El pasado 3 de Septiembre fallecía en Málaga José Ramón Larraz, el que era hasta entonces una de las últimas figuras vivas del cine de géneros de nuestro país. Este año se antoja nefasto para el cine fantástico español, donde meses atrás también fallecería el incombustible Jess Franco, quien compartía con Larraz su pasión por el género de terror y la utilización de innumerables pseudónimos, siendo ambos cineastas capítulos importantísimos de nuestra cinematografía maldita y denostada para el gran público pero continuamente reivindicada en festivales, muestras y obras literarias.
Larraz era un incansable trabajador para el cine y la televisión, pero sus inicios estaban íntimamente ligados al mundo del cómic. Nacido en Barcelona en el año 1929, comienza trabajando para la editorial Cliper, quien le encargaría entre otros proyectos la ilustración de las tiras del popular El Coyote. Esto le ayudaría a convertirse en un reputado profesional en la ilustración y guión de historias gráficas (especializándose en la aventura), atreviéndose a emigrar a Francia a mediados de los 50 para continuar su carrera como historietista que alternaría con la labor de fotógrafo de moda. Conseguiría publicar tiras en algunos de los más conocidos diarios y publicaciones del país, hasta llegar a Bélgica en la década siguiente. Su continuo contacto y relación con populares dibujantes de la región le bastaron para compartir trabajo y páginas con ellos, ganándose un importante nombre en el mundillo.
Todo cambiaría cuando a finales de los 60, Larraz se sintiese atraído por otra forma de contar historias, al observar la eclosión del cine de géneros europeo. Por ello, se traslada a Londres donde prueba fortuna dibujando el storyboard de su primer guión, que de tal calidad le permitió conseguir financiación. Whirlpool (1969) se convertiría así en su ópera prima, donde ya se observan muchos de los clichés de su cine como el erotismo como germen de la psicología del personaje y sus acciones. Luego llegarían Deviation (1971), realizada con capital sueco o La Muerte Incierta (1973), consiguiendo ya una especialización clara en el terror sin perder ese erotismo latente que inunda su universo como cineasta. 1974 sería un año clave en su carrera: dirige Symptoms, que representó a Inglaterra en la edición del Festival de Cannes de ese año, con el prestigio que eso conlleva; además, filmaría Las Hijas de Drácula, co-producción italo-española convertida con el paso de los años en su película más conocida y una pieza clave del llamado fantaterrror español. Convertida en película de culto, su mezcla de terror y erotismo define perfectamente el gusto por la mezcla de ambos géneros que caracterizó el cine más recordado de Larraz.
De vuelta a España en 1976, Larraz se especializaría en el cine de terror que alternaría con lo puramente erótico, ofreciendo propuestas tan dispares como El Mirón (1977), La Ocasión (1978) o El Periscopio (1979) entre otras, todas ellas títulos significativos del fenómeno del destape. Estigma (1980) y Los Ritos Sexuales del Diablo (1982) le consagrarían como figura esencial del terror patrio, antes de pasarse a la televisión con la mini-serie Goya (1985) en un medio que reincidiría en años posteriores. Descanse en Piezas (1987) y Al Filo del Hacha (1988), donde ya mostraba una etapa crepuscular de su talento en dos propuestas deudoras del popular cine de terror norteamericano de la década, siendo ambas co-producidas por Estados Unidos. Deadly Manor (1990) será su última aportación al género, para volver a la comedia con la infortunada Sevilla Connection (1992) al servicio de la comicidad del popular dúo “Los Morancos”. Aquí firmaría su retiro, que se saltaría temporalmente para rodar dos capítulos de Viento de pueblo: Miguel Hernández (2002), firmando su último trabajo como realizador.
En el año 2012 Larraz publica su autobiografía llamada Del cómic al cine, con mujeres de película y en estos momentos se encontraba trabajando junto al cineasta Víctor Matellano en un guión relacionado con su cinta más popular, la anteriormente citada Las Hijas de Drácula. Con su muerte se va parte de la historia del cine popular de nuestro país, miembro de una generación de cineastas que lucharon por la defensa de unos géneros habitualmente maltratados y cuyo trabajo y pasión impulsaban el arte de unas propuestas de una naturalidad desgraciadamente minoritaria. Con la muerte de José Ramón Larraz se va, ante todo, un autor, un creador infatigable que hizo de su atrevimiento y fidelidad al medio dos de sus principales armas creativas.