Canon, maternidad y desvíos
Quince años han pasado ya desde que Mar Coll estrenara su primer largometraje, Tres días con la familia (2009), erigiéndose como una de las grandes promesas del momento al ganar el Goya a la mejor dirección novel y dando el pistoletazo de salida a una nueva etapa para el cine patrio. Sin embargo, visto ahora, el debut de la cineasta parece más bien una promesa perdida. Los logros formales y dramáticos de aquella cinta han sido sucedidos por una hornada de nuevas directoras (y también directores) que, acompañadas de aspectos que nada tienen que ver con el cine (‹marketing›, modelos de producción, agenda política…), además de revitalizar las posibilidades industriales a pequeña y gran escala del cine catalán —y, por extensión, también el español—, han instaurado un canon estético estéril amparándose en temáticas de actualidad social y términos generalistas como “mirada femenina” o “cine comprometido”.
Salve María, la nueva película de Coll, basada libremente en la novela de Katixa Agirre Las madres no y recién ganadora de la espiga de oro en la Seminci de Valladolid, aborda la historia de María (Laura Weissmahr), una joven escritora que, poco después de ser madre, se obsesiona con la noticia de una mujer francesa que ha ahogado a sus gemelos de 10 meses en la bañera. Una premisa chocante que termina siendo otro ejemplo paradigmático de un cine obsesionado con la tesis y el tema y encasillado en todo lo que implique un desarrollo formal. Salve María, no obstante, no es frustrante por lo que termina siendo, sino por lo que, en un tramo de la cinta, apunta a poder ser. Así pues, a falta de escribir un texto analizando en profundidad la cantidad de títulos recientes con las mismas problemáticas, preferimos centrarnos en el desvío que, en un momento dado, parece proponer Coll en un filme fallido, pero no del todo desdeñable.
Nos referimos al momento en el que María se deshace de su bebé a escondidas de su pareja, dejándolo al cuidado de una mujer que acaba de conocer para ir en busca de la infanticida con la que está obsesionada. La película, que hasta entonces no se decide entre el drama de corte intimista y uno de tensión psicológica con ciertas reminiscencias (y no es una exageración) al Polanski de Repulsión (1965), se abandona a sí misma y a su protagonista. De esta manera, Coll filma una divagación, mental y física, la de María, con el riesgo, quizá, de perderse junto a ella entre los paisajes que refuerzan aún más las incómodas cuestiones relacionadas con la maternidad que intenta destapar el filme. Un vuelco salido de tono hacia la abstracción; arriesgado e hipnótico, donde la cámara toma distancia y presenciamos juegos de superposiciones e imágenes de carga onírica que, sin duda, tienen mucho más interés que el carácter expositivo, la constante verbalización de hechos y situaciones o la incapacidad para detenerse de verdad en la cotidianidad de sus personajes, desafortunadamente, los atributos predominantes en Salve María.