Hay algún rasgo que pronto parece emparentar Estranho caminho, último largometraje del cineasta brasileño Guto Parente, con un fantástico donde la irrealidad se perfila como herramienta desde la que dar forma a ese camino del que habla el título de su film. Pero pronto la realidad supera la ficción: la llegada de David a su Brasil natal para presentar un film experimental que ha dirigido se verá coartado por la presencia de la ya reconocible pandemia que asoló el planeta allá a inicios de 2020, alterando así los planes del protagonista, que deberá decidir qué hacer ante tan extraordinaria situación.
Así, y si bien el autor de la notable A misteriosa morte de Pérola sigue un trayecto discontinuo e irregular, que tan pronto se enquista en una enigmática figura paterna de la que apenas tenemos información —sabemos, por las conversaciones que sostiene David con su pareja, que algo no funciona exactamente como debería— como nos lleva a los confines de un tan desnortado relato como la situación infiere, ello no se proyecta del mismo modo a través de un aparato formal embebido en una rara mundanidad que las veces incluso deviene en una manifiesta planicie, como si la confusa realidad que vive David no encontrara reflejo en el prisma planteado por Parente.
Es en ese gesto, el más revelador del nuevo largometraje del brasileño, desde el que discurre un ejercicio que se torna, más que transparente, terrenal a cada paso que da, y es que si bien Estranho caminho no deja de alimentar ese parentesco que el cine de Parente ha concurrido comúnmente con un cine de género siempre presente, se podría concluir que el particular recorrido de David gravita sobre ese carácter mundano del que hablaba, dando pie así a una crónica que se despoja de todo artificio en tanto huye, desde lo formal, de cualquier recorrido que busque concretar una dimensión o una atmósfera que no se ciña a esa sustantividad trazada por el cineasta.
No hay, de este modo, en algún que otro desvío que toma su libreto en forma de giro, voluntad alguna por parte de Parente de acudir al ardid para otorgar una connotación distinta al film o buscar generar un efecto sorpresa que termina por no existir. Porque, ante todo, Estranho caminho confluye como algo cercano a un estado, cuya pesadumbre traspasa en ocasiones con facilidad la pantalla para terminar instaurando un ejercicio que va más allá de lo cinematográfico en este caso, y bordea un terreno personal que su autor es capaz de recoger sin siquiera proponérselo, como si fuese algo inherente a la propia experiencia que supone el visionado del film.
Todo ello no surge, no obstante, de encuadrar la obra en un marco reconocible y, por tanto, extrapolable a cada caso, sino más bien de un trabajo que el realizador revela tanto en su puesta en escena como en la concreción de un tono sobre el que, si bien sobrevuela una suerte de fantasmagoría que nos aleja del contexto trazado, trasluce en todo momento una situación, la del protagonista, desde la que hacer supurar esa extraña honestidad que se desprende de la película. De hecho, que Estranho caminho transite esas ficciones que modelamos y nos modelan —con el consabido componente meta que puede llegar a arrastrar en ocasiones— no resta un ápice de franqueza a uno de esos artefactos que respiran con una independencia rara vez vista.

Larga vida a la nueva carne.