El cine argentino continúa con su buena salud y en clima ascendente desde hace ya un tiempo. Tras el punto de inflexión, señal de que las cosas iban por buen camino, que marcó el Oscar a Campanella por El Secreto de sus ojos, muchos jóvenes cineastas se han puesto detrás de la cámara para comunicar algo, muchos actores que campaban entre plató y plató televisivo empiezan a mostrar sus virtudes de una forma más internacional en la gran pantalla.
Paradigma de esto el caso de Juntos para siempre, que cuenta con un dúo imparable: Pablo Solarz hace su primera película, que protagoniza Peto Manahem. Entre ambos se bastan para llevarnos de la carcajada fácil al ahogo dramático y viceversa, cruzando durante toda la cinta una delgada línea que separa el amor del odio, el impulso de la reflexión, la inspiración de la lógica.
Consiguen esto con unos personajes profundos, de una carga psicológica inmensa pese a estar tratados con apenas unos esbozos. Florencia Peña, Malena Solda, la siempre fascinante Mirta Busnelli, pero ante todo, Peto Manahem, que encarna a un director argentino en busca de inspiración. Metido en las historias que crea en su imaginación, Gross, que así se llama el protagonista, vive en su mundo fantástico, pero no sabe conjugarlo con su vida privada. Cuando, un día, se le ocurre una idea para una película, tendrá que elegir entre desarrollar su idea o conservar a su novia (Malena Solda).
Gross debe lidiar con muchas cosas en su vida: la relación con su madre, la aceptación de sus propios problemas y, sobre todo, las controversias del amor, algo que no siempre se desarrollará de la forma que uno desea. El título de la película es bien significativo. Juntos para siempre, que las bodas y las películas de Jennifer Aniston convierten en una expresión que simboliza el romanticismo, también puede entenderse como una carga, una resignación, una decisión que se hace por motivos puramente egoístas. Y toda esta complejidad, todo este cruce conceptual se desarrolla en apenas un escenario, el estudio donde vive el protagonista.
Pero si con los personajes y la inteligencia del director para jugar con ellos tenemos dos de las patas que conforman el tripode de esta película, la tercera la tenemos en el cine dentro del cine. Porque, a medida que avanza la película, vamos captando como la idea que ha tenido para un film Gross se va haciendo realidad, va surgiendo en pantalla amparada en torno a la figura de Luis Luque, excelso, un cuarentón desquiciado que un día, de vacaciones con su familia, toma una drástica decisión. Increíble viéndole recitar el Romancero de Lorca, con los dientes apretados y la vista al frente mientras conduce su pequeño utilitario.
Este estilo de ofrecernos dos películas en una es muy interesante, porque no se superponen en ningún momento, como puede pasar en También la lluvia, sino que, aunque nos despiste un poco, se trata de un «mise-en-abyme» algo particular, que tiene su relación con la trama principal, y a la vez no la tiene. Hay que profundizar un poco para ir entendiéndola. Pero, por si acaso, quizá error de novato o quizá guiño al espectador pasivo, Solarz hace una última escena que lo da mascadito y sin complicaciones (Algo que, en mi humilde opinión, es lo único que sobra en esta gran obra).
En cualquier caso, tanto el inteligente desarrollo del largo como las soberbias interpretaciones, el toque de tragicomedia e incluso el hecho de ver prácticamente dos películas por el precio de una, convierten a Juntos Para Siempre en una obra imprescindible dentro de la nueva hornada de cine argentino.