En un primer plano sostenido, Antonio Cuesta nos presenta a quien será la protagonista de su nuevo cortometraje, una joven enfermera con un ojo amoratado en cuyo rostro se presenta un desconcierto que, con poco más, el espectador percibirá en el ambiente: tanto por la búsqueda de explicaciones que se suscita a su alrededor, como por una inquietud e incertidumbre que se traslada de las voces de quienes la rodean al cuadro, impelido por una cámara en mano que nos guiará a través del relato.
Con esas consignas y una herramienta tan expresiva y en ocasiones común del terreno en el que se maneja como lo es el plano secuencia, el cineasta plasma en pantalla los cimientos de un drama psicológico en el que casi emerge el terror propio de una situación límite y confusa, para derivar en los conatos de un thriller en el que asoma sin tapujos un panorama social acuciante, precisamente el causante de la situación vivida y de las susceptibilidades que se desatarán entre los distintos personajes ante una situación precaria, tan difícil de sostener que empapa la pantalla de una entendible fragilidad, la de la protagonista.
Cuesta invoca así el carácter de un cine social que se extiende y crece desde distintos elementos en los que contemplar una pertinente voluntad genérica, siendo la extensión por momentos de ese cine de autor europeísta que ha dejado piezas de toda índole a la par que muestra un afán de denuncia cada vez más característico (como sucedía, por ejemplo, en la reciente cinta eslovena Observing) potenciado mediante motivos que quizá no entroncan de forma tan directa con el llamado cine social, pero representan por otro lado un espejo acerado de esas realidades que se presentan en ámbitos como el de la cada vez más maltrecha sanidad pública.
Quizá, y en cierto modo, la tesis articular de esta La noche dentro pierda fuerza al ser expuesta con una explicitud que se desliza de cada diálogo y resta poder a sus imágenes, redundando a través del texto en detalles que se pueden sobreentender a partir de la situación narrada, pero pese a ello lo cierto es que esta suerte de pieza de cámara encuentra el espacio necesario para glosar ese contenido en apenas unos minutos: aquello que en manos de cualquier otro cineasta se habría extendido desvaneciéndose el potencial de una discursiva concentrada y pragmática, en manos del sevillano queda exhibido con tesón.
La noche dentro posee, pues, la capacidad de dotar del vigor necesario a esa reflexión tanto desde su aparato formal —cabe destacar en este sentido cómo la banda sonora ayuda a moldear esos frugales y oportunos cambios de tono— como de una concisión que se encuentra en el perfecto manejo de los tempos: las secuencias no se estiran más de lo necesario, y cada actor encuentra en esa concisión un valioso aliado; véase, por ejemplo, una se las últimas secuencias del cortometraje, donde con pericia el cineasta comprende la “exculpación” de la protagonista en un gesto casi testimonial que, sin embargo, lo dice todo. Una muestra más de la precisión con que su autor maneja una propuesta que si consigue llegar adonde llega es gracias a la claridad con que se maneja del primer al último minuto.
Larga vida a la nueva carne.