El 31 de agosto de 1973 el cine mundial quedaba huérfano de uno de los más grandes poetas del séptimo arte, un pionero del cine popular, único, sencillo, culto y humanista, estadounidense de nacimiento e irlandés de cuerpo y alma. Un genio amigo de sus amigos, fiel, guasón y gran bebedor cuya principal misión consistía en hacer películas para el público y solo para el público, dejando siempre a un lado las pedantes pretensiones de concebir el cine para satisfacer a una supuesta minoría de élite (lo que hoy en día llamaríamos los cinéfilos). Un hombre querido y respetado por todos sus compañeros y al que su humildad le llevaba a afirmar que tan solo era un cineasta que hacía películas de indios y vaqueros. Nada más lejos de la realidad, porque John Ford fue, es y será uno de los más grandes y complejos autores que ha parido el arte cinematográfico, una personalidad cuya influencia perdurará más allá de holocaustos y apocalipsis nucleares. No sé si el más grande, pero sin duda uno de los diez magníficos cuya filmografía es imprescindible conocer en más del 50% (complicado el 100% dada la cantidad de obras tanto mudas como sonoras que adornan su curriculum) para quien quiera catalogarse con la etiqueta de cinéfilo.
Resulta complicado catalogar a John Ford como cineasta maldito, así como del mismo modo es arduo concluir que una película de Ford es una obra menor. Sin embargo es cierto que últimamente Ford ha perdido presencia entre los más jóvenes aficionados al cine en favor de autores más personales y estrafalarios como Bergman, Fellini, Godard, Kubrick o Tarkovski e incluso entre los nombres más clásicos, parece que son Billy Wilder y Alfred Hitchcock los que han conseguido ganar la partida al tuerto de oro. Por ello hemos elegido una de las obras más blasfemadas y minusvaloradas del genio para incluirla en nuestra sección de obras menores. Una obra en principio extraña, friki y a simple vista alejada del universo “Fordiano”, pero que tras su revisión es fácil adivinar en ella el sello personal del cineasta estadounidense. En la misma están presentes todos los atributos de su cine: desde el sentido del humor típicamente Ford, el carácter coral del argumento, un tratamiento irónico del sentido de la vida y del deber, la inconfundible visión de Ford de la familia, la amistad y la confrontación entre veteranía y juventud así como su ritmo dinámico y frenético en el que la verborrea de los múltiples personajes que aparecen y desaparecen de la trama y las cotidianas conversaciones que se establecen entre ellos impiden que el silencio pueda hacer acto de presencia a lo largo del metraje. Esta película no es otra que Un crimen por hora.
Película de producción británica filmada en Londres en las postrimerías de la carrera de Ford, la cinta adaptaba a la pantalla una novela de John Creasey titulada Gideon´s Day (un acertado título, ya que la trama narra las peripecias de un inspector de Scottland Yard llamado Gideon a lo largo de un día de trabajo desde el desayuno a la cena) y fue la segunda película de Ford producida por Michael Killanin tras La salida de la luna. Ford encontró con Killanin una absoluta libertad creativa, quizás como nunca antes la había conseguido trabajando para los grandes estudios de Hollywood, por lo que no resultaría vano concluir que tanto La salida de la luna como Un crimen por hora son las películas más puras de lo que podríamos denominar el imaginario creativo de Ford.
A diferencia de otras películas de a época que abordaban la misma temática tales como Brigada 21 de William Wyler, FBI contra el imperio del crimen de Mervyn LeRoy o incluso la española 091 policía al habla de José María Forqué, John Ford opta por retratar el humanismo, el buen humor e incluso las dificultades para conciliar la vida familiar con el trabajo que imperan entre los sacrificados miembros el cuerpo de policía a través de la filmación de la crónica de un día de trabajo protagonizado por el inspector Gideon, un paciente padre de familia que ha prometido a su hija que asistirá al concierto filarmónico de su debut que se celebrará por la tarde de ese mismo día y al que la compleja rutina laboral que sufre en su día a día complica el cumplimiento de esta misión familiar.
Este es uno de los elementos típicamente Ford. Si el espectador espera encontrarse con la tradicional película policial, en la que la intriga y el suspense impera sobre el resto de materias, se llevará una decepción ya que la película adolece de argumento policial. Es cierto que a medida que avanza la cinta el inspector Gideon irá enfrentándose con una serie de complejos acontecimientos delictivos que deberá resolver para poder acudir a casa a tiempo y así poder asistir al concierto de su hija, pero estos casos no siguen un hilo argumental lineal, sino que adoptan la forma de un camino curvilíneo que complica el día al bueno de Gideon. Así Gideon se topará con un caso de un maníaco asesino de mujeres, el caso de un robo en el que parece haber participado un policía de su departamento y el caso de otro robo cometido por unos pijos con ganas de dinero y vivir sensaciones fuertes. Si bien en un principio los casos parecen inconexos, el discurrir de la trama los entrelazará en una especie de Vidas cruzadas “Fordiano” que nada tiene que envidiar al ideado por Robert Altman.
Otro de los aspectos identificables con el cine de Ford es el gusto por rodar en espacios abiertos, libres de paredes y atmósfera opresora. En este caso las luminosas calles londinenses adornadas con luces de neón y paisaje puramente urbano hacen las veces de Monument Valley consiguiendo plasmar el mismo efecto de deseo de libertad que en las películas del séptimo de caballería. Y hablando de este mítico cuerpo del western americano, otro de los elementos Ford que ostenta la película es el retrato efectuado del trabajo del cuerpo de policía. Sin duda Ford dibujó la personalidad de los policías como si de miembros del séptimo de caballería se trataran, los cuales montan caballos de hierro y motores en lugar de los bellos animales de tiro de las praderas estadounidenses. Gideon (interpretado de forma guasona y espléndida por el gran Jack Hawkins, el cual aparece con el pelo teñido al estilo del John Wayne de El hombre tranquilo) luce la personalidad de un moderno Kirby Yorke —aquel teniente con problemas familiares de la mítica Río Grande— cuya personalidad bondadosa, honesta, legal y responsable con su trabajo impide mantener una relación más afectuosa y cercana con su familia. De hecho las mujeres de Gideon —su mujer e hija mayor principalmente— podrían equipararse a las sacrificadas y resignadas mujeres del séptimo de caballería cuya vida se limita a las tareas domésticas y esperar a su marido o padre tras una dura jornada de lucha contra los indios (maleantes en el caso de Gideon).
Una rareza llamativa que esconde la película es la existencia de dos versiones: una americana en blanco y negro y de mayor metraje y otra inglesa, fotografiada en un bellísimo ‹technicolor› y de menor duración. La cinta fue un fracaso de taquilla en Estados Unidos ya que el público estadounidense quizás esperaba un Ford más épico y aventurero, mas después del enorme éxito de Centauros del desierto y Cuna de héroes. Sin embargo el Ford de Un crimen por hora se arriesgó en sacar a la luz una película libre, despreocupada, en la que se siente cierta improvisación en la forma de rodar y en las interpretaciones de los actores, repleta de humor y en el que la épica del suspense torna en épica familiar, tejiendo de este modo una tragicomedia de tono poético e independiente en la que brota una divertida crítica sobre los pesares que la vida moderna acarrea a los sufridos moradores de las grandes urbes, apostando el director americano por un retorno a formas de interrelaciones humanas menos encorsetadas y más humanas.
Especialmente disfrutables son las interpretaciones de la multitud de personajes que aparecen en pantalla, todos ellos muy “fordianos”, tales como la resignada mujer de Gideon, el joven policía que choca contra la personalidad de Gideon el cual es conocido entre sus superiores por imponer multas de tráfico a toda la jefatura de policía y que acabará enamorándose de la hija de Gideon, los joviales y bondadosos compañeros de trabajo de Gideon los cuales recuerdan al Victor McLaglen de la trilogía de caballería, el confidente Birdie Sparrow un borrachín de buen corazón que ayuda a Gideon en agradecimiento por favores del pasado, la mujer de Sparrow una despreocupada mujer amante de la bebida y la fiesta y para finalizar la enumeración de personajes acabamos con el joven párroco que acoge a Sparrow como sacristán que en un principio es objeto de las burlas de los niños que le creen un flojo y cobarde, pero que demostrará que las apariencias engañan.
Película inclasificable, excéntrica y filmada desde una libertad autoral total, Un crimen por hora posee el rango de película incomprendida en la filmografía de John Ford. Los críticos y aficionados al cine la han desterrado al baúl del olvido con la excusa de que se trata de una película menor, extraña, ridícula que se desvía de los temas habituales de Ford. Mi recomendación es que contemplen la película con la mente en blanco de críticas y habladurías y juzgen por ustedes mismos si esta magnífica película, para mi una de las más intimistas y que mejor definen la forma de ver el cine y la vida de John Ford, merece este destierro o si por el contrario debe ser considerada como lo que es para mí: un magnífico testamento que sirve para delimitar la frontera del universo de John Ford. Va por usted maestro.
Todo modo de amor al cine.