otros, creando sensación de naturalidad. En este caso, nos encontramos en un fin de semana en el que la familia está pasando sus vacaciones de semana santa en su residencia veraniega.

Dentro de la casa tendremos la compleja relación que mantiene Marcos, estudiante de arquitectura, con su padre, estando la madre, Soledad, para suavizar las tensiones entre ambos. Es una fecha especial porque Marcos va a presentarles a sus padres a su novia, Sofía. Ella resulta un poco  más atrevida de lo que les gustaría a los padres. También aparecen en la playa unos amigos de Marco, un joven homosexual con su pareja. Y conocen a una chica que ha elegido permanecer en silencio por alguna razón.

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Soledad, la madre, debe regresar a la capital, lo cual altera definitivamente el precario equilibrio que se vive allí. Marcos y su padre, que tienen el mismo nombre, se quedan por tanto solos. Y nuestro director de la semana los utiliza como símbolos, cada uno de ellos es el abanderado de una ideología, de una mentalidad, de una forma de ver la vida. Marcos padre es el conservador, el orden establecido. Su hijo es lo contrario, el progreso, la experimentación, darle una oportunidad a lo nuevo. Cierto es que a veces se abusa del símbolo. Los amigos homosexuales del hijo, por ejemplo, no aportan mucho a la historia que se cuenta, pero están ahí porque son la imagen misma de la censura religiosa a la sexualidad.

Por otra parte, y pese al notable elenco de personajes, vemos otra de las características del cine de Lelio: La cinta transcurre entre la lentitud cotidiana, la historia lenta y casi neorrealista que puede alejar al espectador medio, y escenas puramente provocadoras, que pretenden sacudir el letargo. En este caso, drogas o masturbaciones aparecen en pantalla. Sin ningún pudor. Se filma la realidad sea cual sea, ya lo hemos dicho.

Quizá por este gusto por la simbología oculta también podemos decir que los largometrajes de este cineasta tienen un punto de crítica. En general no es una crítica contra personas o situaciones concretas, sino una especie de crítica contra las mentalidades. Igual que en Gloria se nos ofrece una pequeña crítica contra aquellas personas que viven anhelando tiempos pasados que, al estilo de Jorge Manrique, creen que siempre fueron mejores, en La Sagrada Familia la crítica está dispuesta contra las personas que siguen los preceptos religiosos como algo inamovible. En la película se ve como, pese a su modo de pensar, también son humanos e incurren en las debilidades propias de la especie aunque aparentemente sigan rígidos preceptos. Más que críticas son conminaciones a lagente para que viva libre, sin miedos ni trabas. Una forma más de intentar conseguir en el mundo la naturalidad, esa que él busca en sus obras.

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