Fréwaka (Aislinn Clarke)

La comparecencia de Shoo en un pequeño pueblo en mitad de la campiña irlandesa que se convertirá en su nuevo hogar de forma temporal es recibida con extrañeza por los habitantes de la zona, que sugieren a la joven estudiante, cuyo cometido será el de cuidar a una mujer agorafóbica del lugar, que vuelva por donde ha venido. Un recibimiento que bien podría rememorar los engranajes del thriller rural, pero que nada más lejos de la realidad la cineasta Aislinn Clarke descarta con presteza: esas advertencias más bien provienen de aquello que parece ser poseer un cauce sobrenatural, etéreo, y que bien podría amenazar la aparición de la recién llegada. Dicha presencia se personaliza en la casa donde vive Peig, la anciana a la que accederá a cuidar Shoo: un recipiente que atrapa a su dueña y, con ello, los miedos y cicatrices de un pasado que asimismo acechan a la protagonista. El trauma, que la autora de The Devil’s Doorway se ha encargado de presentar en un acertado y magnífico prólogo, persigue a la joven muchacha del mismo modo que hostigó a su progenitora desde la aldea donde vivía a la ciudad en la que terminaría poniendo fin a su vida; y es mediante la certera exposición que realiza Clarke, en la que invocar tanto un pasado marcado como un presente que continúa atenazado por dicho pasado, donde Fréwaka halla sus virtudes más destacadas en tanto es capaz de exteriorizar con poco aquello que da forma y expresa su voluntad principal, que no es otra que la de continuar explorando ese dolor desde una perspectiva donde confrontarlo suponga algo más que volver sobre la propia memoria, desafiando asimismo un horror presente en el día a día.

El hogar de esa anciana, que ejerce una suerte de influjo confinando a su dueña a la par que la hace convivir con esas heridas interiores, ejerce asimismo como universo desde el que Clarke desarrolla esa veta ‹folk horror› conjugando un fantástico de lo más pertinente en tanto entronca con las raíces —que es exactamente el significado de ‹fréamhacha›, vocablo en gaélico cuya acotación es ‹fréwaka›— tanto del trauma como de esa esencia que se filtra en forma de folclore local. Pudiera parecer, no obstante, que ante el interés de la cineasta por desplegar ese sugerente y pertinente fondo, pudiera quedar desdibujada la naturaleza del género, buscando más la propensión en torno a un producto cerebral que visceral; nada más lejos de la realidad, Fréwaka logra invocar ese horror con un manejo del medio suficientemente poderoso como para que no nos encontremos ante un mero subtexto, y del mismo modo sea capaz de conferir la fuerza deseada al subtexto: pues al fin y al cabo sin esa plena asunción del género estaríamos ante un producto discursivo pero hueco en el fondo, y eso es algo que Clarke parece comprender, sabiendo como hacer que los engranajes del film funcionen a la perfección.

Mención aparte merece Clare Monnelly entendiendo la entidad de un personaje que puede poseer sus propios estímulos, pero que, como la mujer de la que ejerce de cuidadora, está de algún modo encerrada, asediada por ese pasado omnipresente. En Fréwaka, el terror no es sino una liturgia desde la que afrontar toda esa aflicción y poder volcar una realidad en ocasiones demasiado cruenta y desoladora, y si bien las veces el film termina encontrando forma en los tropos de un terror formulaico, quizá demasiado reconocible y, por tanto, asimilable a través de una perspectiva que nos aleja de su verdadera propiedad, cabe destacar el modo en cómo tanto lo tangible como aquello que apela al sobrenatural convergen hallando así un espacio desde el cual todo posea el sentido y la cohesión adecuadas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *