Encuadrada dentro de la sección Generación mutante, que el FICX utiliza para englobar esas propuestas que se dirigen hacía la hibridación de los géneros, La parra es la última película del gallego Alberto Gracia, que con previos trabajos como El quinto evangelio de Gaspar Hauser o La estrella errante ha sido galardonado en festivales como Rotterdam o Sevilla. Esta historia ubicada en su Ferrol natal responde a la perfección a los propósitos de esta recién inaugurada sección de Gijón, con su carácter cosmopolita a la hora de aunar diferentes corrientes cinematográficas con una capa perpetua de historia clásica de horror. Gracia toma como ebullición argumental la pensión ferrolana que da título a la película, en la que una mujer de avanzada edad acoge en sus habitaciones a todo tipo de personajes desarraigados de la sociedad creando un extraño abanico de personajes. Allí llega Damián, un hombre de mediana edad con escasez de medios que tiene que volver a la ciudad que le vio nacer, Ferrol; atrás queda su vida lejos del lumpen en la que vivió hasta un pequeño periplo de popularidad con su paso en un famoso concurso de televisión.
Para entramar una especie de tejido folclórico suburbano que nos acompaña durante toda la película, Alberto Gracia comienza La parra con una situación que, aparentemente sin demasiada importancia en la trama, será clave para establecer las reglas del juego de la película: la desaparición de Cosme (que quizá de manera no trivial, está interpretado por el propio director), un guía de una excursión de invidentes que dejará a estos a merced de la orografía montañosa de la periferia ferrolana; una especie de leyenda que se cierne sobre el lugar, aunque nosotros como espectadores sabemos que Cosme en realidad se ha suicidado precipitándose por una montaña. Si bien el cineasta vuelve a esta microhistoria en determinados momentos de la narración, como una manera de insuflar aires de misterio fantasmagórico a la trama, es la idiosincrasia de Damián, ese perdedor desarraigado en una pensión de mala muerte, la que nos centra como espectadores. De él adivinamos su pasado (éxito fugaz y trasnochado), pero especialmente conocemos su presente: sin medios y con una decadencia física y moral muy evidente, nos sumergimos a través suyo en un trasunto de inmersión urbana en la que Ferrol se convierte en una especie de lienzo surrealista y pesadillesco, todo apoyado en un peso audiovisual muy importante. A este respecto, cabe destacar la enorme voluntad técnica por recrear una ciudad con aires de decadencia y atemporalidad, pero bajo el yugo de un componente estético que apabulla; compartiendo intenciones de aquellos magos cinematográficos que en décadas pesadas apostaron por construir un dibujo orográfico urbano anexo a la oscura magia de la nocturnidad y el contraste lumínico generado por la nebulosa y las luces de neón, La parra acaba consumiéndose en sus formalidades como un apasionado (y apasionante) ejercicio de estilo, principal salvoconducto en el que disfrutar esa mezcolanza conceptual que acompaña a su personaje principal.
Porque de La parra conviene destacar por encima de todo algo que uno ya se podía ver venir desde sus primeros minutos, con la consabida escena del guía desaparecido en trágicas circunstancias; no sólo es una película que aborda la consabida temática del ‹loser› naufragando en una eterna y febril búsqueda de identidad; es en sus maneras tonales donde la película destaca como una obra de identidad propia y, por qué no decirlo, de difícil clasificación. Gracia repasa desde el ‹neo-thriller› urbano subversivo hasta conceptos clásicos del terror como la historia de fantasmas, pasando por el halo pesadillesco del surrealismo y sin obviar una tendencia localista que la convierte en una especie de revisión estilística del folclore gallego urbano. El misterio y el drama existencial se dan de la mano en una película con aires poliédricos en la construcción de aquellos géneros por los que quiere pasar, saliendo bien airoso de cada uno de ellos. No conviene ignorar el calado realista que tiene su germen, la pensión La parra, que más allá de dar título a la obra nos presenta una historia auténtica de ese Ferrol congelado en el tiempo que Gracia utiliza como trasfondo; vemos a los personajes reales que viven ahí, conviviendo con un Damián extraído de la ficción pero que otorgan una dualidad espontánea a una película ya de por sí rica en matices: desde el tono documental que tienen todos aquellos momentos en los que la cámara se sumerge a través de la pensión, como un inevitable calado cómico que se percibe a la hora de ver en pantalla ese estrambótico abanico de personajes.