Sermon to the Birds (Hilal Baydarov)

Con Sermon to the Birds, Hilal Baydarov vuelve sobre los pasos de esa pareja formada por Davud y Sura, personajes sobre los que orbita este díptico desesperanzado y anti-bélico firmado por el cineasta azerí, si bien no hay una continuidad específica respecto a la crónica de su anterior trabajo. Nos encontramos, pues, ante una circunstancia que se explicita, de nuevo, mediante la palabra, pero que cobra resonancia en especial a través de un aspecto visual que refina, más si cabe, esa propensión por la imagen que lleva tiempo mostrando Baydarov. Las estampas, en ese aspecto, dirigen una narración entregada a las mismas, donde cada elipsis emerge como una herramienta extraña de abordar, prescindiendo las veces de cualquier atisbo de continuidad y confiriendo de ese modo una importancia articular a cada receptáculo formado por sus distintas secuencias sin que ello coarte una cohesión que germina desde esa faceta visual tan significativa (e incluso vertebradora) para el azerí. Al fin y al cabo, la constitución del cine del autor de Crane Lantern suele abordar ese aspecto desde una serie de segmentos que son los que van otorgando corporeidad a la narración, como reuniendo los pedazos de un universo que Baydarov recompone de forma paulatina, haciendo que ese ritmo pesaroso se apodere del conjunto y marque la consecución de un tono solemne pero siempre aderezado por un lirismo capaz de evocar un cine contemplativo cuyo espejo, si bien parece reverberar en algunos de sus nombres más destacados, se siente propio, presa de una serie de decisiones estilísticas que confieren sentido a las imágenes trenzadas por el cineasta.

No obstante, y aunque Sermon to the Birds mantiene ese carácter que el cine de su autor sostiene a través de un virtuosismo en la composición desde el que tejer estampas de una poderosa belleza, algo que es todavía más patente con respecto a su anterior trabajo gracias al empleo del color, aquí poblado por tonos mucho más vistosos, la síntesis de ese todo se siente marchita en el film que nos ocupa, ante todo por una forma que en ningún momento llega a arañar el fondo. Y es que si aquello que sobresalía en el cine de Baydarov, ya fuera en forma de soliloquios desde sus características voces en ‹off›, de tejido atmosférico que era capaz de transportar al espectador a los confines de esos particulares microcosmos, o incluso de consecución de un estado patente, que reflejaba a la perfección ese equilibrio roto por la presencia de un conflicto disruptivo, queda coartado por un paroxismo donde incluso su simbolismo se torna evidente hasta el punto de quedar ahogado en un ridículo que bordea en más de una ocasión. Ya no se trata, pues, de si el cineasta es capaz de culminar su tesis desde un cine las veces fascinante, o de si encuentra el modo mediante esas intrincadas representaciones de expresar en mayor o menor medida lo que siente, sino más bien del modo en cómo dicha representación emerge, engullendo por completo la virtud de una obra que parecía ir tomando un mayor relieve y, en cambio, termina desembocando en una tierra de nadie donde un cine como el que nos ocupa pierde, en efecto, por completo su rumbo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *