La cara oculta. A David Pérez Sañudo parece interesarle tanto la apariencia como el interior, sobre todo si se contradicen ambos aspectos de una misma persona. El director disfruta de las dobleces que ofrecen cada uno de sus personajes, enriqueciendo el discurso más allá de lo aparente, de la imagen física y lingüística que una primera impresión pueda dar.
Desde proyectos cercanos a la ciencia-ficción como Artificial, pasando por el thriller en el que se convierte Un coche cualquiera, sus cortos conviven con una colección de giros inesperados y muy bien hilados para combatir la premura del formato con la dosificación de historias muy bien cuidadas. Sañudo sabe aprovechar cada uno de sus trabajos para alcanzar desde nuevos relatos un mismo efecto: la sorpresa que ya nadie espera de la especie humana.
Aprovechando el tiempo entre largometrajes, desde su aclamada Ane a la reciente Los últimos románticos, el realizador vasco sigue indagando a través de los cortometrajes en las funciones psicomotrices del hombre, algo que nos lleva a El rey de la semana, un elaborado ejercicio que duele en el alma más por necesitar apartar la mirada de un comportamiento que nos lleva por sensaciones no tan ajenas como la vergüenza, la culpa y la obsesión ante el único deseo (y siempre como primera lectura, que no única) de triunfar.
Para ello manipula el gesto del actor Nacho Sánchez que interpreta a Martín, un hombre joven que intenta, no con gran éxito, ligar en una discoteca. De lo más básico, un hombre perdido intentando alcanzar un ideal, Sañudo desarrolla múltiples prismas sobre una misma actitud. No es tan simple como un hombre en busca de afecto o de atracción, puesto que desarrolla el sentido de esa escena en la que bascula la euforia, el fracaso, la timidez, la valentía o el pagafantismo en meticulosos sentidos posteriores a esa noche concreta. Porque Martín no es solo un hombre intentando ligar, Martín comparte uno de esos escenarios de masculinidad tóxica en los que, a cambio de dinero, otro hombre les enseña a triunfar en el amor y en la confianza propia; y Martín no se conforma con ese aprendizaje, Martín quiere ser el mejor aunque deba mentir para conseguirlo. De hecho, Martín tiene una vida más que alejada de lo que socialmente se entiende como estable, por lo que este conjunto de hechos, los falsos, los inalcanzables y los sistemáticos, convierten a su personaje en un polvorín que supera cualquier lectura primitiva que sus andanzas puedan aportar.
Las calles de Burgos son partícipes de esos intentos de ser el mejor en lo suyo que obsesionan a Martín. Su objetivo claro es conquistar a Marta, pero los motivos por los que lo desea parecen transformarse a cada momento, pues nada tienen que ver las apariencias y los resultados con lo que él mismo espera de estos acontecimientos.
Durante el día, a partir de escenas cotidianas, el mundo de Martín se encuentra con todo tipo de techos de cristal que es incapaz de quebrar. El mundo le supera. Por la noche, el alcohol y las luces empastadas parecen invitarle a ser otra persona, algo que no funciona siempre en la dirección deseada. Ambos influjos se transforman en una constante decepción que suele sacar lo peor de cada persona y ahí es donde David Pérez Sañudo, en un guion escrito junto a Pablo Bartolomé y Sergio Granda, aprovecha para jugar con las percepciones, con lo que se exterioriza y con lo que se cuece en la mente, para darnos permiso a fantasear con la pesadilla, a concebir por nosotros mismos los peores escenarios posibles, ni siquiera narrados en el cortometraje.
Es así como se demuestra de nuevo la inteligencia de los retorcidos relatos de Sañudo en El rey de la semana. Busca lo cotidiano, lo habitual como escenario, y deja caer con solidez todo lo construido al suelo para experimentar con los fragmentos. Nunca nada es lo que parece, y ahí está la verdadera acción.