Con la llegada del nuevo trabajo de uno de esos cineastas en clara línea ascendente desde que debutara en Hollywood con Saw, resulta interesante sumergirse en anteriores propuestas del cineasta para, además de constatar una magnífica evolución que le ha llevado a ser uno de esos grandes nombres cada vez que se habla de un género a menudo menoscabado por un público que no atiende a razones, ver como los elementos que forman parte ya de su filmografía, componen uno de esos universos propios que van más allá de un ámbito formal en el cual, admitámoslo, Wan ha logrado dar un salto de calidad con esta Expediente Warren: The Conjuring.
Para ello, nada como dirigirse a su primer trabajo como cineasta de terror que, lejos de su Stygian realizada en Australia de la que no se tiene pista alguna, nos lleva a uno de esos títulos a menudo masacrados como es Silencio desde el mal. Puede que ese hecho se deba a la temeridad de pisar un terreno demasiado conocido (aunque, ciertamente, resulte complicado fomentar la apertura a nuevos terrenos) en el que se recurre tanto lugares habidos como situaciones o incluso un desarrollo narrativo que apenas varía de tantas otras propuestas, aunque también se podría deber a encontrarnos ante las bases de un cine que Wan ha ido moldeando hasta lograr que, recurriendo a esos mismos lugares comunes, no sea necesario hablar de «déjà vu» o tópicos.
En ese sentido, y como comentaba, es curioso comprobar el progreso de un cine que en Silencio desde el mal todavía captaba tics de su anterior trabajo, el que le llevó a lograr un éxito de masas con Saw, y es que tanto los arreglos de post-producción para dotar de un aspecto directo y emparentado con el cine de terror actual, como un montaje que busca más inducir el sobresalto que construir una atmósfera palpable, son quizá algunos de los lunares que sepultan las posibilidades de una cinta donde tanto una temática que poseía un extraño punto sugestivo, como la cierta mirada sarcástica en ocasiones del relato escrito a cuatro manos por Whannell y Wan, daban para una propuesta más singular o enrarecida de lo que termina siendo.
Hagamos hincapié, por ejemplo, en esa mentada atmósfera que en muy pocos momentos logra llevarse a buen puerto, hecho que teniendo en cuenta las localizaciones (desde cementerios a edificios antiguos reforzados por una dirección artística que en ocasiones sabe captar magníficamente lo que suponen sitios emblemáticos para un subgénero como el de los espíritus) quizá pueda resultar desilusionante en cierto modo. Probablemente por las intenciones de Wan que parece más interesado en las posibilidades que ofrece la historia y sus diversos personajes, que no en urdir uno de esos trabajos donde el temple y la quietud lleven al espectador a lo que se busca en una obra de estas características.
No es que ello influya de modo negativo en el resultado final (en cierto modo, es obvio que sí, pues reforzando ciertos aspectos Silencio desde el mal habría sido una cinta mucho más magnética), pero coarta unas posibilidades que prefieren centrarse entorno a la resolución de ese misterio desencadenado cuando el protagonista reciba un inquietante muñeco de ventriloquía en casa y, sólo unos instantes después, su novia aparezca muerta en la cama en una extraña tesitura. A partir de ahí, se desarrollará la trama del investigador impostado que acudirá al pueblo de donde procede el muñeco (que es, precisamente, donde nació) esperanzado de encontrar algún tipo de explicación a una muerte rodeada de misteriosas circunstancias que parecen apuntarle a él directamente.
Partiendo de esa base, Wan enarbola una historia en la que cada ligero detalle cuenta, y donde sus objetos fetiche aparecen vez tras otra: ese muñeco que ya apareciera precisamente en Saw y que hemos visto recientemente de nuevo en Expediente Warren: The Conjuring, los relojes como advertencia de un peligro acechante (o incluso, del mismo fin) que también han visto lugar en casi cada uno de sus films, los espíritus representados en rosotros de señoras de cierta edad o los escondrijos oscuros y nada alentadores, prácticamente siempre raíz de ese mal, aunque en esta ocasión sirvan más como conductor de la acción que otra cosa. Con ello, el autor de Insidious incurre en un horror donde las particularidades forman parte propia de un universo construido con cierta meticulosidad que se centra en cierto modo en la superstición (de ahí ese muñeco, definido como un signo de mal agüero por el protagonista).
También ayudan a dar forma algunos de los personajes que circulan por ese pequeño pueblecito y, más allá de los secretos que esconden, representan roles arquetípicos a los que en más de una ocasión Wan sabe sacar partido. Es el caso de ese detective que persigue al protagonista creyéndole autor del crimen cometido, que incluso despachará más de un momento con un deje irónico muy socarrón (esa huida de Jamie, con Lipton —interpretado, todo sea dicho, por un Donnie Wahlberg muy atinado— saliendo de la casa parsimoniosamente, como harto de su trabajo), o del singular (y también típico) personaje que encarna la mujer del enterrador, Henry, que con sus pequeños aportes genera cierta paranoia entorno al caso.
Otros apartados como el ya aludido artístico (tanto iluminación como localizaciones refuerzan la cinta), o incluso un uso del sonido (como en el caso de las muertes que se irán sucediendo) y la elipsis en ocasiones muy interesante, dan cierto empaque a este pequeño pero disfrutable cuento macabro en el cual ni la poco certera elección del protagonista (un Ryan Kwanten más bien soso), ni los envites formales de un estilo que ya viraba aquí entorno a algún sugestivo punto que haría del cine de Wan lo que es, malogran uno de esos diminutos esfuerzos por devolver esos relatos que tanto aterraron tiempo atrás a un lugar en el que poder divertirse de nuevo con ellos sin tener que otorgarles mayor importancia o gravedad que la que en realidad poseen.
Larga vida a la nueva carne.