When The Phone Rang (Iva Radivojević)

Reconstruyendo el trauma

A las 10:36 de un viernes de 1992 sonó el teléfono en la casa de Lana (Natalija Ilinčić), en un país que aun existía. Fue ella la que contestó. Su abuelo militar había muerto de un infarto. Así arranca el nuevo film de la directora serbio-americana Iva Radivojević, con un momento crucial de la vida en su Novi Sad natal, que supuso el punto de partida de la migración forzada de su familia huyendo de la Guerra de Yugoslavia. La trascendencia vital del instante merece para ella una detallista recreación; el reloj de pared de estética comunista trasnochada prende su relato; el insistente y perturbador timbre del aparato resuena en nuestros oídos a modo de alarma emocional ante la inminente partida; su rostro infantil y despreocupado gana la pantalla para mudar la expresión hacia una incertidumbre difícilmente digerible a los diez años, que nos cala hondo.

Y esta concatenación de planos significativos, de retazos de su recuerdo del pasado, acompañados por una voz en ‹off› relatora, van a estructurar su propuesta narrativa a modo de marcadores de una suerte de diario audiovisual, que gira en círculos concéntricos hasta formar un bucle espacio-temporal sobre el que Iva-Lana aspira(n) a reconstruir la fragmentación terrible de la memoria que el desarraigo personal, su desarraigo, ha ido generando a lo largo de los años. De este modo, las estampas del reloj y la fatídica llamada —y las de unas recurrentes maletas listas para marchar— se van a suceder hasta en once ocasiones, en un recurso, la repetición, ampliamente utilizado en la Historia del cine, y especialmente elaborado en toda la tradición del cine experimental, que en esta propuesta concreta consigue conformar una singularidad propia, una impronta creativa reseñable.

Pero esa circunferencia concéntrica a la que aludía, va expandiendo paulatinamente el relato de Radivojević, siempre desde un tono dramático desactivado en la línea de la docuficción. Después de cada nueva marca de su estructura expositiva, se filtran las vivencias de aquellas jornadas remotas. La ‹performance› de una de sus compañeras del colegio —tan reconocible para mujeres de nuestra generación— bailando un ‹hit› balcánico de la época, Tócame la pierna; la observación encandilada de su vecino adolescente que esnifaba pegamento, con el compartió otra tarde de videos musicales, karaoke casero y destellos de enamoramiento, al ritmo de otra popular canción local; la divertida visita a la peluquería con su otro vecino para quedar “destrozados” por cortes de reminiscencias punk; o la muy emocionante despedida de su mejor amiga, que le entrega un sobre sellado para leer cuando ya se haya ido —«Quizá fue el primer momento en que las dos nos sentimos amadas»—.

La directora ha mostrado a lo largo de su trayectoria un interés recurrente por llevar a la pantalla el desplazamiento y su influencia en la búsqueda de la identidad —así fue en un trabajo previo, Evaporating Borders (2014), un ensayo visual compuesto a base de viñetas sobre las vidas de los emigrantes políticos en Chipre—. Es evidente que esa querencia temática conecta de manera directa con su experiencia personal, que en esta ocasión ha llevado de su película, presentada en la sección Cineasti del presente del Festival de Locarno, a un terreno subjetivo, íntimo y autorreferencial, rodado con la calidez granulada del formato de 16mm, para ser capaz de aprehender la morfología anestesiada del recuerdo dislocado, la nostalgia de una ciudad, de unos lugares y de unas personas que le fueron arrebatados demasiado pronto y con consecuencias irreparables.

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