En lo familiar se dirime el debut de Nelicia Low tras las cámaras con esta Pierce. Estamos, pues, ante un film que aunque transita lo dramático, encuentra desvíos en el terreno psicológico, ante todo se arma en torno a la construcción desde sus personajes centrales. La madre, que expresa un rechazo absoluto alrededor de la figura de su hijo mayor pero sin embargo oculta su destino a través de un relato fingido; el menor, tímido y un tanto apocado, todavía preserva algo de fe sobre lo acontecido en torno a su hermano; y el mayor, que vive a rastras de un persistente pasado, pero muestra una actitud conciliadora en busca de redimir sus pecados.
La cineasta asiática presenta las dinámicas que mueven lo familiar con claridad, en especial mediante el diálogo, pero conformando también un espectro que atañe a lo visual, donde compone acertadamente algunas escenas que enmascaran ese turbador pasado. De este modo, y aunque se suceden indicios, no hay en realidad argumentos que clarifiquen lo que sucedió, más allá del alegato que resolvió la culpabilidad de Han, el hermano mayor.
Pierce aprovecha esta coyuntura para explorar una veta psicológica que las veces parece adentrarse en el thriller, pero ante todo pone en relieve la relación entre Jie, el hermano pequeño, y Han, hallando en la figura materna una especie de ente castrador. Una figura que cree en el veredicto arrojado, y además niega la posibilidad a Jie de poder ver a Han, deslizando algo más que dudas. Es tan intenso ese sentimiento de negación, que incluso cuando su prometido le pregunte acerca de lo sucedido, decidirá huir sin echar la vista atrás, dejándolo (en apariencia) todo, hasta su felicidad.
El desarrollo del film certifica unas posibilidades que, sin embargo, no siempre cristalizan. Así, y si en el apartado visual Low se muestra como una autora con ideas de lo más interesantes capaces de complementar aquello que la narración sostiene, manifiesta ciertas imperfecciones en la escritura que restan solidez al conjunto. Por ejemplo, la sugerencia de un tema como la homosexualidad del personaje central, en un inicio a partir de diálogos aislados, presenta estridencias cuando se aborda desde la perspectiva de Han, alejando el relato de la firmeza mostrada hasta entonces.
La composición, que queda vulnerada por leves matices, encuentra su mayor escollo en la progresión del protagonista, en especial cuando afloren las dudas sobre la figura de Han. La debutante apenas otorga impacto a una situación cuya importancia en la narración parece diluirse en la levedad de un tono que genera extrañeza y no termina de funcionar. Se puede comprender el viraje y el posterior estado en que entrará Jien, sobre todo con el inicio de esa nueva relación para él, pero su reflejo se siente apresurado, un tanto vago, como si la cineasta no terminara de creer en ello y todo fuera fruto de un causa-efecto desde el que llegar al acto final.
Pierce se descubre, por ello, como una pieza desigual que, si bien no deviene en una propuesta del todo fallida, halla defectos en la escritura que Low deberá solventar en futuras ocasiones. Tras ello se revela el talento visual y narrativo de una autora con los suficientes argumentos como para saber encontrar ese tránsito adecuado en su resolución, logrando que su ópera prima no quede en agua de borrajas, y mostrando un potencial por desarrollar que esperemos poder ver germinar en un futuro tan bien como en los minutos finales del film que nos ocupa.

Larga vida a la nueva carne.