La década de los noventa fue la de la absoluta consagración de Mike Leigh como uno de los autores indispensables del cine británico (y europeo) de finales del siglo XX. Y es que, tras haber dirigido principalmente para el medio televisivo y teatral algunos proyectos más que interesantes, no fue hasta finales de los ochenta, con dos películas imprescindibles de su filmografía como La vida es dulce y Grandes ambiciones, cuando su nombre empezó a destacar tanto en los palmarés de festivales internacionales como entre ese público aguerrido alineado más con el cine de autor que con el comercial.
En los noventa se ubican su premio a Mejor dirección en Cannes por Naked y su coronación a nivel popular con su espléndida Secretos y mentiras (por la que recibió, esta vez sí, la Palma de Oro, así como varias nominaciones en los Oscar de su año de producción). Un éxito tan rotundo podría haberle hecho escuchar los cantos de sirena de un Hollywood ávido en aquellos años por atraer hacia sus fauces a esos autores que triunfaban entre los espectadores más eruditos, quizás con la intención de que su cine más comercial fuera tomado en serio por la crítica especializada.
Sin embargo, Leigh se mantuvo incorruptible, apostando por una película muy pequeña, y totalmente identificable con su realizador, justo al año siguiente de la lluvia de premios y alabanzas que obtuvo con Secretos y mentiras. Se trató de Dos chicas de hoy (Career Girls, 1997), una obra que es Mike Leigh en estado puro y que, por tanto, me ha parecido ideal para reivindicar la figura de este estupendo cineasta aprovechando el estreno en España de su última producción.
Dos chicas de hoy partía de una premisa muy explotada en el cine de los años ochenta, esto es, los reencuentros. El séptimo arte aprovechaba esta circunstancia argumental para exprimir la nostalgia de los años de juventud ya pasados, vertiendo a partes iguales gotas de melancolía y derrota. Pero Leigh huyó de todo signo de sensacionalismo, creando un relato en el que emplea su habitual socarronería e ironía para conjugar una comedia dramática tan entrañable como humana a través de un juego de montaje en el que seremos testigos de las peripecias de dos jóvenes británicas en dos momentos diferentes de su etapa vital: su pasado como compañeras de piso en su época de estudiantes universitarias, y su presente, ya como profesionales independientes, donde se reencontrarán un fin de semana después de diez años sin haberse visto.
En este sentido, la película arranca mostrando a Annie (Lynda Steadman) mientras viaja a Londres en un tren para reencontrarse con Hannah (Katrin Cartlidge). Annie está emocionada, pues hace más de diez años que no ve a su amiga de juventud, y espera con ansia pasar un fin de semana nostálgico y cordial con ella. Así, nos encontraremos con dos personalidades bien diferentes e inadaptadas al entorno social que les tocó vivir, aspecto inherente éste al cine del británico: Annie se observa como un persona muy introvertida, quizás algo reprimida, solitaria y deseosa de poder encontrar un novio con el que poder independizarse y así huir de casa de su madre, con la que aún vive en un pequeño pueblo de las afueras. Hannah, por contra, es una mujer muy segura de sí misma, guapa e independiente, que igualmente se encuentra sin pareja, pero más parece que por una decisión propia que por falta de pretendientes.
A partir de esta presentación, la película viajará al pasado para mostrarnos los años de jóvenes universitarias de las dos protagonistas, con una Annie traumatizada por sus alergias, timidez y problemas dermatológicos en el rostro y una Hannah aventurera, extrovertida y soñadora. Esta argucia argumental servirá a Leigh para plantear una película dividida en dos segmentos, que irán avanzando en paralelo, sirviendo de contraste entre ese pasado repleto de sueños y esperanzas de unas jóvenes con ganas de experimentar y abrirse al amor, y un presente que se percibe como plano, aburrido y vacío, donde la soledad ha mordido el alma de nuestras dos heroínas, atemperando sus sueños de alcanzar ese camino de baldosas amarillas donde se halla la felicidad. De este modo, el fin de semana de reencuentro servirá para volver a recordar momentos más alegres, y para que Hannah tenga un acompañante que le ayude a encontrar ese piso que está buscando para mudarse cerca del trabajo.
Leigh evita en todo momento ser condescendiente con sus personajes convirtiéndose en un fiel retratista de la realidad reflejada, sin tomar partido ni introducir giros sentimentaloides en un guion que fácilmente podría haber caído en el almíbar más empalagoso. Quizás fuerza demasiado la trama en el instante presente haciendo aparecer en el deambular de las dos protagonistas a algunos personajes importantes en su vida pasada, sirviendo este truco argumental para retratar peripecias protagonizadas por esos mismos personajes en años pretéritos. Ello servirá para confrontar el entusiasmo, pasión y vehemencia de la juventud con el carácter más atemperado, prudente y carente de riesgo de una madurez que parece haber olvidado ese fuego que nos hace estar vivos.
La película es una auténtica maravilla, conjugando con mucho tino el esperpento, la comedia pícara y la amargura ligada al drama desgarrador, sin caer en ningún momento en ninguna trampa, tratando al espectador con mucha inteligencia. Como en toda película de Leigh, hay una apuesta por el naturalismo y por manifestar la realidad sin ningún tipo de disfraz ni discurso adoctrinador. Este es, sin duda, uno de los puntos que más me gustan del cine social de Leigh. Pues sus películas se observan libres y ricas, haciendo que el espectador tome conciencia desde la diversión y el entretenimiento. No cayendo en el error de otros cineastas especialistas en el cine social británico de dar un sermón aburrido como si el espectador fuese un feligrés que ha acudido a un templo religioso para escuchar las doctrinas del clérigo de turno, dejando que el público tome pues conciencia de la realidad expuesta con un enfoque positivo y distendido, apostando por el aprendizaje a través de la experimentación.
Además, cuenta muchas cosas en tan solo ochenta minutos de duración, lo que da muestras de la pericia narrativa del autor de Mr. Turner, en mi opinión uno de los más grandes narradores de la historia del cine reciente. Aquí, como en toda buena película del maestro, están presentes temas universales y atemporales tratados con mucho mimo y respeto: la soledad, la nostalgia, la pérdida, el amor, la falta de expectativas que depara el futuro, los traumas pasados que moldean la personalidad del presente, la búsqueda de la felicidad aún no hallada, las ansias de libertad de unos individuos que se mueven en contextos no siempre libres y esa elegía plasmada en un plano final magistral que nos hace ver que quizás este fin de semana sea la última vez que las amigas protagonistas pasen juntas.
Todo ello convierte Dos chicas de hoy en una pieza fundamental de la filmografía de Mike Leigh. Si a eso le sumamos que nos encontramos con una película de pocos personajes, increíblemente bien interpretada por dos actrices que merecieron una mejor carrera en el cine, rodada con ese espíritu de película independiente que aspirar captar la realidad exhibida en pantalla, que hay comedia absurda apoyada en unos friquis que jamás podrán despojarse de ese aire extraño que empapa su alma, y que, igualmente, suceden situaciones emocionantes, tiernas y tristes… esto propicia que nos topemos con una de esas obras pequeñas e imprescindibles que empaparon de arte y buen cine a las producciones europeas de los años noventa.
Ojalá nos quede Leigh para rato para seguir disfrutando de su cine íntegro, mordaz e insobornable.
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Todo modo de amor al cine.