Resulta curioso, cuanto menos, que un cineasta que en su día estuvo ligado a nombres como los de François Truffaut o Jean-Luc Godard (del primero produjo cintas como Las dos inglesas y el amor o La noche americana, mientras del segundo fue asistente de dirección en Week End), entre otros (también colaboró con Resnais), no haya tenido mejor suerte en su faceta como cineasta.
Por títulos e intentos en géneros de toda índole no será, y es que desde su debut en los 70, tras haber dirigido en el terreno del cortometraje dos trabajos, con La mejor manera de andar, Miller ha entregado títulos que nos llevan desde el drama hasta el thriller, incurriendo en diversas variantes como el drama familiar (I’m Glad My Mother Is Alive), el histórico (Un secreto) o el que nos ocupa, el thriller policiaco en Arresto preventivo.
Protagonizada por Lino Ventura y un habitual del cine galo como Michel Serrault, a los que acompaña en un pequeño pero gran papel Romy Schneider, Arresto preventivo supone una atípica incursión en el polar francés, y es que lejos de urdirse entorno a los parámetros habituales del género, Miller decide centrar la acción tras cuatro paredes en lo que llegará a ser un tenso enfrentamiento psicológico que tendrá lugar tras el asesinato de dos niñas cuando el inspector Gallien decida investigar a fondo la coartada de Martinaud, testimonio que encontró a la segunda niña.
Lejos de centrar la efervescencia y los puntos de miniclímax en las interpretaciones, Miller, que se acoge a Brainwash, obra del escritor británico de novela criminal John Wainwright de idoneo título, prefiere centrarse en un guión que sabe condensar a la perfección los distintos temas abarcados por el cineasta galo en su obra. Y es que lejos de lo que pudiera parecer, Arresto preventivo no se centra de modo único y exclusivo en ese enfrentamiento que surgirá entre inspector y presunto culpable, dirigiéndose consecuentemente hacía otras sendas y dando señas al espectador (ese “incidente” entre Belmont y Martinaud, el intento de huida del segundo, etc…) acerca del tema central.
Por otro lado, Miller desecha una de las que suelen emerger grandes virtudes de este tipo de films psicológicos, y es el de no encerrar a sus personajes en esa habitación, recurriendo a «flashbacks» para lograr que la acción sea más distendida, e incluso a otras estancias como esa en la cual Gallien se encuentra con la mujer de Martinaud en una de las mejores escenas del film, o la charla del inspector con el comisario en la fiesta de fin de año. Con ello, no es que el director galo desaproveche el tenso encuentro que le brindan unos fenomenales Ventura y Serrault, e incluso brinda secuencias de gran nivel sustentadas únicamente en la tenacidad de unos diálogos muy bien urdidos.
El aplomo con que cada personaje juega sus bazas, desde la situación personal vivida por Martinaud hasta las trampas que le va tendiendo el teniente para llegar al fondo de la cuestión y poder obtener una declaración de quien él considera culpable, también resulta clave para que el realizador pueda ahondar entorno a los carácteres de ambos protagonistas y así trenzar con coherencia un último acto y conclusión donde todo termina cobrando sentido y conceptos como presunción de inocencia o presunta culpabilidad quedan relegados a un segundo plano.
Ello, unido a la figura de ese inspector, que puede entroncar en ese desenlace con la figura de los protagonistas que acostumbraban a poblar el polar francés casi sin pretenderlo en un magnífico y retorcido giro de tuerca ideado por Miller, hacen de Arresto preventivo una de esas inesperadas sorpresas que cualquier aficionado al género sabrá apreciar, y en la que tensión y tenacidad se funden para descubrirnos que en el fondo, y tras esas mentes criminales e investigadores, hay mucho más de lo que a simple vista pudiera parecer.
Larga vida a la nueva carne.