Hay pocos contextos más proclives al de la comedia romántica que una boda, lugar en el que desatar enredos de toda índole, llevar los equívocos a otro nivel y, ante todo, desatar un caos que tan pronto termina en huidas inesperadas como en borracheras que catapultan la ya de por sí compleja situación que se puede ver reflejada en esas ceremonias y convites, entre los lances y los roces que se suelen producir entre distintos personajes. Iván Marinović parece tener cuenta todos esos ingredientes en su ópera prima, con el incentivo de que en Forever Hold Your Peace el desconcierto lo causan además tanto cartuchos de dinamita como pistolas viendo su cargador vaciar mientras apuntan al cielo; un elemento idiosincrático, cultural (?) si se quiere, desde el que dibujar un lienzo distinto, ese que se desenvuelve entre la festividad y el esperpento que tan arraigados parecen a la comedia balcánica —aunque siempre hay de todo, se antoja difícil no atisbar en dicho carácter el espíritu de aquellas tierras del este europeo—, otorgando así un marco en el que desarrollar algo más que los visos de la clásica comedia romántica, o eso podría pensar cualquiera ante las imágenes que el serbio llega a tejer en algún momento, con los allegados del novio arrastrando a la novia a su (en apariencia) inevitable ‹fatum› en una de esas estampas que lo definen todo a la perfección: frente al ‹rictus› de ella debido a que a apenas dos días de la boda desempolvó sus dudas con su pareja, y a transitar una escena anclada en otros tiempos, con la que no se siente conforme, un grupo de individuos la empuja y zarandea como si de un rito perteneciente a tiempos pretéritos se tratara, más propio de homínidos que de seres racionales (sigh) en sí.
Forever Hold Your Peace funciona en ese ámbito en su función de comedia destartalada que parece se presta a ir más allá, a poner en tela de juicio cómo esos “ritos” y tradiciones marcados a fuego en un entorno eminentemente patriarcal sobresalen en aquello que se suponía una celebración, un enlace; y digo parece puesto que si bien nuestra protagonista, Dragana, alza su voz contra ese sistema preestablecido e incluso contra Momir, su futuro esposo, al que acusa de dejarse llevar por la voz de su progenitor como si de un ser sin voz ni voto se tratara, Marinović nunca acaba de afianzar esas ideas ni de otorgarles el peso adecuado, quedando más como una comparsa que como un tema que realmente pudiera conferir algo de entidad más allá de lo humorístico al film que nos ocupa.
El cineasta montenegrino termina por no salirse de una hoja de ruta preestablecida dentro del género abordado, y entre risas y desplantes toma quizá la senda más complaciente, más acomodaticia. Sí, es cierto, en última instancia uno podría pensar que Marinović está más interesado en otorgar un desarrollo propicio a la historia de los dos personajes centrales, y que al fin y al cabo todo ese ‹background› no era más que un escenario en el que desarrollar la comedia. Sea como fuere, y aunque hay que reconocerle al realizador que es capaz de articular un humor de lo más personal, a fin de cuentas Forever Hold Your Peace se siente como una ocasión en parte desaprovechada, puesto que puede que el retrato de ese particular ecosistema cobre cierto relieve en la crónica expuesta e incluso incida sobre su faceta cómica, pero deja por el camino la oportunidad de profundizar sobre un contexto que, aprovechando esa acidez que destila de tanto en tanto el relato, habría alcanzado quién sabe si cotas mayores. Algo que no sabremos, y que cabe ver si el cineasta concreta en futuras ocasiones.
Larga vida a la nueva carne.