Encontramos a un Benedek Fliegauf preocupado por los misterios de la naturaleza y el hombre, por los comportamientos de los mismos entre ellos, por exprimir tensiones para comprender mejor la esencia vital. El director húngaro se encuentra en una constante evolución de la emoción más pura a la humana, sin olvidar nunca su entorno. Parece una constante en todos sus coetáneos, dando fama al cine húngaro por su capacidad de hablar en términos complejos, utilizando la imagen estable, prolongando hasta la extenuación los planos, fijando con gran pericia la acción (un mago es realmente Béla Tarr). Comenzó con el cine experimental como una herramienta para complacer sentidos puntuales en aquellos que ven su cine, para llegar posteriormente a historias completas sobre temas más controvertidos en sus dramas, como sucece en Womb o la película que le convierte en director de la semana, Sólo el viento. Pero es su etapa experimental en la que nos vamos a centrar esta ocasión con Vía Láctea (Tejút).
La inmensidad de una galaxia reducida a estéticas estampas en las que el humano interactúa con su entorno. Es la reducción de la intencionalidad de Fliegauf donde intenta marcar los tiempos y la atención en situaciones llamativas dentro de fotografias calmas.
Comienza una evolución por distintos escenarios estáticos, en los que un plano fijo que encuadra todo lo que le interesa al autor se convierte en una estancia pictórica donde lentamente algo sucede. Estas acciones pueden ser relevantes o no para el espectador, pero no se les puede negar un trabajo impecable en el que espacio y tiempo compaginan sus cualidades para recrear un breve relato.
Pensemos en habitaciones en las que abrir la puerta y contemplar su interior, cuando alguien te invita a ver su casa por primera vez. Contemplas fijándote en lo que ese dedo conocedor de su historia te marca. Te ofrece la visión de una ventana, o una foto en particular, cuando en un inicio haces el esfuerzo de componer una imagen completa de su contenido. En esta ocasión somos los invitados de Benedek Fliegauf, un tipo que considera que nuestra relación se estrecha lo suficiente como para iluminar nuestra mirada ante la grandiosidad de la naturaleza y los objetos humanos dispersos en ella.
Con hipnóticas imágenes nos abandona a la reflexión ya sea frente a un molino de viento actual o una sosegada piscina. Cada escena está calculada al milímetro para que, ante un fondo inmóvil vayan apareciendo personas o elementos que disfrutan de su momento de acción para luego quedarse inertes contemplando el resto de acciones ideadas para la ocasión, recreando, a partir de una única imagen, distintas variantes que enriquecen estos cuadros vivientes. El ambiente y sus figuras insertadas, todo lo necesario para crear de la nada.
Un film que juega con la emoción, comprendida como una reacción neuronal sobre la comprensión de los actos de los demás, ya que no es su función epatar tanto como impactar tenuemente ante reacciones físicas. Esto implica que unos podrán emocionarse ante la belleza que tan bien se maneja en cada corte, y otros encontrarán planicie sobre planicie en la que el único deleitado es el que habla, no el receptor.
La espectacular fotografía hace el resto, propagando la intriga al aparecer cada nuevo acto, en los que no existe más diálogo que la interacción. La calma es su fuerte, y su manejo de elementos es esencial en este ejercicio del que pueden disfrutar todos aquellos que necesiten una ventana por la que indagar por el mundo para crear una imagen de la inmensidad con el individuo incluido en su interior, resultando una conducta completa hacia la extenuación voyeurística.