Sesión doble: La última caza (1956) / Hombre sin fronteras (1971)

El western, ese género que tan poco se prodiga en la actualidad sirve para disfrutar una sesión doble llena de hombres fuertes y camaraderías enfrentadas, dos grandes como Richard Brooks con La última caza (1956) y Peter Fonda, con doblete por su protagonismo en  Hombre sin fronteras, dan pie a un día en el lejano oeste.

 

La última caza (Richard Brooks)

la ultima caza

La última caza es la historia de dos hombres muy diferentes, Sandy McKenzie (Stewart Granger),  Charlie Gilson (Robert Taylor)  y la incómoda alianza que forman. Sandy es un famoso cazador de búfalos, pero ha abandonado su antigua profesión para centrar su atención en el negocio del ganado. Sin embargo, el destino tiene otros planes y, cuando una estampida de búfalos invade su rebaño, un encuentro casual con el veterano de guerra  Charlie  le lleva a volver a cazar a regañadientes.

Mientras Sandy ha visto más que suficiente derramamiento de sangre, Charlie tiene una obsesión con la muerte. Las experiencias de guerra de Charlie han dejado clara huella y parece vivir para matar. Los enfoques contrastantes de los dos hombres se ponen en relieve durante una de las escenas de caza . Después de haber establecido una posición, la cámara intercala entre este par.  Mientras Charlie muestra una máscara de sádica alegría mientras  cae un animal tras otro, Sandy es sacudido por su conciencia y está a punto de romper a llorar ante la idea de la devastación de la que está participando. Si las perspectivas radicalmente diferentes de los renuentes socios no eran una fuente suficiente de conflictos, su rivalidad se complica aún más cuando Charlie captura una joven india (Debra Paget) y la lleva como su mujer. Junto con su gran vena sádica, Charlie es también un racista descarado con una profunda desconfianza y odio hacia los indios. Considera a la mujer como de su propiedad, botín de guerra si se quiere, para ser usado o abusado a su gusto. Sandy no solamente  considera este tipo de comportamiento una afrenta a su sentido de la moral pero también se encuentra  ante un incremento de sentimientos románticos por la mujer (a quien nunca se le adjudica un nombre).

La creciente paranoia de Charlie y aflicción de Sandy, impulsados tanto por la masacre de los búfalos y la presencia de la mujer entre ellos hace que las tensiones aumenten inexorablemente. Tarde o temprano, es obvio que estallarán en una confrontación para resolver cuentas, y el clímax de la película es escalofriante y memorable en todos los sentidos.

Estrenado en 1956 es un western duro y sombrío,  adaptado y dirigido por Richard Brooks (quien hizo tan excelentes y diversas películas como Los profesionales, A sangre fría, Cat on the hot tin roof, etc) y cuenta con la actuación más refinada, compleja y escalofriante que Robert Taylor haya realizado jamás.

Las escenas de matanza de búfalos (en realidad imágenes de un ejercicio de reducción  de las manadas para mantener los números en línea) son extraordinarias y muy fuertes para los estándares de la época actual en la que estamos acostumbrados a que se haga expresa la protección del bienestar de cualquier animal que aparece en pantalla. Se trata de una película imperdible para todo amante del género con un discurso muy interesante sobre la macabra relación entre el heroísmo y la violencia.

Escrito por Ana Ravera

 

Hombre sin fronteras (Peter Fonda)

hombre sin fronteras

En la década de los setenta el western agonizaba como género tras un periplo de éxito continuado desde prácticamente los mismos orígenes del cine. Sin embargo en esta extraordinaria década brotaron una serie de westerns de temática crepuscular y revisionista que dieron lustre al final de una época del cine: el ocaso del gran western americano. Entre todos ellos quizás uno de los films más bellos e incomprensiblemente desconocido sea Hombre sin fronteras dirigido en 1971 por un Peter Fonda que se encontraba en su cénit creativo como artista tras haber co-dirigido Easy Rider junto a Dennis Hooper. Fonda supo captar con una poderosa cámara y puesta en escena el dolor existencial y la decadencia que habitaban en las solitarias y decrépitas praderas del oeste americano tras la irrupción del progreso y la destrucción de los hábitos de vida en los pequeños pueblos del far west. De una belleza paisajísitca a la altura de los mejores films de Budd Boetticher adornada por la violencia inexpresiva intrínseca de las cintas de Sam Peckinpah, Hombre sin fronteras es uno de los westerns más deprimentes y nostálgicos de la historia del cine.

Hombre sin fronteras es un western de autor que abraza el minimalismo, el silencio y el aura intimista como señas de identidad. Si bien la cinta posee buenas escenas de acción y tiroteo, salpicadas con reminiscencias gore algunas de ellas, el talante de la cinta huye del espectáculo pirotécnico y del dinamismo. La cinta adolece de la épica y aventuras del gran western de los cuarenta y cincuenta mostrando de manera clarividente las cicatrices interiores y exteriores que hieren el alma de los obsoletos vaqueros.

La obra desprende el aroma del cine americano independiente de comienzos de los setenta, tanto por su estilo narrativo forjado en esa hipnótica aptitud de mostrar la vida cotidiana de los personajes de forma muy realista y sin que parezca que vaya a pasar nunca nada, tanto como por su gusto por exhibir espacios abiertos y escenarios naturales —arrebatados maravillosamente por una estupenda fotografía pictórica inspirada en los paisajes desolados de los cuadros de Edward Hooper— y por su estilo introspectivo y gusto por personajes melancólicos desplazados de la sociedad que deciden cambiar el rumbo de sus vidas para iniciar un viaje que les posibilite encontrar su sitio en el mundo violento y nihilista que habitan.

La película narra la típica epopeya crepuscular, —tan de moda en aquellos tiempos gracias a cintas tan sublimes como Will Penny, Monte Walsh o la posterior Dos hombres contra el Oeste— protagonizada por dos vaqueros errantes, el triste Harry (Peter Fonda) y el veterano Arch (un Warren Oates que borda su papel con una interpretación ascética que rebosa verdad), los cuales deciden renunciar a su anodina vida como cowboys para regresar al hogar de Harry, un viejo rancho ocupado por su mujer Hannah y su hija.

Hannah no ha perdonado a Harry por haberla abandonado años atrás e incluso ha hecho creer a la pequeña que su padre está muerto. Éste decidido a obtener el perdón de su familia, acepta que Hannah le rechace como marido, pero a cambio se ofrece a trabajar como bracero junto a su amigo Arch en el rancho. Sin embargo un suceso que confrontó durante el viaje de retorno a casa a la pareja de vaqueros con unos harapientos y decadentes forajidos en un pueblo semiabandonado obligará a Harry a abandonar de nuevo el rancho para salvaguardar la integridad de su amigo Arch, lo cual le conduce a un punto de no retorno en el que Harry antepone la lealtad y la amistad a la incipiente felicidad que empezaba a brotar en su existencia.

Peter Fonda dota a la película de una atmósfera doliente y decaída en la que no hay hueco para la alegría ni la felicidad. La tristeza, el dolor y el declive de una forma de vida dominan el ambiente ayudados por unas interpretaciones austeras que huyen de cualquier símbolo de histrionismo. El cineasta estadounidense bebe de la literatura de John Steinbeck —sobre todo de la legendaria De ratones y hombres— y de la poesía de Jack Kerouac para forjar una obra intensa sobre la amistad, la fidelidad, las segundas oportunidades y la desesperanza que habita en la condición humana legando para los amantes del western crepuscular una obra compleja agraciada por un retrato perspicaz del final de una época. Un western novelístico y fascinante de personajes heridos por sus actos que es sin duda la gran obra maestra de un artista a reivindicar: Peter Fonda.

Escrito por Rubén Redondo

 

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