Steven Soderbergh… a examen (IV)

A estas alturas de la película las propuestas de Steven Soderbergh ya no sorprenden a nadie. Si bien siempre ha sido un cineasta algo particular, haciendo no tanto de autor con marca como sí de director personal e intransferible, también tuvo sus desvíos hacia lo más puramente comercial. Tiempos estos que han pasado ya, entrando en una zona de confort podemos decir peculiar. O mejor dicho, Soderbergh está en ese punto disfrutón en que hace exactamente lo que le da la real gana, prescindiendo de todo atisbo de dependencia de público o crítica.

Básicamente estamos en ese lugar donde cada película parece un intento de deconstrucción de género. Un enfoque que busca reducir al mínimo los esquemas arquetípicos hasta la desnudez de sus bases. Da igual que sea de terror, acción o, como en el caso que nos ocupa una suerte de thriller “hitchcockiano”. Una película que se mueve a través de los miedos de una era. El encierro pandémico, la soledad, las agresiones machistas y el uso malévolo de corporaciones tecnológicas de nuestra privacidad.

Un mejunje de apariencia poco conectada entre sí, pero que sin embargo tiene cierta coherencia dentro de un contexto global. Y más en su aproximación contextual de época. La gracia, sin embargo, es que ni tan siquiera hay una interconexión clara en sus actos, por otro lado muy bien marcados, donde pasamos de una cosa a otra sin mucho más sentido que simples trucos de guión.

Así tenemos un primer acto más en la línea de un drama íntimo con la agorafobia y la dificultad de la interacción social post-pandémica, un segundo tramo más en la lineal de thriller conspiranoico que toma elementos del Hitchcock de La ventana indiscreta (o mejor, la pantalla indiscreta) junto a los elementos de persecución del inocente atrapado en un red de mentiras del que no sabe apenas nada. Y luego está el desenlace, un tercer acto divertidísimo donde Soderbergh convierte todo su artefacto sobrio y conceptual en un suerte de película de Jason Statham. No viene mucho a cuento, pero la verdad es que mágicamente funciona y cierra de manera tan aleatoria como vibrante el film.

La conclusión pues es que estamos ante un film irregular, casi más construido en 3 pequeños episodios, con sus ‹cliffhangers› perfectamente marcados, que va creciendo en interés a medida que avanza la trama. De igual manera esta va perdiendo todo sentido pero con la particularidad que llegados a cierto punto todo da un poco igual. Es el divertimento por el puro placer de divertir sin más. ¿Hay subtexto? Sí. ¿Se pueden sacar conclusiones intelectualoides? También. Pero al final lo que queda es el poso que deja de entretenimiento sin pretensiones.

Sí, se podría hablar de obra menor de Soderbergh, pero llegados a cierto punto creo que esto ya es una calificación que no procede en absoluto. No hay designios de grandeza ni nada que se le parezca. Solo un director que aspira a filmar lo que quiere y como quiere, y a fe que lo consigue sin aspavientos de autor, lo que ya es muy destacable y digno de elogio.

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