The End (Joshua Oppenheimer)

Últimamente, a cuenta de un conocido que en su entorno es visto como un tipo insoportable, me acuerdo bastante de una frase que dice John Cusack en Alta fidelidad (2000) y que a lo largo de muchos años ya rondaba por mi mente por lo que supone respecto a uno mismo: «O me defiendo de tus ataques o me creo todo lo que digas de mí y acabo odiándome. Pero eso no es vida, ¿verdad?». Tus actos, tus pensamientos y el efecto que consigues en los demás y en ti mismo a través de ellos, juzgados por los demás, pero sobre todo por uno mismo. ¿Somos un dechado de virtudes? ¿Deberíamos ser más duros con nosotros mismos dadas las implicaciones de nuestras acciones? ¿Somos responsables de los sentimientos que generamos en los demás? ¿Tiene sentido buscar la felicidad y la supervivencia frente al fin del mundo?

Hay quien dice que la felicidad es aburrida; que imaginen lo aburrido que debe de ser el postapocalipsis desde la comodidad de una familia burguesa con sirvientes. No importa, la verdadera cuestión es si eso es vida. Una cuestión que une al personaje de Cusack con los del director estadounidense Joshua Oppenheimer —The Act of Killing (2012), La mirada del silencio (2014)— en esta producción danesa de 148 minutos de metraje. Su primera, y ambiciosa, película de ficción en la que parece querer indagar en el día a día y la culpa de los supervivientes en un mundo en el que la vida en el exterior es desconocida y la seguridad del hogar es la única posible.

Como si el Buñuel de El ángel exterminador (1962) se hubiese venido muy arriba o más autoconsciente, pero con menos impronta autoral, The End es, mucho más allá de la excusa del musical (que carece de la inventiva deseada o de una lírica memorable que algunas críticas que he leído apuntan a que es parte de la tesis de la película), sobre todo un tratado sobre el miedo de la burguesía a todo lo que les rodea y no pueden controlar, aunque no sepan si existe o aunque esté justificado (como en este caso se presupone). Mucho menos abstracta que la obra del calandino y más centrada en las consecuencias psicológicas de una vida que se abre camino a base de las decisiones tomadas en el pasado, el mayor acierto de Oppenheimer y el guionista Rasmus Heisterberg —conocido por Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009) y Un asunto real (2012)— es la reflexión en sí misma, aunque necesite 2 horas y media para ello.

Diría que todavía no me ha dado tiempo a digerir del todo lo que he visto. Siento, eso sí, que desaprovecha todo el potencial que hay en la “rareza” que se presupone con el argumento de musical postapocalíptico protagonizado por Tilda Swinton, Michael Shannon y George MacKay, cuyo papel es esencial como único personaje que inicialmente desconoce cómo fue el apocalipsis que llevó al escenario actual. Al haberla solo masticado no sé si me ha gustado o no, pero al menos puedo decir que parte de una base interesante que va un poco más allá del «eso no es vida» más individual, pero que sirve para lavar conciencias colectivas con mentiras que ayudan a justificar la inacción consciente, la utilización de las personas en nuestro beneficio —con su posterior rechazo cuando son inútiles— o el egoísmo simple y llano.

A mí me pasa que, cuando trato cordialmente con el conocido insoportable, me da la sensación de ser un poco hipócrita, porque con mi actitud le dejo ser a pesar de estar en contra de muchos aspectos de su personalidad. ¿Es la hipocresía en este caso buena educación y parte del contrato social que mantiene la convivencia en lugar del “sincericidio”, o no hay ni una mínima rendija exculpatoria para no considerarnos lo peor? A veces pienso que la tolerancia de nosotros mismos se basa en acallar la voz de tu conciencia mucho más que en mentirte a ti mismo, pero al final la cuestión es que tanto en la vida como en The End, a menudo la narrativa carece de una estructura real y nos contamos a nosotros mismos tomando para ello experiencias de nuestro pasado desde nuestro presente, dando por hecho que la felicidad es aburrida y en ella no hay casi nada a lo que aferrarte (salvo los muertos que has ido dejando en el camino).

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