Una familia feliz, un traslado a una nueva vivienda, un puñado de espíritus atormentados con no muy buenas intenciones… Estos elementos, entre otros, son clara seña de identidad del subgénero centrado en las casas encantadas; atávica corriente dentro del terror cinematográfico que, desde los orígenes del séptimo arte, ha ofrecido al público pasar un «buen mal rato» con mayor o menor fortuna.
Dentro de un contexto en el que las franquicias interminables son la principal vía de obtención de ingresos con productos de esta categoría y género, aparece Exorcismo en Georgia —The Haunting in Connecticut 2: Ghosts of Georgia—; innecesaria secuela no continuista de la mediocre Exorcismo en Connecticut, que viene de la mano del primerizo en la dirección Tom Elkins, quien ya participó en la anterior entrega en las funciones de montaje.
Mensaje de «basado en hechos reales» mediante, Exorcismo en Georgia recorre todos y cada uno de los lugares comunes en este tipo de historias fantasmagóricas, calcando las escenas de suspense y los anhelados sustos de filmes similares, y siguiendo los patrones de un guión que peca de evidente, incongruente, y que revela una inconsistencia argumental al servicio de un efectismo de mercadillo. Esto no hace más que convertir la cinta en un subproducto tópico y genérico carente de interés para el espectador mínimamente avezado en el género, que no sólo permanecerá impasible ante el supuesto terror que ofrece el filme, sino que además se verá sumido en el sopor más absoluto debido a los altibajos rítmicos de la película.
Formalmente, Exorcismo en Georgia recupera el estilo de videoclip de segunda que ya presentaba la primera parte, colmando el metraje de escenas repletas de efectos visuales con una plástica anacrónica y un sentido de la estética de dudosa calidad que se han convertido en el leitmotiv de la emergente franquicia. Por si fuese poco, un montaje de lo más estridente y un empleo excesivo del sonido que no deja lugar a un solo minuto de calma posterior a la —inexistente en este caso— tormenta, terminan de otorgar al conjunto un semblante de «TV Movie» que convierte a Exorcismo en Georgia en la perfecta candidata para un lanzamiento directo al DVD sin un paso previo por salas comerciales.
Pese a todos sus numerosos defectos, existe un factor externo que hace de este debut de Tom Elkins un producto menos disfrutable de lo que probablemente sea realmente, y ese elemento se llama The Conjuring.
Es imposible, debido a lo reciente de su estreno, evitar comparar la última obra de James Wan con Exorcismo en Georgia. Ambas se mueven por los manidos terrenos de las casas encantadas; pero donde una ha sabido aprovecharse de los tópicos y conseguir reinventarlos de un modo u otro generando una experiencia sumamente fresca —pese a lo añejo de su desarrollo—, la otra se ha limitado a cortar y pegar elementos comunes sin aportar un ápice de innovación, dando como resultante un producto fallido.
Las comparaciones son odiosas, pero con ambas opciones en cartelera, si se quiere pasar un mal rato, la cinta de Wan es la primera candidata frente a una Exorcismo en Georgia carente del encanto, la tensión, el suspense y la factura que toda buena película debería tener si quiere suplir las consecuencias de un inevitable descaste argumental por la longevidad del subgénero al que pertenece.