El debut en la dirección de Monica Sorelle, cineasta haitiana-estadounidense residente en Miami, es una mirada a su propia comunidad a través de la cotidianeidad de Xavier, un obrero de demolición que vive con su esposa Esperance y su hijo Junior en una modesta casa de Little Haiti, un barrio de Miami poblado en su mayoría por migrantes haitianos. El trabajo de Xavier le hace ser particularmente consciente y una parte activa de los procesos de gentrificación de su barrio, mientras este y su esposa buscan una casa más amplia a la que mudarse; por otro lado, Junior crece cada vez más aislado emocional y culturalmente de sus padres, como demuestra con su rechazo a hablar creole incluso en la intimidad familiar, y trata de hacer carrera como monologuista en las noches mientras mantiene un trabajo formal por las mañanas.
El título de esta película, Mountains, hace referencia a un proverbio haitiano («tras las montañas, hay más montañas»), que señala que siempre se van a presentar nuevos desafíos y problemas en la vida una vez se resuelvan los inmediatos. Este punto de vista, en principio, no debería cuadrar en exceso con lo que ofrece una cinta como esta, la cual, en su ritmo apacible y ambición naturalista, se asegura de no elevar el tono casi nunca. Sin embargo, tras esta apariencia hay conflictos que no actúan tanto desde lo explícito como desde una realidad cotidiana que va mellando la sensación de pertenencia a la comunidad, y que reproducen a nivel del pequeño núcleo familiar las dinámicas que afectan al barrio en su conjunto.
De este modo, mediante una narración que apenas eleva el tono, Sorelle expone y observa el desencanto inexorable de sus tres personajes principales con lo que les rodea, a través de numerosas aristas que se presentan en su cotidianeidad. Xavier, además de los conflictos que le acarrea su labor de demolición, es testigo y víctima indirecta del racismo en su puesto de trabajo por parte del capataz y su hijo, en un equilibrio tenso que refleja la dificultad y la impostación de su convivencia, lo cual genera una desafección con su rutina y la sensación cada vez más palpable de que el barrio, tal y como lo conoce, está desapareciendo; mientras, Junior canaliza en sus monólogos una suerte de liberación personal de las frustraciones con su familia, su estilo de vida y tradiciones y, con ello, la cada vez mayor distancia emocional con las raíces de su comunidad, lo cual con frecuencia le lleva a chocar con su padre; en una suerte de equilibrio abnegado se encuentra Esperance, quien soporta en un silencio conciliador la mayor vehemencia con la que su marido e hijo abordan los conflictos y frustraciones en torno a la vida en un lugar que está cambiando rápidamente. Sin ser una familia ni mucho menos mal avenida y dando un cariz más bien latente a dichos conflictos, los problemas de comunicación y la sensación de no estar viviendo en la misma onda son patentes durante toda la obra, como un reflejo a pequeña escala de lo que está sucediendo en su comunidad, con su inminente desaparición y con el deseo de, o bien conservar lo que fue en su momento, o bien dejarla atrás.
Mountains trata temas graves, pero su estilo narrativo nos indica que estos no suceden en una explosión de acontecimientos, sino en una gradualidad que va mellando ese entorno que han conocido, y al que están social y culturalmente conectados. Se suma esta sensación a la incertidumbre económica, a la inestabilidad laboral y a la indefinición en torno a los siguientes pasos que deben dar en sus vidas. Todo ello, en otro tipo de historia, tal vez sería terreno abonado para construir una tensión repentina, que hiciese a sus personajes lidiar con una consecuencia dramática y destruyese todos sus cimientos; este no es, en mi opinión, el propósito, y lo que termina resonando más aquí es la sensación de que esto va sucediendo cada día, de manera casi imperceptible, pero generando sensaciones difíciles de entender y verbalizar, una progresiva incomodidad con el estado de las cosas y un desmantelamiento de la comunidad lo suficientemente rápido para generar un contraste pero, al mismo, tiempo, de una lentitud que desarticula la respuesta.
El resultado de este enfoque es un debut de una claridad de ideas sorprendente y unos tiempos narrativos de una coherencia encomiable, que ofrece un retrato y reflexión complejos sobre la realidad de la comunidad haitiana en Estados Unidos, un tema desde luego muy pertinente y cotidiano para su directora. Xavier es, en ese sentido, un avatar estupendo que representa muy bien la realidad que quiere expresar Sorelle; por otro lado, es ahí donde encuentro mis reticencias, porque el punto de vista de Junior y, sobre todo, Esperance, tiene un peso significativamente menor en la narración, detentando ambos un papel más subordinado y tan solo unos minutos de enfoque individualizado. Esta descompensación desluce algo la sensación global, pues sus perspectivas individuales son muy interesantes y, si se les hubiese dado el suficiente tiempo, creo que habrían resultado igualmente instructivas. La indefinición que demuestra esto, en particular tras la decisión narrativa de darles un espacio pequeño y claramente insuficiente, es el punto en el que quedan más patentes las limitaciones inherentes a la inexperiencia cinematográfica, quedando una película sin duda lúcida y meritoria, pero también con imperfecciones y la sensación de que no todo en ella cierra como debería.