María Callas (Pablo Larraín)

El tránsito entre verdades

María Callas (Maria, 2025) es una película que se articula en la superposición de tres capas de representación. La primera, el cimiento, es aquella que corresponde al presente diegético, que nos muestra a Maria Callas, interpretada por una maravillosa y acertadísima Angelina Jolie, en un estado de fragilidad y obcecación por recuperar su voz, enmarcada insistentemente por los espacios de su casa en un ánimo de sugerir la reclusión emocional del personaje y su empequeñecimiento; a su vez, esta capa de representación está directamente vinculada y amparada por los personajes de sus empleados del hogar, Ferruccio (Pierfrancesco Favino) y Bruna (Alba Rohrwacher), que velan por el bienestar de la cantante de ópera e intentan guiarla hacia la serenidad y la cordura, solicitando continuamente su regreso a este primer estadio, que es el de la realidad. La segunda capa surge de una proyección fantasiosa de la protagonista, que imagina y ensaya múltiples entrevistas siendo registradas por un equipo de reporteros ficticio. La representación formal de este delirio es radicalmente diferente a la capa anterior, caracterizado por una cámara en mano frenética y ‹zooms› repentinos que evocan a los códigos visuales propios de la televisión y que le devuelven a Maria esa atención mediática que anhela, que emplea para reavivar la memoria de su época dorada y desplegar, en una instancia, su imagen espectral, que es la entrada al tercer estadio. La tercera capa, por tanto, corresponde a los diversos resurgimientos de imágenes pasadas, desde ‹flashbacks› en blanco y negro a fragmentos que nos remiten directamente a una ‹home movie› filmada con Super 8, que le dan dimensión a la nostalgia que siente el personaje y marcan una distancia respecto a la primera capa de representación, enunciando la imposibilidad de recuperar el objeto perdido. Lo fascinante de la nueva propuesta de Pablo Larraín es que su protagonista parece ser plenamente consciente de la existencia de estas capas de representación y que, por ese motivo, es capaz de transitarlas a su antojo. Si Maria se instala en el delirio no es porque esté loca, porque no pueda evitarlo, sino porque ha escogido entregarse a la locura como único medio para recuperar, aunque sea por unos breves instantes, su imagen estelar. En este sentido, no hay más que recordar los múltiples momentos en que su personaje describe las apariciones nocturnas de Arisotle Onassis, aunque Maria reconoce perfectamente que son alucinaciones, escoge entregarse plenamente a la idea de su ex-amante que la visita a diario, de nuevo, como única manera de revivir una vida pasada. «Stage is in my mind», contesta Maria al intento de Ferrucio por intervenir su relato fantasioso. Efectivamente, cuando ella escenifica sus alucinaciones —las visitas de Onassis o el reportaje ficticio— está haciendo del mundo un escenario que volver a ocupar desde el centro.

La trilogía que inicia con Jackie (2016), sigue con Spencer (2021) y culmina ahora con María Callas se puede abordar desde una misma línea conceptual. Las tres películas están vinculadas por la presencia de figuras femeninas icónicas del siglo XX, que han conducido a numerosos críticos a bautizarlas como “la trilogía de las divas”, representadas como reescritoras de la realidad, de la verdad y, sobre todo, de la historia. Jackie nos enseña cómo Jacqueline Kennedy habría manipulado cuidadosamente la verdad para asegurar el legado de su marido tras su trágica muerte, reorganizando la historia a su conveniencia para proteger no solo la memoria del presidente, sino la suya propia. En Spencer, la verdad oculta que soporta el cuerpo de Lady Di es tanto una carga insoportable como un elemento liberador en su poder grotescamente disruptivo, en su capacidad de resquebrajar y desafiar la imagen intachable de la corona británica, de nuevo, permitiendo una reescritura de la historia hegemónica. Finalmente, María Callas se aventura a explorar la idea de la verdad como un concepto mutable, como algo que puede y debe abrirse para ofrecer consuelo y sanación. En lugar de una verdad absoluta y hermética, la película propone un espacio para la ambigüedad desde el que el propio personaje de Maria Callas regresa para reescribir su historia y reclamar un relato propio.

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