Más a menudo de lo que uno podría pensar en un primer momento, el cine ha tratado una cuestión cotidiana de nuestro día a día que crece en trascendencia si se trata de un delito: la credibilidad de las versiones de una historia o de unos hechos. O, dicho de otro modo, la forma en que afrontamos la palabra de uno contra la de otro siendo tú un agente externo con la posibilidad de decidir. Desde 12 hombres sin piedad a Rashomon, pasando por El último duelo o Anatomía de una caída, nuestro papel a menudo es el de meros observadores, pero también en otras ocasiones el de jurado y hasta juez. Todo este mejunje de ideas lo resumía mucho mejor y con más elocuencia el personaje de Anatomía de una caída interpretado por Jehnny Beth cuando decía que, cuando nos falta un elemento para juzgar algo, solo nos queda decidir. Para superar la duda, a veces tenemos que decidirnos por una u otra opción. Como necesitas creer en una cosa, pero tienes dos opciones, debes elegir.
En el caso de Secretos de un crimen (Santosh en su título original), las dos perspectivas —la del que tiene que decidir sin conocer toda la información y la de quien cuenta su versión de los hechos— conviven con naturalidad en una película que se cocina y calienta a fuego lento entre eventos pasados asumidos como ciertos y situaciones del presente que hacen que cualquier cosa contada se vuelva cuestionable. Situada en la India, Sandhya Suri, la directora, aprovecha la historia de una joven viuda que recoge el testigo de su marido como agente de policía para denunciar el machismo, el clasismo y la corrupción de un sistema en el que el capitalismo salvaje, la estratificación social de las castas y la desigualdad pueblan un paisaje sofocante en el que la confianza en los demás y la empatía luchan por sobrevivir frente a las injusticias sustentadas en las lógicas de quienes pueden elegir.
Con esta perspectiva de un futuro complicado, Santosh, protagonista a quien su suegra rechaza tras enviudar por difícil de domar, acepta heredar el puesto de policía de su marido fallecido con el firme propósito de hacer el bien y mejorar la sociedad en la que vive. Sin embargo, no tardará en darse de bruces con la dura realidad del pueblo en el que vive, la apatía de sus compañeros y superiores y la ausencia total de interés de hacer su trabajo o preocuparse por los demás. La mixtura de estas actitudes —la de ella y la de los demás— hace que nuestra protagonista se tome como personal su primer gran caso, el asesinato de una joven que llevará a que los altos mandos ordenen que lo investiguen mujeres que mejoren así la imagen de las fuerzas y cuerpos de seguridad ante los medios y sobre todo ante la población conocedora de las costumbres de sus servidores públicos.
Secretos de un crimen se desarrolla entre el policiaco y el cine social y no llega a ser cine negro porque el espíritu de la película es otro, pero la evolución de los personajes y en especial de la protagonista nos acerca mucho como espectadores a ciertas emociones más propias de ese subgénero y que se incorporan a las emociones clásicas del cine que aborda las injusticias, con un discurso que nace del dolor y la rabia por cómo el sistema perpetúa la desigualdad y favorece a las castas superiores y a los poderosos a expensas de la justicia real. La directora y guionista narra con calma y precisión un viaje hacia la aceptación de que las cosas son como son, evitando la complacencia o la condescendencia durante las dos horas de metraje, a pesar de las ganas del espectador de poder juzgar a alguno de los personajes positivamente.
Comentaba Francho Aijón, padre de Javitxu Aijón, uno de los 6 de Zaragoza, en el Congreso de los diputados y posteriormente en una entrevista con Héctor de Miguel en Hora Veintipico que «hay mucha policía infiltrada en los movimientos ciudadanos; a ver cuándo infiltramos ciudadanos en la policía». Sandhya Suri va un paso más allá y te lanza a la cara un ACAB donde no aceptar ser parte de la corrupción y la violencia es alejarte de la posibilidad de prosperar.