Apenas un lustro ha pasado desde que Jeff Nichols debutara con Shotgun Stories, y desde entonces la trayectoria ascendente de uno de los cineastas independientes con mayor proyección de la actualidad no ha cesado de recibir halagos tras firmar en 2011 Take Shelter, un drama donde las catástrofes se personificaban para hablarnos sobre temas mucho más arraigados a la esencia intrínseca del ser humano donde Michael Shannon repetía como protagonista, y volver en 2012 con Mud bajo el brazo, ese drama sureño con un reconvertido Matthew McConaughey para la ocasión que por estos lares nuestro compañero Rubén no dudó en tildar de clásico contemporáneo.
Si bien la estela de Nichols ha empezado a cobrar cada vez más fuerza gracias a estos dos últimos trabajos, conviene no eludir su ya citada ópera prima, una Shotgun Stories donde el apoyo de un cineasta del tamaño de David Gordon Green en la producción era toda una carta de presentación para un debutante como el de Arkansas.
Ambientada en esos parajes sureños que tan bien parecen dársele a Nichols y forjada en esa América profunda que tan buenos resultados ha dado en otras ocasiones, el autor de Take Shelter nos presenta a Son Hayes, el impasible hermano mayor (esto en ningún momento se especifica, aunque es lo que parece querer indicar Nichols fijando esa jerarquía interna) de una família de tres que trabaja en una piscifactoría y tras encontrar una nota de su mujer en casa reunirá a sus congéneres (por los que ella no parece sentir demasiada simpatía) bajo el techo de su casa para recibir, sólo unos días después, la noticia en boca de su madre de que su padre ha muerto. La asistencia al entierro por parte de Son y sus hermanos azuzará viejas rencillas que terminarán componiendo el núcleo de un relato visceral sobre la naturaleza humana.
Su prólogo y la presentación de los hechos deja claro que, ante todo, Nichols es un fabuloso narrador capaz de armar en unas pocas escenas el epicentro de una historia teñida por episodios pasados (esas marcas en la espalda de Son y los rumores entorno a ellas), estigmas familiares (la vaga relación con la figura materna o la nula reacción ante la mentada noticia de la muerte de su padre) y conflictos externos a través de los cuales otorga las suficientes señas como para que el espectador, sin conocer el origen de todo ello de antemano, pueda reconstruir mentalmente y sin dificultad los hechos.
Así, esa familia rota y desunida por el abandono de un padre y el supuesto instigamiento de una madre al odio, componen el marco perfecto para conducirnos a un panorama donde el miedo bordea inconscientemente las vidas de esos personajes y la violencia parece ser la única respuesta posible ante el desconocimiento de esa situación.
Lejos de acudir a episodios más explícitos o gráficos, Nichols sabe sugerir el conflicto de raíz manejando y gestionando a la perfección los instantes de mayor intensidad dramática, y suscitando siempre la escena desde el punto de partida más favorable tanto para el propio film como para las habilidades de sus intérpretes (en ese sentido, tanto el manejo del plano como la planificación de la escena resultan elementos capitales). De este modo, el de Arkansas demuestra ser un hábil gestador de secuencias (sean del tipo que sean) que sabe hacer fluir con impresionante pulso a través de la narración.
Con un Michael Shannon que ya daba trazas de su talento a la cabeza y un elenco repleto de secundarios a los que se saca el mayor partido posible, Shotgun Stories es una película tan cruda como conmovedora, en la que Nichols se maneja a la perfección: tanto generando pequeños picos de atmósfera en apenas segundos (especialmente destacables la secuencia del funeral o la del lavadero de coches), como administrando una banda sonora que exprime los contrastes de los que hace gala el film y desentrañando un tono vital para el devenir de la obra.
Aunque con su título, Shotgun Stories defina indefectiblemente hacía donde virará la historia en cierto modo, ello no condiciona el film en ningún momento debido a la sencillez con la que el cineasta sabe tratar temas más complejos de lo que pudiera parecer, y que a la postre termina convirtiéndose en una de sus virtudes primordiales para culminar con una de esas conclusiones que, con arrebatadora ingenuidad, se clavan en la retina del espectador en uno de los mejores debuts del cine independiente norteamericano de los últimos años en el nacimiento de los ya, sin lugar a dudas, grandes talentos confirmados de un panorama cada vez más creciente y en cierto modo subversivo que encuentra en las cualidades del cine de Nichols el mejor reverso para comprender que las ganas de derribar tabúes y fronteras formales no siempre lo son todo.
Larga vida a la nueva carne.