Vaya por delante que quizá no pueda ser especialmente objetivo en esta crítica. ¿La razón? Muy simple. Creo que me he enamorado de la actriz principal, Margarita Fioriti, protagonista de su propia historia en este film, una ingeniera que había trabajado en la interpretación solo como cuentacuentos y poeta, y que debuta en la gran pantalla protagonizando su propia historia, una suerte al alcance de muy pocos. Con carisma y naturalidad nos presenta su historia familiar, una historia que posiblemente sea igual, tristemente, a muchas otras acaecidas durante los años oscuros de Argentina, pero que se convierte en algo único al ponerle cara y voz.
La idea es muy simple. Margarita Fioriti quiere conmemorar la desaparición de sus padres sucedida treinta años atrás. Para ello emprende un viaje de descubrimiento, al estilo de una road movie (aunque con poco road) y va entrevistando a gente que conoció sus padres. Amigos, familiares, compañeros de trabajo, profesores. Cada uno de ellos le va dando un esbozo del carácter de sus progenitores, y también algún recuerdo que tenga de ellos. Dos vidas inmortalizadas en apenas unas fotos, unas palabras y unos recuerdos. Cuanto, y a la vez que poco.
Obviamente estamos ante una película muy personal, que se centra en el propio personaje de Margarita. No hay carga política, ni social, ni económica. Es la filmación de un recuerdo, de una anécdota, de un pensamiento. Se nota que no hay grandes medios técnicos detrás de esta cinta, puro exponente de cine independiente. Está bien realizada, dada sus limitaciones, pero el hecho es que lo que pretendidamente es una road movie con tintes dramáticos se parece más a un documental que a otra cosa.
Y el fallo principal, prácticamente imperdonable en un film de estas características, es la total falta de cualquier tipo de contexto. No se dice en ningún momento que les pasó a sus padres. Desaparecieron, sí, pero ¿Eran militantes políticos? ¿Tenían algún cargo? ¿Publicaron algo en contra del régimen? ¿Debían dinero a la mafia? A medida que pasan los minutos vamos construyéndonos la imagen de como fue el pasado de dos personas de las que no se ha hecho ni mención. Es difícil implicarse más con la historia así.
Pero lo que pierde por un lado, lo gana por el otro. Fioriti no busca conspiraciones, ni explicaciones de la desaparición. Como buen pensamiento científico, no busca el por qué, busca el cómo. Pretende saber como eran, que pensaban, que hacían, que los convertía en personas especiales. Eso solo se lo pueden dar personajes de su entorno. Más que un trabajo de investigación hace un recopilatorio melancólico.
Romina Haurie y Juan Alecsovich, los directores, realizan una excelsa dirección fotográfica, pasando por más de diez localidades de Buenos Aires, La Pampa y Río Negro. La película está prácticamente rodada en exteriores que tienen que ver con la naturaleza y a la vez con el progreso, como parajes que discurren cerca de vías de tren silenciosas, un símbolo de tránsito y avance, de raíces pero de expansión, de encontrarse a uno mismo.
Nos encontramos ante una pieza muy sentida, que compensa sus deficiencias técnicas al aportar ingentes dosis de sentimiento. Es sincera, es cándida, es valiente en cierto modo. Virtudes, las de la obra, que se puede decir que se encargan prácticamente en su protagonista. ¿No les decía yo que me había enamorado de ella? Intenten ver el film y no caer en esta trampa. Luego me cuentan.