Anywhere Anytime (Milad Tangshir)

Anywhere Anytime arranca con un prólogo silente de apenas minutos desde el cual el debutante Milad Tangshir, a través de una melodía de jazz rítmica pero armónica que acompaña un montaje desde el que emplazar la acción en lo que se asemeja a un grupo de paradas de un mercado en el centro de una plaza pública, arroja la información necesaria para que conozcamos al protagonista, un muchacho de origen africano, inmigrante ilegal, que intenta subsistir trabajando a todas horas entre camiones y palés.

Una situación inestable que pronto se persona en forma de despido debido al riesgo que ningún jefe querría correr, el de una multa repentina que haga peligrar el equilibrio del negocio, y que llevará a ese muchacho a tomar un nuevo trabajo, esta vez como ‹rider› a cuestas de una bici que le sirve para trasladarse de un lugar a otro y llegar a pensar que quizá no todo estaba tan perdido como parecía tras desvanecerse su sustento hasta entonces. Todo, hasta que un inevitable hurto, el de esa bici conseguida algún regateo mediante, vuelva a ponerle contra la espada y la pared.

Es a partir de ese instante cuando en realidad arranca Anywhere Anytime, congregando en un tramo inicial no demasiado extenso las desventuras de su personaje, y dando pie a un nuevo escenario donde lo más fácil sería retribuir con la misma moneda a un desconocido, robando una bici para seguir con ese trayecto tan desabrido como mundano, pero que sin embargo nuestro protagonista rehúsa ‹en pos› de una integridad que se mantiene incluso en los momentos más complicados. Como si mirarse al espejo fuese un imperativo, y la imagen a reflejar se tuviese que mantener a toda costa pese a unas circunstancias nada esperanzadoras. Un hecho que, lejos de socavar el espíritu y energía de ese joven, parece otorgarle fuerzas: no hay tiempo para lamentos, y la perseverancia se transforma en un imprescindible desde el que conseguir un objetivo terrenal, uno de aquellos que para cualquier otro no sería de gran importancia, pero no obstante se antoja primordial para él.

Tangshir arma blandiendo esa premisa un film que se aleja de cualquier observación sesgada y condicionada; sí, estamos en un marco social muy específico, y la coyuntura retratada posee unas connotaciones que conviene no dejar pasar por alto, pero lejos de todo ello el cineasta iraní afincado en Italia no arroja una mirada que se regodee en esa escasez, en la penuria que a buen seguro viven sus personajes jornada tras jornada. Al contrario, y sin que ello lleve a pensar que estamos ni mucho menos ante un film marcadamente optimista —una cosa es huir de tremendismos, y otra caer en falacias—, nos encontramos ante una obra cuyo prisma nos aleja (en parte) de la tesitura y nos acerca al individuo, por más que su condición esté ligada de forma intrínseca, logrando captar una franqueza y naturalidad que iluminan el conjunto, que lo trasladan a una dimensión muy distinta de aquello que por norma general se desprende del cine social, logrando atravesar sus connotaciones.

Estimulada por una banda sonora que mezcla ritmos de jazz con influencias de música tradicional de distintas zonas del continente africano, Anywhere Anytime supone un acercamiento a temáticas recurrentes que se salda, sin embargo, con una pieza distintiva y plena de valor por esa mirada diferenciadora y humana sobre la que componer un atípico lienzo que si sobresale no es precisamente por esa condición; más bien por el hecho de saber glosar con afecto un retrato del que tantos otros se distanciarían, pero que el debutante capta logrando que ni siquiera esa secuencia final un tanto fría reste valía a una propuesta menuda pero lúcida al mismo tiempo.

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