El reciente estreno de El Llanero Solitario, la adaptación al cine de las aventuras del famoso héroe enmascarado, parece una ocasión apropiada de rescatar la figura de uno de los iconos más carismáticos de la cultura popular, en concreto de la mexicana, “El Santo”. Bajo ese pseudónimo se escondía Rodolfo Guzmán Huerta, luchador mexicano enmascarado cuya popularidad en la lucha libre trascendió hasta convertirse en una auténtica leyenda de la cultura popular y el cine, donde protagonizó más de 50 largometrajes todos ellos con admirables resultados en taquilla. Nos centraremos en uno de ellos Santo contra el Doctor Muerte coproducción hispano-mexicana dirigida por Rafael Romero Marchent, auténtico labrador del cine de géneros de nuestro país. Utilizó el reducto del Spaghetti Western (considerado uno de los mayores responsables de su crecimiento junto con su hermano Joaquín Luis) para cosechar sus películas más representativas, sirviendo ¿Quién Grita Venganza? (1968), Uno a Uno Sin Piedad (1968) o Garringo (1970) como claros ejemplos de ello.
La figura de “El Santo” en el cine comenzó claramente ubicada en el cine de terror azteca, a comienzos de los 60. Combinando una trama aderezada de influencias claras del terror clásico americano y británico (Universal, Hammer…) y combates reales contemporáneos, las películas se fundamentaban en la recreación del protagonista (también llamado El Enmascarado de Plata) como héroe popular, defensor eterno de la justicia y combatiente de la maldad, convirtiéndolo en una figura superlativa heroica adquiriendo incluso el estigma de superhéroe. En la década de los 60 y con la industria cinematográfica mexicana de género a pleno pulmón de producción (algunos de sus directores más representativos como René Cardona y su homónimo hijo, Chano Urueta o el español José Díaz Morales dirigieron películas de “El Santo”) las aventuras del héroe enmascarado (acompañado en ocasiones de otros luchadores como su inseparable “Blue Demon”) le hacían enfrentarse a mitos clásicos del horror como Frankenstein, El Hombre Lobo, vampiros, marcianos y villanos de índole similar. En esta etapa sería cuando Santo adquiriría una popularidad desmedida, formando ya parte inamovible de la cultura mexicana en general y del cine de terror azteca en particular. Con el final de la década de los 60, y el tono kitsch que emergió con el inicio de la siguiente década, hizo variar ligeramente las tramas y aventuras de nuestro héroe. Los villanos monstruosos eran sustituidos por secuestradores, mafias y «mad doctors», convirtiendo a Santo en un espía de la Interpol como una clara influencia del boom sufrido a raíz del éxito de James Bond y todos las sucedáneas imitaciones que originó principalmente en Europa.
Santo contra el Doctor Muerte entra claramente en esa nueva vertiente, rodada enteramente en España a modo de co-producción con México. Según parece, el luchador y actor tenía en ese momento prohibido rodar en su país y tuvo que emigrar a nuestras fronteras, donde rodaría otras dos películas previas a esta. Así, prácticamente todo el equipo técnico y artístico es español, incluyendo rostros tan conocidos en nuestro cine como Mirta Miller, Helga Liné, George Rigaud, Antonio Pica o el recientemente fallecido Carlos Romero Marchent. Está considerada una de las mejores cintas de “El Santo”, siendo incluso sería doblada al inglés. Algo por cierto, muy poco habitual en la saga. La narración comienza con el asalto de un criminal (Pica) a un museo mejicano, quien daña uno de los cuadros expuestos, Los Borrachos, obra de Velázquez. La policía abre una investigación y todas las sospechas caen sobre el restaurador Robert Mann (Rigaud) de quien se descubrirá su pasión exagerada por las obras de arte y su condición de «mad doctor» (en el término de persona de escasos valores morales que emplea amplios conocimientos médicos o científicos para propósitos estrafalarios y poco éticos) utilizando su imponente castillo con una extraña experimentación con mujeres.
La película supone ampliamente el establecimiento de un nuevo punto de vista de nuestro personaje y la desvirtuación de su icono de héroe popular, a favor de una cierta humanización. Pierde sus tintes “superhéroicos”, convirtiéndose en un ser humano normalizado con su condición de espía y quien utiliza sus conocimientos de lucha libre para facilitar su trabajo y no como en sus películas mexicanas, donde su condición de luchador era una forma de establecer su figura mediática cultural. Como previamente señalamos la influencia del cine de espías es latente, perteneciendo a todo ese movimiento repleto de exploits del agente británico que con mayor o menor fortuna pirateaban sus aventuras. Santo contra el Doctor Muerte asimila con acierto estético el espíritu «kitsch» y luminoso de muchas de esas parodias. Su identidad genérica, queda perfectamente asentada gracias al talento en la narración de Romero Marchent, experto en sacar provecho de los pocos medios disponibles y quien aporta a la película un espíritu aventurero y desvergonzado ensamblando las constantes «pseudo-bondianas» con cierta desvirtuación del estigma de Santo, quien parece mucho más creíble que en sus anteriores aventuras (a pesar de pasearse por la calle y aeropuerto con su máscara y no llamar ninguna atención) dejando a un lado la importancia de su figura como héroe de cine fantástico.
Su escasez presupuestaria muestra un divertido espíritu trash, embozado por la sabia labor de realización de Marchent y el perfecto aprovechamiento de escenarios, localizaciones y exteriores. Algunas secuencias están tratadas con una seriedad y sentido de la diversión muy digno, con uno de los finales más épicos de la saga cinematográfica del personaje. En muy pocas películas de “El Santo” se ha dado tanto protagonismo a los personajes, donde destaca el encanto de secundarios que deja al héroe enmascarado en un segundo plano: Rigaud y Pica construyen unos villanos emblemáticos, las presencias femeninas de Helga Liné, Mirta Miller o Maribel Hidalgo aportan el aspecto sexy inherente al subgénero «spy» y Carlos Romero Marchent se convierte en compañero inseparable de Santo con un carácter entrañable. Además siempre es un placer ver a toda una eminencia del cine de géneros español como Frank Braña, en una lucha cuerpo contra cuerpo contra nuestro protagonista. Santo contra el Doctor Muerte no defraudará a quienes degusten ese cine popular libre de pretensiones y grandes presupuestos, pero sin desmerecer su gran trabajo implícito de construir y desarrollar una estimable identidad autoral.