La fórmula no es nueva y aunque tanto sus anclajes narrativos como formales recuerdan a cintas anteriores en lo que respecta a la comedia romántica coral, Dani de la Orden parece conocer las herramientas necesarias como para que su debut no se torne uno entre tantos otros rutinarios trabajos que descafeinan año tras año un género que años atrás hacían brillar nombres que han estampado su impronta en la historia del cine. Quizá, y digo solo quizá, por ello sea tan fácil como complejo construir un relato de estas características a día de hoy. Fácil, por un lado, puesto que encontrar un poco de luz ante el nivel generalizado que muestra la comedia romántica de los últimos años no debería antojarse ardua tarea, pero complejo por el hecho de haber derrochado talento a través de cineastas que han encontrado en ella la vía de escape ideal.
No nos llevemos, de todos modos, a engaño, y es que manejar los compases de un género así puede llegar a resultar todo un reto, pues el dominio del tempo (ya no solo hablando en un estricto sentido narrativo, sino en la construcción del gag humorístico), el empleo de diálogos y escenarios y los recursos en la interpretación suponen valores capitales que un realizador debe saber aprovechar si desea que el resultado sea, como mínimo, ya no digamos efectivo, sino más bien salvable. De la Orden maneja verdaderamente bien lo primero (aunque sea en base a emplear esos interludios musicales que cada vez gustan más a cineastas de toda índole, o aprovechar recursos estéticos muy ligados el cine actual), se defiende ante lo segundo y aprovecha cada virtud de los actores que maneja para lograr que, más allá de ser una cinta salvable, Barcelona, noche de verano resulte efectiva en más de una ocasión.
Así, y entre algunos nombres de lo que se podría denominar (si me permiten la licencia) nuevo cine catalán, como son los de Àlex Monner (más conocido por su papel en la serie Pulseras rojas), Jan Cornet (al que vimos en La piel que habito y más recientemente encabezando el reparto de Menú degustación) o Francesc Colomer (otro protagonista, en este caso de la ganadora del Goya, Pa negre), entre otros, Barcelona, noche de verano juega a encontrar entre las distintas historias que nos cuenta (seis, para ser exactos) un rincón donde la empatía del espectador juegue un papel importante y donde la agilidad con que de la Orden traslada cada pequeño momento de cada relato a la pantalla, funcione como eje central de una cinta que encuentra en sus entresijos narrativos y la inteligencia con que cada actor sabe ocupar su espacio en el marco que posee, una de las grandes motivaciones para enfrentar con cierta tranquilidad el visionado si uno tiene debilidad por el género.
Y es que otro de los puntos claves de la comedia romántica es el de administrar los tiempos con el objetivo de que trabajos que, por norma general, sirven para ayudar al espectador a desconectar y pasar un agradable rato, no terminen resultando farragosos o hagan que uno deba consultar la hora en lo que debiera ser un ejercicio de lucidez en su sentido narrativo más estricto, logrando así que no se apague la llama del entretenimiento. Con ello, no quisiera restar valores o frivolizar entorno a un género que, como es obvio, también pretende empapar de emoción la pantalla, sino más bien aclarar que el aquí debutante cumple a la perfección con uno de los objetivos más terrenales (y, por ello, más complicados de lograr). No obstante, de la Orden también consigue enlazar varios de esos momentos que funcionan a niveles más afectivos, haciendo de Barcelona, noche de verano una de esas pequeñas y gratas sorpresas que, sin escarbar en lo más profundo del espectador (aunque, como comenté, el factor empático es un plus), funcione notablemente como lo que se supone que es.
Larga vida a la nueva carne.