Enunciar no es denunciar
Mariposas negras habla del cambio climático y de sus consecuencias, del efecto mariposa que generan los modos de producción capitalistas al expulsar ingentes cantidades de gases de efecto invernadero a la atmósfera, de los desastres naturales que arrasan ciudades y pueblos, bosques y playas, entornos urbanizados y naturales, y que se llevan la vida de miles de seres vivos (no sólo humanos) cada año. Aunque, para ser más precisos, deberíamos decir que el debut en el largometraje de animación de David Baute, más que ofrecer un nuevo ángulo desde el que se pueda observar tanto la propia tragedia como las estructuras que la provocan y sustentan, enuncia su existencia de una forma tan explícita y superficial como carente de verdadera hondura discursiva.
A través de un triple trenzado de historias que tienen como centro neurálgico las catástrofes causadas por el cambio climático, el director configura una lección de pedagogía pedestre, cuya imposibilidad de ramificarse discursivamente, de ofrecer un conglomerado de ideas sobre la problemática que aborda o de cuestionar la propia realidad en la que tiene lugar dicha problemática, no es sino el principal síntoma que denota su ausencia de raíces. La película está construida sobre la superficie misma de la pantalla: no tiene cimientos de ningún tipo, no mira el mundo desde ningún sitio concreto y, por tanto, es incapaz de plantear preguntas complejas ni de desentrañar el funcionamiento de los engranajes del sistema generador de injusticias que busca criticar.
El problema de Mariposas negras es, por tanto, el no lugar desde el que está narrada, la inexistencia de un punto de vista desde el que su responsable —y, por ende, los espectadores— observe(n) el mundo. Baute sabe que quiere denunciar el cambio climático, sí, pero es incapaz de plantarse en un lugar específico para cuestionar su avance constante o de adoptar una mirada precisa que le permita apretar las costuras de la realidad hasta hacerlas saltar por los aires; únicamente afirma la existencia de la crisis y enuncia una evidencia: que cuesta vidas. Hay, además, en su forma de abordar a los personajes, en el sentimentalismo barato con el que busca emocionar al espectador prostituyendo su dignidad, subrayando las desgracias que los asfixian, ofreciendo de ellos un retrato unidimensional en el que el énfasis que hace de su carácter de humillados roza lo indigno —y lo truculento—, un absoluto desinterés —o desconocimiento— por su día a día, por las aspiraciones que tenían antes de que sus vidas sufriesen un vuelco radical o por el magma emocional que bulle bajo sus miradas debido a su nueva e injusta situación.
Las protagonistas son marionetas que le importan exclusivamente por su carácter de víctimas, por eso nunca se las llega a conocer ni se tiene la sensación de que, a nivel cinematográfico, sean personajes reales —cosa que, estando basados en personas existentes, es bastante preocupante—. La asepsia lo ensucia todo, empezando por una puesta en escena marcada por su constante deseo de hacer llorar a los espectadores, y terminando por un discurso definido por su nulidad. En el regodeo que hace el director de la tragedia, en su imposibilidad de ofrecer una lectura honda de ella, de mostrar sus mecanismos o de señalar su funcionamiento, hay una afirmación nihilista que niega, precisamente, la posibilidad de ponerle solución al cambio climático, en tanto que este, en todo momento, es representado de forma abstracta, como un problema desligado de la realidad económica del mundo; es decir, como algo que existe con independencia de las acciones de los seres humanos. Baute, además, no confía en la inteligencia de los integrantes de la platea; es más, los trata como si fuesen incapaces de pensar por sí mismos, y, por eso, introduce al final de la película unos carteles en los que explica que el cambio climático es una realidad amenazante que se lleva por delante miles de vidas cada año y que hay que hacer algo para revertirlo. Puede resultar anecdótico, pero este último gesto define con precisión milimétrica una película que, en su último suspiro, intenta solucionar de forma muy cutre todos sus problemas éticos y estéticos.