Contemplando el elegíaco discurrir de la vida
Como en tantas otras ocasiones, la vida imita al arte, el arte imita a la vida, a menudo en endiablados juegos de contraposición conceptual, que al final remiten a problemáticas universales de máximo interés para la ciudadanía contemporánea. Que precisamente hoy miércoles 30 de octubre de 2024, arrastrada por las circunstancias personales que me acompañan en este esforzado seguimiento de las propuestas que nos brinda la Mostra de València —es decir, con cierto retraso—, e invadida por el estupor de una nueva desgracia colectiva provocada por las lluvias torrenciales, me ponga a escribir con el corazón encogido mis impresiones sobre esta hermosa película, no deja de representar con clarividencia cuán terrible es la situación climática global.
En su última película, que dirige, co-escribe y de la que asume la fotografía, presentada en estreno mundial en el certamen valenciano dentro de su Sección oficial, el cineasta libanés Karim Kassem, valedor de una trayectoria documentalista reseñable (Only the winds (2020), Octopus (2021), Thiiird (2023), enarbola su relato en torno a la dificultad cronificada de la escasez de agua en un pueblo rural del Líbano. Y sobre esta cuestión circunstancial —y tan vital—, despliega una suerte de composición contemplativa de sus personajes y de los paisajes emocionales que habitan, genuinamente dotada de la capacidad para aprehender los instantes de sus vidas, de la vida, a modo de testimonio existencialista universal de humanismo y de humanidad.
Mediante el uso de los recursos de la ficción documental, y de una virtuosa potencia sensorial en el aparato sonoro, Moondove se va componiendo en torno a tres historias independientes e interconectadas que despliegan la más maravillosa coralidad en un reparto de intérpretes no profesionales y oriundos de la zona. La cámara cálida y placentera de Kassem acompaña a un entrañable trabajador de la empresa de abastecimiento de agua al borde del colapso, fumador empedernido y enfermo, que como os podéis imaginar no da abasto para tratar de satisfacer las legítimas demandas de una población saturada de carestía. En su juventud fue actor, y como si de una de aquellas representaciones teatrales se tratará, tan pronto lo veremos manejarse con solvente descaro para justificar lo injustificable y siempre con retraso ante sus clientes, como protagonizar un maravilloso encuentro con una antigua compañera de fatigas artísticas y amorosas, que ya no se lo toma en serio.
También ensaya una suerte de reconstrucción pausada de los últimos días de una pareja de ancianos que han compartido media vida. Suspendida en un tiempo indeterminado, por medio de una estrategia narrativa misteriosa y elíptica, atrapa las esencias de una robusta historia de amor. Con exquisita delicadeza, con la sutilidad de la contemplación y la ensoñación, que se confunde y nos confunde sobre los vivos y los muertos, sobre los tiempos presentes, pasados, futuros, o los que ya no serán, los acompañamos en la cotidianidad de sus desayunos, de sus conversaciones y de sus disgustos, con algún momento especialmente emocionante, como aquella tarde de música, interpretando ella al piano la Sonata para piano n.º 8 de Beethoven, o aquel video casero de tecnología ochentera que rememora los momentos más especiales de la vida.
Y para completar este fresco entrañable y vitalista de un lugar en el mundo que podría ser cualquiera, pero que está en la ruralidad de un territorio tan especial como el Líbano, también conoceremos de una tercera familia, formada por el hijo que se quiere marchar, la hija que se va a tener que quedar y el padre que desearía que ambos pudiesen contemplar un futuro más prometedor en el horizonte nacional. Porque, no lo podemos olvidar, el panorama socio-político de este pequeño país arábigo es histórica y crónicamente desalentador —solo por ilustrar con un ejemplo cercano en el tiempo, me gustaría recordar la excelente película documental que precisamente se alzó con el premio del público en la pasada edición de la Mostra, Dancing on the Edge of a Volcano, de Ciril Aris—.
Y parece evidente que Kassem ha querido poner su poética audiovisual de la cotidianidad al servicio del trágico relato de su país desde una sensibilidad menos explícita —no en vano ha señalado que «se pueden hacer muchas películas sobre la guerra y esta es una de ellas, aunque no haya bombas ni sangre. Esta película trata sobre la escasez de agua (que no veremos en ningún momento materialmente) y sobre la guerra»—. Además , resulta particularmente brillante desde mi punto de vista, que coloque en el centro de su narración a personas mayores, que como comentó cuando le pregunté en el coloquio posterior a la proyección, «a menudo son olvidados». Y no solo por la conmoción emocional que pueden despertar en la audiencia, sino porque ellos son el mejor y más contundente testimonio, la memoria vívida, de una Historia marcada por la tragedia interminable, que Kassem convierte en una preciosa elegía.
«El Cine es más hermoso que la vida.»