Esta semana llega por fin a nuestros cines una de las películas europeas más destacadas de 2012, Perder la razón la quinta obra del director y guionista belga Joachim Lafosse. Aunque quizás esta haya sido su primera película conocida para muchos, Joachim presentó su segunda película Propiedad Privada dentro de la Sección Oficial del Festival de cine de Venecia en 2006, siendo está película la que nos ocupa.
En esta película seguimos a una madre divorciada con dos gemelos en la veintena, madre e hijos viven en una enorme casa situada en el campo que otrora perteneció a la familia paterna de los niños. El padre, que ha rehecho su vida con hijo incluido, actúa más como cajero automático que como apoyo emocional para ellos. El conflicto aparece cuando Pascale (Isabelle Huppert), la madre, decidida a comenzar a vivir su vida más allá de la crianza de sus vástagos, buscando vender la casa familiar para poder comprar y regentar junto a su novio una pequeña casa rural en algún lugar de la Dordoña francesa; los hijos, que a pesar de ser gemelos son totalmente opuestos no solo físicamente sino con caracteres enfrentados, afrontan esta posibilidad con diferente manera y talante. Mientras François (Yannick Renier) prefiere no mojarse para no cabrear ni a su hermano, ni a su madre, mostrando una actitud bastante cobarde e impávida, Thierry (Jéremie Renier) se muestra conflictivo, actúa con ira y despotismo al ver como su madre le está robando su herencia. De este conflicto de interés surge un cisma dentro de esta familia acomodada, cisma que mientras más avanza el metraje, el rencor, el interés y el egoísmo, más grande e irreconciliable parece. Esta crispación se muestra perfectamente en algo tan banal y cotidiano como es la cena. En ese momento se visualiza la evolución —¿o sería mejor decir involución?— de las relaciones entre el trío protagonista que pasa de compartir comida, confidencias y bromas de forma distendida, a ser el momento clave para sacar las cuchillos, lanzarse las miserias y poner las cartas sobre la mesa.
La película está protagonizada por una auténtica debilidad personal, Isabelle Huppert, una actriz que siempre apuesta por papeles al límite, que disfruta arriesgándose por nuevos directores con talento y que no le importa que su papel desagrade al espectador. Como en ocasiones puede ser el caso de en esta película, en donde Isabelle se muestra egoísta, fría, arisca y reticente. Similar personalidad que a su vez se gasta Thierry, ambos personajes enfrentados por un viejo caserón perdido en mitad del bosque, no son tan diferentes como ellos creen.
Propone un debate bastante interesante: ¿Dónde está el límite en la crianza de los hijos? ¿Es necesario empujarlos del nido una vez que son autónomos y con suficientes recursos personales para luchar contra la vida? ¿Es esto moral? ¿Es injusto para con la madre aguantar a unos hijos ociosos y despreocupados que a su vez le niega le posibilidad de vivir su vida como a ella le gustaría?
Sin duda uno de los aciertos más interesantes de Lafosse es la frialdad y distancia con que muestra los hechos, exponiendo las debilidades de los tres personajes sin juzgarlos. En una entrevista para el periódico belga Le Soir cuenta como la profesión (frustrada) de su padre, fotógrafo, le marcó para siempre, y como, al igual que él tuvo la necesidad de transmitir a través de imágenes. Según sus palabras «con el tiempo, voy admirando cada vez más a la gente que intenta contar una historia con las menos imágenes posible» y esta máxima, se puede vislumbrar incluso en sus primeros trabajos como el que nos ocupa, en donde la cámara se queda inmóvil en largas escenas, dando y señalando que es lo importante: La historia.
La dedicatoria inicial: “A nuestros límites” se nos muestra tras su visionado como una advertencia de lo que íbamos a presenciar. Límites que han sido empujados hasta el final. Con la última escena la cámara que durante 90 minutos ha estado estática, se aleja a ritmo rápido y ágil de allí, final abierto que no lo es tanto, porque la verdadera destrucción ya la hemos presenciado.