Una canción para Marion empieza como una bella película minimalista centrada en los detalles vivenciales de una anciana pareja obligada a aceptar la enfermedad terminal de uno de ellos. Inicialmente, el film se despliega con una planificación modesta pero elegante que nos ayuda a identificarnos con la vida de dichas personas, así como también con el contexto que las rodea y el carácter de cada una de ellas. Él, un viejo cascarrabias enfadado con el mundo, a la vez que un atento marido siempre al servicio de las necesidades de su mujer. Ella, una mujer de la tercera edad humilde y elegante decidida a vivir los últimos momentos de su existencia con energía y entusiasmo. Una elegante presentación que puede resumirse como un interesante planteamiento de espacio y personajes decorado con bien medidos toques de humor (tal vez un poco demasiado políticamente correctos) que despiertan nuestra curiosidad y crean interés hacia las vidas de cada personaje. El problema se da cuando el director trata sin éxito de compensar el dramatismo de los acontecimientos con giros argumentales algo chapuceros, más interesados en producir carcajadas que en encajar con su historia.
Y es que al principio del relato uno tiene la sensación de encontrarse ante la historia de dos protagonistas cuyo interés reside en su creíble personalidad, es decir, en su complejidad como seres humanos, en ese característico contraste que existe entre la serie de virtudes y defectos que definen a una misma personalidad. Pero dichos protagonistas pronto se convierten en caricaturas estandarizadas, en esta clase de personajes ya vistos en incontables películas que únicamente despiertan empatía gracias a la ternura que tan fácilmente transmite una pareja anciana (todo lo contrarío a lo que sucedía, por ejemplo, con la magnífica Amour de Michael Haneke). Digámoslo todo, hay momentos puntuales en que las magníficas interpretaciones de Vanessa Redgrave y Terence Stamp logran llevar a dichos personajes un poco más allá del mero protagonista standard. Y es que en realidad posiblemente sea precisamente el alto nivel interpretativo de los actores lo que hace que en un principio tengamos la sensación de disponernos a contemplar una verdadera película de personajes: ambos actores se toman tan seriamente su papel que sus acciones realmente trascienden lo que está escrito en el guión.
Pero como dijimos, transcurridos unos minutos el bello arco argumental inicialmente desplegado se ve bruscamente interrumpido por una serie de «twists» narrativos provistos de una clara intención de enternecer una historia que muy bien podría resultar conmovedora sin ninguna clase de artificio. Y de todo ello resulta un argumento que pasa de largo de la ternura sincera para sumergirse en un baño de superficial sensiblería almibarada. La verdad sea dicha, aún así cabe decir que Una canción para Marion cuenta con determinadas secuencias que (a pesar de su edulcoramiento) logran traspasar nuestra piel para penetrar en el apartado emocional. Lástima que tal logro sea a costa de sacrificar el plácido realismo que acompañaba los primeros instantes del metraje; algo que se traduce en un hecho sin duda revelador: nos encontramos ante una película que conecta con nuestras emociones durante su visionado pero que nos abandona nada más salir de su sala de proyección. Vamos, una de aquellas películas de lágrima fácil que tan bien responden a los antojos sensibleros pero que no logran ningún tipo de trascendencia. Una lástima, si tenemos en cuenta el ancho potencial que ofrecía una historia como la que nos ocupa.