Bertrand Mandico, post-pandemia, interior.
Después de olisquear una suerte de fin del mundo conocido por todos, el último director que ha descubierto la fuerza del color y el cartón-piedra asume su poder narrativo para ofrecer su propia visión de un mal común. Bertrand Mandico es ese hombre que juega con lo etéreo, la aventura y la sexualidad a partir de filtradas iluminaciones que empoderan la fantasía. Tiene unos hábitos constantes en sus ‹performances› que consiguen mantener unidas cada una de sus intervenciones fílmicas, ya sea un cortometraje, un videoclip o un largometraje: todas, hermanas separadas al nacer.
Desde sus niños salvajes a sus poderosas guerreras, Mandico sostiene su propio universo en elaborados escenarios irreales donde venerar a sus propias divas (y divos). En esta ocasión seguimos a Octavia Foss, un cambiante Christophe Bier que se mantiene desde los inicios del director como un fetiche exclusivo, encontrándonos varados junto a una amplia colección de actrices deseosas de representar a una Conan en femenino. Así nos sitúa Bertrand entre un videoclip de M83 (ya aparecía el universo Skull Valley en la trilogía Extazus que realizó para el grupo) y su penúltima película Conann, la bárbara, que en el momento en el que se realizó el corto, todavía era una aspiración y no una realidad.
Se suceden así las representaciones femeninas (no siempre cisgenéricas) que buscan afianzar un papel en esa icónica Conann que todavía ha de llegar, mientras vagamos en un mundo de ultratumba donde se distorsiona la belleza entre vaporosas y elegantes vestimentas llenas de brillo, metal y gasa, mientras vísceras, sangre y demoníacas presencias se entrecruzan en el discurso, sobreviniéndonos un universo ‹glam› y ‹trash› que estalla a fuerza de purpurina.
Rainer, a Vicious Dog in a Skull Valley es un ensayo visual, un capricho de una mente alejada del ‹mainstream› creada únicamente para otras mentes todavía más caprichosas y curiosas entre el fanatismo del séptimo arte. Un envoltorio personalísimo con la excusa de una pandemia para estallar en mil pedazos la represión vivida bajo el prisma de un Bertrand Mandico atrapado en el tiempo y el espacio, por siempre jamás, en un idílico y aterrador mundo donde la belleza expositiva es un vicioso círculo infernal.
La estética es un todo para Mandico y aquí se alimentan las imágenes de la fiereza de las aventuras épicas y los monstruos tortuosos, donde el infierno apuesta por el azul más brillante, mientras se nos dirige a los bajos fondos callejeros donde violencia, sexo y drogas parecen justificadas, eclosionando en una peculiar propuesta digna de su creador con un empastado y ególatra resultado.
Bertrand Mandico no le teme al diablo.