La alternativa | Longing (Savi Gabizon)

Reconstruyendo una paternidad (y una vida).

Anhelo, añoranza o deseo son algunas posibilidades de traducción del título de la película que hoy reivindicamos como alternativa a la propia revisión hollywoodiense realizada por su mismo creador. El director israelí Savi Gabizon, después de varios años sin presentar nuevo proyecto tras la repercusión de su anterior film Las tragedias de Nina, participó en las Giornate degli Autori de la 74ª Mostra de Venecia con esta tragicomedia bastante negra a la par que luminosa respecto a sus premisas esenciales de análisis.

Como punto de partida argumental nos encontramos con una experiencia altamente transitada en el cine o la literatura, Ariel (Shai Avivi, uno de los actores de comedia más conocidos de Israel pero aquí, bajo las directrices de Gabizon, transformado en un hombre doliente, solo y desarraigado) verá cómo su complaciente existencia de empresario adinerado sufre un cataclismo vital. Ronit (Asi Levi) su novia durante los años universitarios lo cita después de veinte años. Así arranca esta historia, con el objetivo desenfocado de Gabizon ganando la nitidez sobre el hombre que espera a cruzar la calle para entrar en el restaurante donde aguarda la que fue su amor de juventud. A través de la cristalera del local, vemos a Ariel acercarse con inquietud hacia una primera secuencia de alta intensidad emocional. Una sonrisa inquieta se torna en dramatismo en unos pocos segundos —de hecho, solo unos escasos cuarenta y cinco minutos son los que él le había concedido al encuentro tanto tiempo después—. Ronit le cuenta entre lágrimas que de aquella relación juvenil tempestuosa nació un niño precioso del que Ariel nunca tuvo noticia. Hasta aquí, una temática recurrente. Pero a diferencia de otros conocidos relatos, en este el padre sorprendido con su desconocida paternidad nunca podrá conocer a su hijo porque acaba de morir en un accidente de tráfico.

Pronto sabremos que el silencio de Ronit ante tamaña cuestión existencial tuvo mucho que ver con el deseo de Ariel de no tener descendencia —veremos cuáles son sus poderosas razones—. Pero paradójicamente esta revelación sin parangón transformará íntimamente al hombre, en su esforzado intento de saldar cuentas con una oportunidad perdida. Gabizon nos mostrará el impacto sin palabras, con las expresivas imágenes de un hombre desorientado, acudiendo cuán sonámbulo al evento social que tenía programado, y recortando su cabeza en sombra, negra de desazón, sobre la gran pantalla que proyecta estampas de eficiente logística industrial. Sin duda, una metáfora concluyente sobre lo que ha sido su vida hasta ese momento, y lo que va a ser a partir de ahora. Porque Ariel dejará Tel-Aviv para viajar a Acre y comenzar un recorrido de aprendizaje en el que irá recomponiendo fragmentos de la personalidad de este hijo fantasma, con sus lados luminosos y sus lados oscuros. Sus sucesivos encuentros con diferentes personas de la vida de Adam le descubrirán al amigo con el que comenzó a trapichear con hachís, a su novia adolescente que le deparará una última sorpresa feliz y amarga, y también a la hermosa profesora Yael (Neta Riskin), de quien estaba perdidamente enamorado. Por los poemas desgarrados y abiertamente sexuales que le escribió en una pared del instituto fue expulsado del instituto, y por su obsesivo asedio denunciado ante la policía.

Y así es como Ariel comienza algo parecido al ejercicio paterno, entre luces y sombras, defendiendo a su hijo ante situaciones muy cuestionables, hablando de él ante otras personas como si lo hubiese conocido, y tratando de solventar en su lugar las cuestiones que dejó inconclusas. Pero en la mirada de Gabizon, el drama inherente a la vivencia se entremezcla con la comicidad, el onirismo y cierta extravagancia. Como en el magnífico pasaje del sueño de Ariel, que se reencuentra con su hijo pianista y lo acompaña a la calle de Yael para contemplarla cuan mujer gigante y sobrenatural gimiendo de placer a horcajadas del edificio —por cierto, la potente estampa elegida para el cartel promocional del film—. O sus repetidas visitas al cementerio donde Adam descansa, durante las que conocerá a Gideon, el padre de otra chica prematuramente fallecida, con el que ideará un plan tan ilusionante como disparatado, una boda post-mortem entre los jóvenes difuntos que, según una tradición china, sirve para garantizar a la pareja una vida mejor en el más allá. Ante tal ocurrencia, las tensiones concomitantes están garantizadas, y la resolución final será tan agridulce como el tono general de este viaje desde el egoísmo y el individualismo hasta la generosidad y la superación de los propios traumas, que se reivindica como una fábula aguda de segundas oportunidades capaz de celebrar la vida desde un acercamiento original a la muerte.

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