El déspota supone la culminación de la mal denominada etapa intimista que David Lean forjó a base de construir una serie de cintas mayoritariamente fotografiadas en blanco y negro, a excepción de Un espíritu burlón y La vida manda, de bajo presupuesto y caracterizadas por soslayar todo conato de grandiosidad y grandilocuencia. Y remarco el término mal denominada porque Lean, que inició su carrera como montador dando el paso a la dirección de la mano del dramaturgo Noel Cöward, siempre se caracterizó por su mirada intimista y sus estudios pormenorizados acerca de la esencia del alma humana sacando a la luz las virtudes y las debilidades que todos poseemos. ¿O es que es menos intimista el viaje desde la cordura a la locura que filmó en Lawrence de Arabia o El puente sobre el Río Kwai que la encrucijada que obligaba a sus personajes a plegar la pasión y el deseo en favor de la rutina y el convencionalismo victoriano de Breve encuentro o Amigos apasionados? Para mi no. El hecho de que la intimidad sea adornada con espectacularidad no es suficiente para tildar una obra como no intimista. Quizás incluso las obras más intimistas de Lean sean aquellas que ostentan mayor presupuesto, como por ejemplo La hija de Ryan o Pasaje a la India.
Última película filmada en blanco y negro por Lean, El déspota marca el punto de inflexión en la carrera del cineasta británico, suponiendo el abandono de las pequeñas producciones puramente británicas y el abrazo a los grandes presupuestos. Producida por la London Films de los hermanos Korda, Lean ya empezaba a marcar territorio para reafirmar su indomable carácter independiente al encargarse de co escribir el guión además de producir y dirigir la película. Dicen las malas lenguas que Lean acabó harto al final del rodaje debido a los problemas y mal rollo que hubo entre los intérpretes principales del film, dos monstruos de la escena británica: un excesivo Charles Laughton y la sibilina e inquietante Brenda De Banzie. Las continuas discusiones entre ambos actores desquiciaron a Lean el cual no soportaba el divismo y los caprichos.
Laughton no atravesaba por aquel entonces su mejor momento siendo su papel muy atacado por la crítica de la época, la cual achacó un exceso de histrionismo a su interpretación. A pesar del reproche crítico para mi Laughton está enorme —no solo en tamaño físico—. Su representación de viudo déspota, tacaño, borracho y machista es insuperable. Dota a su personaje del humanismo soterrado y caricatura necesaria en una comedia costumbrista y victoriana como es El déspota. Otro de los valores indelebles de la cinta es John Mills, uno de los actores fetiches y con los que más cómodo se sentía Lean. Como siempre el intérprete británico está contenido y espléndido, dibujando un personaje que recorre un trayecto desde la humildad y la sumisión al descubrimiento de la vida y el amor siempre con la bondad por delante.
El déspota está considerada por parte de los estudiosos del cine de Lean como una obra menor en la que es difícil detectar el inconfundible sello del cineasta británico. Es cierto que es una de sus obras más inclasificables y estrafalarias. Lean nunca fue un especialista de la comedia de alta escuela, siendo sus dos coqueteos con la misma obras extrañas y muy personales alejadas de cualquier corriente o vértice común con lo que podríamos denominar comedia sofisticada o clásica. Pero sin ser una película perfecta ni una obra maestra, El déspota conecta el encanto de la tradicional comedia victoriana británica con la particular visión de Lean definida por su insistencia en reflejar los defectos del microcosmos sobre el que había centrado su atención. En este caso Lean denunciará con su visionario estilo el machismo, el mercantilismo indolente, el alcoholismo, la hipocresía, la indecencia de los comerciantes y empresarios que no dudan en despojar de dignidad a las clases desfavorecidas, las tradiciones arcaicas tales como las dotes matrimoniales o la avaricia y el egoísmo. Del mismo modo exaltará el amor (aunque de forma heterodoxa), la lucha por conquistar nuestros anhelos y la iniciativa personal como fuentes de virtud generadoras de dicha.
Hay que reseñar que la cinta es una adaptación de una obra de teatro firmada por Harold Brighouse (curioso es que la otra comedia de Lean, Un espíritu burlón, también adaptaba una obra de teatro, en este último caso del padrino de Lean Noël Coward). Es importante destacar el hecho del origen escénico de la historia porque a diferencia de otras adaptaciones cinematográficas, la que efectúa Lean carece de los arquetipos propios del teatro. Más allá de la prevalencia de los escenarios y decorados interiores sobre los rodados en espacios exteriores, Lean fulmina los posibles nexos con el teatro ofreciendo una clase magistral de discurso cinematográfico, a través de una total libertad de movimientos tanto de fotografía como de escenarios. Los movimientos de cámara y puesta en escena pertenecen al universo del arte cinematográfico distanciándose claramente de la rigidez e inmovilidad propias de las tablas escénicas, siendo ello visible en el empleo de espectaculares planos con grúa —ya desde el primer plano Lean explota el travelling y la grúa para describir el escenario principal de la sinopsis (la zapatería propiedad de la familia protagonista) transitando por la estancia como un ojo curioso que muestra las mercancías disponibles en la misma (toda una galería de zapatos cada cual más singular) con un aire de misterio y tenebrosidad generado a través del uso de fantasmagóricas sombras que culminan con la presentación del propietario de la tienda Henry Hobson (Charles Laughton) que arriba a la tienda como un espectro noctámbulo tras una noche de borrachera—.
¿De qué va la película? Como habíamos comentado en párrafos anteriores, El déspota es una comedia atípica y genial. Versa la historia de un viudo atolondrado llamado Henry Hobson dueño de una próspera y céntrica zapatería sita en Manchester en los últimos años de la época victoriana. Hobson es un borrachín egoista y machista que dirige el negocio junto a sus tres hijas solteras, las cuales son tratadas despoticamente más como una mercancía que como lo que son: sus descendientes. De entre las tres hijas de Hobson , Maggie (una solterona treinteañera cansada de las manías y severidad de su padre) es la que más se parece a Henry por su pragmatismo y en principio carencia de sentimientos. La tiranía de Hobson también es padecida por los dos empleados del taller, que aparte de mal pagados desarrollan su labor en condiciones infrahumanas encerrados en el sótano de la tienda. La visita de una venerable y adinerada anciana para felicitar al zapatero que ha elaborado las botas más cómodas que jamás calzó – tal como las define- saca a la luz de la tienda al sumiso y analfabeto Will Mossop, el operario encargado de diseñar los zapatos. Este hecho es aprovechado por Maggie para urdir un plan para abandonar el hogar paterno. Así Maggie decidirá proponer matrimonio al dúctil Will con el objetivo de establecer de este modo su propio negocio de zapatería, lejos de las cadenas de su padre. De este modo Maggie enseñará a Will a leer y a manejarse en el complejo mundo de los negocios, moldeando el carácter apaciguado de su marido de forma que el dócil, analfabeto y desconfiado Will se transformará en un próspero hombre de negocios, seguro y humilde gracias a las enseñanzas de su maquiavélica esposa.
La relación mercantilista versada en el interés económico poco a poco va transformándose en una relación en la que el amor gana la partida a la desafección. Henry Hobson identifica el matrimonio de su hija con su antiguo empleado, así como los posteriores de sus dos hijas pequeñas, como una traición lo que le conducirá a una espiral de alcoholismo y abandono que supondrá un desafío para su cordura, ya de por sí escasa. No obstante un ataque que pone en peligro su vida le hará recapacitar sobre la prudencia de sus actos.
Al igual que acontecía en las dos adaptaciones que Lean llevó a cabo de Charles Dickens (Cadenas rotas y Oliver Twist), el cineasta británico aprovecha la localización de la trama en esta época para criticar a la anquilosada e inmovilista sociedad victoriana generadora de obscenos vicios. Sin llegar a la profundidad de las adaptaciones literarias, Lean muestra el analfabetismo y la explotación que sufrían los trabajadores de las ciudades británicas e igualmente señala el aislamiento en el que vivían estas clases desfavorecidas, las cuales residían en barrios deprimidos apartados de las opulentas y céntricas urbanizaciones. Ello es sugerido a modo de metáfora cómica en la escena en la que Maggie acude a casa de la casera y de la novia de Will para reclamar su mano. Lean también denuncia el clasismo existente de una forma genial, a través de la insinuación de dos estratos sociales existentes en el taller: los dueños siempre en la cómoda superficie y los empleados encerrados en asfixiantes sótanos cerrados con candados privadores de la libertad. Igualmente Lean apunta a la carestía de sentimientos amorosos presentes en esta sociedad. Ello es irónica y paródicamente reflejado en dos de las escenas más satíricas de la cinta: la declaración de amor entre Will y Maggie, en la cual ambos sentados frente a un triste lago rodeado de una opresora verja acuerdan casarse como si del cierre de un contrato mercantil se tratara y la noche de bodas, escena especialmente divertida en la que vemos a un tímido John Mills quitándose la ropa con miedo a que una expectante Maggie pueda contemplar su cuerpo desnudo.
Ya habíamos comentado que la crítica fue particularmente dura con la actuación de Laughton. Suyas son dos de las escenas más grotescas y extrañas (y también de mayor hilaridad) de la película. Y ambas presentan al alcohol y las paranoicas visiones que éste genera como protagonistas. Así en la primera escena de clara inspiración en el cine mudo de Buster Keaton o Harold Lloyd, Laughton imaginará que la luna le persigue reflejada en los mustios charcos presentes a la salida del bar en el que sacia su sed, lo cual le hará terminar con sus huesos, tras una serie de bandazos producidos por su estado de embriaguez, en el almacen de su puritano vecino sito en el subsuelo de la calle. La segunda es quizás la escena más surrealista de la cinta al mostrar a un borracho Laughton delirando su tajada a través de la visión de una rata gigante que le espera con lasciva mirada apostada a los pies de la cama.
En definitiva, El déspota es una comedia social de factura impecable que encierra una acertada crítica en contra de la estupidez y las rígidas formas de relación que existían en la Inglaterra profunda (y no tan alejada moralmente de la época en la que se rodó la cinta). Poseedora de la esencia del cine de Lean, podríamos calificarla como una especie de Rey Lear moderno inspirado en el mito de Pigmalión (la relación que se establece entre la manipuladora e inteligente Maggie y el moldeable y analfabeto Will es una clara representación del mito que ya había sido llevado al cine en obras cumbre como Pigmalión y My fair Lady) y por tanto igualmente inspirado en el Frankenstein de Mary Shelley. Película muy recomendable y disfrutable es sin duda una rareza de obligado visionado para los amantes del cine de David Lean y para todos aquellos que deseen pasar un rato entretenido con una pieza de altísima calidad cinematográfica.
Todo modo de amor al cine.
Soberbio comentario. Esto y de acuerdo con codo lo expresado en esta soberbia crítica a la película. Mi más sincera y calurosa felicitación por haber encontrado la mejor redacción para las más acertadas ideas.
Muchísimas gracias y un cordial saludo.
Luis Miguel.
Muchísimas gracias por tus palabras Luis Miguel. No soy crítico profesional ni lo pretendo, sino simplemente un cinéfilo como tu al que le gustar hablar del cine que me gusta y que creo que merece la pena ser reivindicado. Me encanta David Lean y en particular El déspota, por lo que esperemos que este humilde artícula sirva para acercar esta obra maestra a las nuevas generaciones de cinéfilos para demostrar que no siempre hacen falta efectos especiales ni grandes presupuestos para contar una historia profunda, moderna y divertida con el único recurso del talento.
Un abrazo!