La directora argentina Lola Arias, con un desempeño más amplio en el teatro, aborda su segundo largometraje como un documental ficcionado, protagonizado por mujeres cis y personas trans que pasaron por la cárcel de Ezeiza, en Buenos Aires, y que representan, en una prisión abandonada que recrea su vida como reclusas, un musical que da forma a sus recuerdos personales y sus expectativas de futuro, con un enfoque centrado particularmente en las experiencias ‹queer› y en la violencia social e institucional que muchas de ellas han sufrido por su identidad, pero también en un sentido de comprensión mutua y de resiliencia.
Aprovechando la estética del espacio confinado de la prisión, el de Reas es un ejercicio escenográfico que pretende funcionar siempre en un nivel representativo, acercándose a la realidad no a través del contacto directo con la misma sino en la manera en que sus personajes la reconstruyen como parte de su subjetividad. La narración, en ese sentido, mezcla ejes temporales, establece distintos puntos de vista e intercala conversaciones y actividades mundanas con expresiones musicales espontáneas; del mismo modo, los decorados y la puesta en escena emplean una artificialidad que incide en el carácter de la película como representación. Todo ello, como corresponde a una artista de la formación de Arias, al estilo de una obra teatral.
Pese a que hay violencia, crudeza y desesperanza en muchos puntos, la película elige, mediante sus elecciones narrativas y visuales, rehuir de la imagen difícil y estomagante que sensibiliza a golpes al espectador y dejarle sentir los efectos de unas vidas particularmente complicadas, en diversas ocasiones injustas y a veces llenas de experiencias de represión, tortura, abusos y miedo. Sus personajes hablan y recrean tiempos peores: de entradas y salidas de la cárcel, problemas con las drogas, episodios en los que fueron víctimas de trata o torturas, o relaciones que se terminaron por los ciclos de sus vidas pasados en prisión; también, de la sensación de incertidumbre que todavía pesa tras salir de esta. El trasfondo triste y desolador no es, sin embargo, el propósito central de una cinta que aboga claramente por la moraleja positiva, por mostrar la solidaridad constante y la complicidad emocional entre el grupo y la expresión musical como un elemento que vehicula dicha solidaridad.
Todo en Reas obedece, al fin y al cabo, al objetivo de dejar que sus protagonistas expresen, sin tapujos pero sin revictimizaciones, episodios muy largos y significativos de sus vidas. Hay, por tanto, un sentido de profunda empatía que pretende alejarse de una visión sensacionalista de la cárcel como un lugar de castigo y humillación física, mental y emocional. Los personajes, quienes lo han vivido, saben bien lo que significa su experiencia, pero no siempre es eso lo que quisieran ver representado y, como se observa en las decisiones de la cinta, prima en ellos la necesidad de aferrarse a los recuerdos bonitos, a las amistades y a las historias que terminan en un halo de esperanza por un futuro —ahora presente— que se plantea complicado. Es, esencialmente, una obra que, con sus más o sus menos, habla de la prisión como una etapa, algo que ha formado parte de ellos y de la que, por mucho que no quieran regresar, tampoco quieren avergonzarse ni mostrar arrepentimiento, porque forma parte de su identidad y su recorrido vital; ya que, tal vez, hacer eso supondría desechar experiencias sin duda dolorosas y difíciles, pero que una persona no puede sencillamente exorcizar, y en la memoria de todo, incluso de lo más duro, hay algo valioso a reivindicar.
Por mucho que se vea con ligereza y con un tono de optimismo, Reas es una película muy dura, en ocasiones desasosegante y plagada de tristeza, que no se esconde de la gravedad de sus temáticas. Pero, en vez de hacer exhibición de la crudeza para impresionar al espectador de fuera, da un peso fundamental a la narración desde dentro, de las propias personas involucradas, en formas que en ocasiones podrían parecer hasta contraproducentes con la seriedad de lo que se está contando y que se configuran en la artificialidad representativa en vez de buscar una suerte de realismo descarnado desde la imagen; pero esto es la razón de ser de su sinceridad, y de su importancia al narrar realidades no de la forma en que creemos nosotros apropiada, sino en la que sus protagonistas consideran que es más válida y empoderante, atravesada de la subjetividad y las relativizaciones que hagan falta, pero en último término más íntima y, por tanto, más real.
