En ocasiones, se suele dar por buena esa enunciación que dice que no hay nada más innecesario que el ‹remake› de una obra que ya funcionaba por sí sola. Sin embargo, se abogue o no por repetir los patrones —e incluso secuencias— que ya eran efectivos en el original, no puede haber afirmación más errónea puesto que el resultado no dependerá ni mucho menos de la reproducción más o menos exacta de lo ya visto, pues ante todo aquello que dotará de un carácter diferencial a la nueva propuesta es un tono adecuado que haga converger lo funcional bajo una óptica que asimile ideas en lugar de limitarse a replicarlas sin mayor preocupación.
Handsome Guys, que parte de aquella divertida pieza pergeñada por Craig Eli y titulada Tucker y Dale contra el mal, acierta en ese sentido en la consecución de un tono que se aleja de su predecesora, pues no solo el film dirigido por Nam Dong-hyup huye (en parte) del espíritu de serie B que manaba el film del californiano, en un gesto pretendidamente humorístico que no lo es tanto por acercarse a la ironía que destilaba la cinta canadiense como por apelar directamente a las claves de un género como la comedia, que termina barnizando con motivos terroríficos más cercanos a la Posesión infernal de Sam Raimi que al conato de ‹slasher› que guardaba el original, sino además consigue instaurar una vena capaz de rememorar el ‹slapstick› que sus intérpretes leen a la perfección, otorgando asi un sentido muy distinto y totalmente certero a esta nueva propuesta.
Lejos, pues, de dirimir qué comicidad funciona mejor dado el contexto, teniendo en cuenta que resultaría absurdo cuando partimos de cines con códigos culturales tan dispares, cabe preguntarse si Handsome Guys logra o no alcanzar su objetivo elemental, y en cualquier caso la respuesta es un rotundo sí. No importa si el film de Nam Dong-hyup calca algunas de las secuencias más representativas del film de Craig, en especial si consigue hacerlo desde una idiosincrasia propia, algo que el coreano sostiene en todo momento y que ensalza gracias a la presencia de sus dos actores centrales, y es que tanto Lee Sung-min como Lee Hee-joon dan en el clavo exacerbando los rasgos de esos dos pobres diablos que se verán en medio de una situación inesperada e incluso suscitarán un caos no pretendido desde el que sembrar un pánico propicio para instaurar la agudeza y la diversión a partes iguales.
A partir de una virtud que será capital para la construcción de una comedia tan disparatada como imbuida por el desparrame que el mismo género impele, no supone una gran diferencia si el cineasta decide tomar bifurcaciones distintas o no, puesto que Handsome Guys ya había logrado acometer sus objetivos con la personalidad necesaria, pues tanto los ramalazos de comedia “farrelliana” como su gamberrismo un tanto naif por las buenas intenciones de sus personajes centrales, pasando por la ternura que terminan destilando esos inesperados (anti)héroes componen los mimbres de un ejercicio que, con sus más y sus menos —algunas ideas que invocan el dislate quizá no siempre se reproducen del mejor modo—, llega exactamente al lugar deseado.
Quizá se le pueda achacar que no sea capaz de sostener ese ritmo, esa frescura y ese ‹timing› cómico hasta su final, pero lo cierto es que se antojaba complicado mantener una fuerza que en ocasiones desborda la carcajada más sonora; aunque, por otro lado, hay que reconocer que esa subtrama añadida no solo no entorpece la narración, sino añade alicientes desde los que apelar a algo mayor que la mera referencialidad: Handsome Guys es mucho más que eso, y en su imprudencia y desacato se encuentra la esencia de una obra que si se ha ergido como una de las comedias de la temporada no es por reproducir las claves que ya destacaban en su antecesora, más bien por saberlas reconducir a su terreno, defendiendo una comicidad tan valiosa ante la que se antoja improbable no caer rendidos.
Larga vida a la nueva carne.