La cámara frente al mal
El reciente estreno en las salas de nuestro país de Cloud (2024), uno de los tres proyectos que Kiyoshi Kurosawa ha presentado este año, es la excusa perfecta para recuperar Creepy (2016), título ideal en cuanto permite analizar los estilemas de uno de los cineastas japoneses más reivindicados de las pasadas décadas. Una exploración a la que el propio Kurosawa parece ser proclive en la actualidad, puesto que dos de las tres películas de este año, Serpent’s Path y el mediometraje Chime, no dejan de ser revisiones de trabajos anteriores del cineasta nipón, ya sea, como es en el primer caso, en forma de remake, o partiendo, como ocurre en el segundo, de los elementos que forjaron el universo desarrollado en la memorable Cure (1998). En cualquier caso, un diálogo entre imágenes que, sospechamos, no viene motivado tanto por la búsqueda de un significado capaz de definir su amplia filmografía, sino más bien por la intuición creadora que el mismo Kurosawa reconoce como la principal guía para desarrollar su cine.
En Creepy, pues, Kurosawa realiza un acercamiento ambicioso —quizá incluso algo desmedido— a la forma del mal que más parece interesarle: aquella que no podemos ver a simple vista aun teniéndola frente a nuestros ojos. Para ello, el uso del fuera de campo dentro del campo supone un recurso formal aparentemente muy evidente, pero que, manejado con tal destreza, logra generar una gran tensión en el espacio escénico de la película. La sugestión de lo intangible mediante la exposición sostenida de lo que aparece en pantalla, como bien refleja el magistral plano acompañado de un ligero ‹travel out› que muestra por primera vez la casa de Masayuki (Teruyuki Kagawa) y que, más adelante, resonará cuando el personaje de Yasuko (Yûko Takeuchi) entre en esa misma casa y Kurosawa repita el movimiento de cámara, ahora desde el interior de ese hogar. En ambos planos, el desplazamiento de la cámara es mínimo, no sirve para descubrir nada nuevo en los espacios ni subraya ningún elemento material concreto; es, en definitiva, la indicación de un algo invisible infiltrado en la cotidianidad de lo mundano.
De este modo, Kurosawa apunta a lo que resulta más terrorífico para los personajes de Creepy, en especial a su protagonista, el policía retirado Koichi (Hidetoshi Nishijima) y lo que, posiblemente, más fascinaba al director de la novela original de Yutaka Maekawa: la manifestación del horror donde deberían sentirse más seguros, en sus hogares. De ahí la sensación de encarcelamiento que genera el contraplano del matrimonio Takakura filmado desde dentro de la casa de su vecina cuando la visitan al inicio del filme. Un horror del que huyen porque, en el fondo, es invencible. Al menos, así parece indicarlo la deslumbrante primera secuencia de la cinta, donde Koichi se enfrenta en la comisaría a un psicópata que ha escapado de su celda en un despliegue asombroso de elección de encuadres, movimientos de cámara y colocación de personajes dentro en el espacio.
Desde el inicio, Kurosawa plantea la imposibilidad de derrotar al mal absoluto, pues su función no es la de ser ejecutado, sino de la de transmitirse como si se tratara de una enfermedad que corrompe al resto de personajes. Una idea que recuerda de nuevo a Cure, y que termina siendo literal en una película de gran interés, aunque termine siendo demasiado larga, irregular y, por momentos, un tanto confusa.