El trauma colectivo. Un acto atroz del que se conoce poco más que el desenlace atormenta momentáneamente a los vecinos con la información que ofrece la prensa, con el relato que se construye entre testigos y curiosos, pero se mantiene en la memoria de muchos sin importar el paso del tiempo, reviviendo una y otra vez un destino cruel para unos desconocidos con los que de algún modo empatizas.
Fabrice Du Welz construye un retrato obsesivo en Maldoror, un film que sabe combinar el drama y el thriller policial aprovechando un hecho real que él, como parte del colectivo, no ha olvidado. A partir del caso Dutroux, el de un asesino en serie de niñas y adolescentes que atemorizó a la sociedad belga en los 90, el director elabora un meticuloso retrato sobre la anticipación, la obsesión, la rabia y el duelo desde el punto de vista de un joven policía, interpretado impecablemente por Anthony Bajon.
Du Welz se permite manejar el trauma bajo sus propias condiciones. Analiza la obsesión a través de Paul Chartier, y lo hace recreando un meticuloso retrato de su presente, desde su aterrizaje en la policía como novato que quiere establecer el orden con ímpetu hasta su entrega como hombre enamorado de una mujer que destaca dentro de su propia comunidad, una muy cercana entre sus propios miembros y ajena a la forma de actuar y el pensamiento de los belgas. El director se toma su tiempo para elaborar el personaje, para concentrar su energía y dar una explicación a cómo va a reaccionar, cuáles van a ser los estímulos que motivarán el caos en el que su vida se convertirá mientras se consolida un mundo que él mismo, en esos inicios, era incapaz de imaginar. Una vorágine cruel e insana que dinamitará cualquier idilio conocido con la normalidad, porque la vida es oscura y efusiva, solo soportable para aquellos que viven en los márgenes, o así parece verla Fabrice Du Welz en todas sus películas.
Es esa meticulosidad con la que interfiere en la vida de Paul la que nos transmite una confianza difícil de equilibrar con esa otra parte de la historia, donde vemos a un denso y amargo personaje antagonista como el que representa Sergi López, el monstruo en esta película, que desarrolla ya no solo la pesadilla colectiva desde una mirada frontal y explícita, también se intuye una especie de impunidad superlativa, no por el hecho de no llegar a responder por sus actos, algo que se puede corroborar con facilidad, sino por ese techo de cristal que representa su figura en todo momento para Paul, incapaz de alcanzar por las vías que él considera legales el verdadero mal, del que Dutroux representa simplemente la punta del iceberg.
Fabrice Du Welz se extiende en cada uno de los apartados para que podamos formar nuestro propio juicio de valores. Del mismo modo, convierte la deriva de todos los hechos narrados en una pesadilla concentrada en el más puro caos, una total pérdida del control por parte de unas personas que llegan a conocer el verdadero sentido de la ley, la lealtad y la justicia, justificando la rotura de Paul en ese momento en el que descubre nuevos significados para la impunidad y la derrota.
Visualmente Maldoror tiene un apego formal por la época que está retratando. Pone en valor también todos los estados anímicos de su personaje central para erosionar cada una de las etapas vitales que se van amoldando a los acontecimientos. Podemos contemplar la luz, casi pastosa, que irradia la novedad de vivir alrededor de su novia y después mujer, con un papel reservado para Alba Gaïa Bellugi, totalmente ajeno al que adoptó en Inexorable pero perfectamente comprendido como accesorio al policía fervoroso, al igual que cada encuentro familiar donde se descubre la riqueza a la que se está abriendo y el vacío del que llega a este nuevo mundo; también ese gris burocrático con el que acrecienta la distancia con sus compañeros y superiores (aquí rescata a un casi irreconocible Laurent Lucas), que visiblemente no se implican con la trama del mismo modo que él; en otro espectro encontramos los recovecos que enfocan el peligro, el mal personificado, ajenos a las otras tonalidades, que maquinan sin necesidad de esconderse en exceso, los reyes del mambo que conocen su propia tierra prometida, sucios, carnosos, incómodos en definitiva, con esa narrativa interna que tan bien define al director. Maldoror se destapa, finalmente, como una forma atípica de afrontar el thriller policial más básico. Tiene todos los elementos que se esperan del género pero no deja de lado la fuerte personalidad de Du Welz en una película que no perfecciona lo anteriormente visto, pero que sí consigue atraparte, es capaz de llevarte por las mismas emociones que al noble de Paul, de un modo canónico y bien elaborado, dejando de nuevo esa sensación de vivir en una sociedad donde las manzanas podridas abundan, y donde el más mínimo detalle será manipulado en conjunto, difiriendo totalmente el hecho con el recuerdo.