El juicio del perro (Laetitia Dosch)

Un perro violento para una irreverente fábula política

Pido disculpas de antemano por lo que algunos podrían interpretar como cierto oportunismo desafortunado. La comparación —o más bien la alusión— seguro que termina por ser un poco odiosa. Pero no lo puedo remediar: los caminos de las cinefilias personales son inescrutables. Hace apenas tres años, mi adorada Jane Campion nos regaló aquel melodrama con forma de western y fondo de subterfugio desafiante llamado El poder del perro. Todo aquel simbolismo enervado del misterio más crudo y visceral, aquella densidad figurativa recortada en la inmensidad de las montañas del lejano oeste, consiguió redimensionar el género más genuinamente americano una vez más, y nos conmovió en su solemne profundidad, sacando a colación problemáticas socio-políticas del máximo interés. Unos años después —permitidme que me suba a la estela del libérrimo sentido del humor del film que nos ocupa—, una directora debutante vuelve a sintetizar su discurso en torno a ese noble animal, “el mejor amigo del hombre”. Y por medio de recursos antagónicos a los de la gran propuesta de Campion, no va a dejar títere con cabeza —de hecho, ha dicho Dosch que le preocupa nuestra sociedad y sus problemáticas, y por eso quería retratarla aunque fuese desde el absurdo; doy fe de que lo consigue—.

En esta divertidísima fábula socio-política, la propia Dosch, que hasta la fecha conocíamos por sus interpretaciones de la mano de Justine Triet, Maïwenn o Catherine Corsini, se pone en la piel de Avril Lucciani, una joven “abogada de causas perdidas”, como ella misma se presenta, que no puede evitar hacerse cargo de un caso muy especial: la defensa de Cosmos, un perro pendiente de condena a eutanasia por haber mordido por tercera vez a una persona. Antes de continuar, es importante señalar que la película, partícipe en Un certain regard del Festival de Cannes y estrenada en la última edición del Festival de Sevilla, está basada en hechos reales (un proceso real de un hombre francés que llegó incluso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos). Así nos lo nos cuenta la encantadora voz narradora superpuesta de la protagonista, que nos acompañará hasta el mismo final, «Esta historia sucede en un pequeño pueblo suizo. Sí, incluso en Suiza las pasiones se pueden desatar y cambiar el curso de la historia». Toda una jocosa declaración de intenciones, con la que la directora nos introduce en una comedia incisiva de ritmo narrativo trepidante, que en su constante alternancia de tonos analíticos consigue cuestionar unos cuantos asuntos candentes en el mundo contemporáneo.

De hecho, el film comienza por plantear la consideración de sujeto jurídico de Cosmos, y que como tal, pueda ser juzgado como un ser independiente de su dueño. Y en base a este planteamiento, filosófico e inquietante a la par que juguetón y provocador, todo el encorsetado ceremonial y judicial se aplica al incongruente juicio de este perro, con algunos pasajes realmente desternillantes, como el del comité de ética, con representación de los más divergentes grupos de pensamiento, o el simulacro de máquina de la verdad, con la que una experta en pruebas periciales confiaba en sacar a la luz las más profundas motivaciones del can.

Pero es que además, la última víctima de Cosmos, una limpiadora portuguesa, Lorene Furtado (Anabela Moreira), que trabaja en la casa de su compañero humano parcialmente invidente Dariuch Michovski (François Damiens, en toda su grandeza), parece confirmar la querencia misógina del animal a causa de una demasiado femenina flexión de rodilla. Y en consecuencia, una multitud embravecida de feministas contra antiespecistas acudirá al tribunal para manifestarse. Aquí es importante recordar que la directora cita como referente la novela Perro blanco de Romain Gary sobre un perro racista, que el inconmensurable Samuel Fuller llevó al cine en 1982, y afirma «En esta novela hay un adiestrador de perros negro que se enorgullece de corregir a un perro racista por todos los medios necesarios. Avril hace lo mismo: está obsesionada con curar a este perro de su supuesta misoginia. Pensé que era gracioso y patético, como si al corregir a Cosmos pudiera hacer desaparecer toda la misoginia del mundo». Por supuesto, en el desparrame tienen cabida otros tantos personajes muy ilustrativos, como el extremadamente intuitivo adiestrador de perros, o la abogada xenófoba de extrema derecha de la parte contraria tendente al sensacionalismo (Anne Dorval).

Así es como desde las premisas de la absurda visceralidad social contemporánea ante realidades diversas, Dosch compone una sátira despiadada, desprejuiciada y bastante surrealista, atravesada de la más iluminadora ternura, sobre el comportamiento colectivo de esta sociedad desorientada nuestra, específicamente enfocada en la relación del ser humano con los animales y con el entorno natural.

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